Por Michelle Acevedo Vélez
A simple vista pareciera una extravagancia propia de la aristocracia antioqueña del siglo XX. Sin embargo, la construcción del Palacio Egipcio en el barrio Prado de Medellín no solo marcó un referente en la historia de la arquitectura criolla, sino que consagró a un pionero de la región, don Fernando Estrada Estrada, quien salió un día a lomo de mula de su natal Aguadas, Caldas, para emprender una travesía que lo terminaría obsesionando con las pirámides de Guiza y los templos de Luxor.
Un monumento de las proporciones de este palacio, bautizado por sus habitantes como la Casa de la Torre y que demoró 17 años en terminarse, no se asemeja a ninguna edificación antes vista entre estas montañas.
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Resulta que Estrada, ávido por aprender de ingeniería, la óptica, la astronomía y la historia, y sin temor a aventurarse en territorios desconocidos, cogió camino y se fue a Panamá, luego a Puerto Rico y terminó viviendo en Europa. En 1909 estudió filosofía en Alemania y poco después se instaló en París para estudiar Astronomía y Cosmografía en La Sorbona.
Le atraían no solo los misterios de la tierra sino también del universo, por eso su viaje lo llevó a aterrizar en El Cairo, Egipto, en 1912. Tal como lo documenta el libro El Palacio Egipcio, de su hijo Hugo Estrada Estrada, este explorador se fue acompañado por un grupo de egiptólogos alemanes en una expedición donde encontró la fuente de inspiración para la Casa de la Torre.
Los conceptos de esta cultura milenaria sobre la vida y la muerte, el enigma oculto en la escritura jeroglífica y el encanto de la escultura faraónica fueron algunos de los elementos que Fernando detalló en tres famosos templos egipcios, ubicados en las ciudades de Karnak, Luxor y Dendera.
De todas las exploraciones realizadas por Estrada, la que más generó un impacto en su vida fue la de Egipto. Paralelo a su interés por la astronomía siempre estuvo la inquietud por la optometría, una pasión que tomó fuerza cuando se radicó en 1913 en Düsseldorf, Alemania, para comenzar sus estudios académicos en esta ciencia. Luego de perfeccionar sus conocimientos en el Philadelphia Optical School, se especializó en el Needles Institute of Optometry de Kansas y posteriormente se convirtió en un graduado adelantado del Rochester School of Optometry de Nueva York.
Tras varios años de descubrimientos que poco a poco fue documentando en su bitácora de viajes y en algunas fotografías que hoy su familia conserva como reliquias, Fernando retornó a Aguadas sin sospechar que allí encontraría motivos suficientes para echar raíces.
El 21 de mayo de 1917 cumplió uno de sus sueños al abrir su primer consultorio en Medellín llamado el Gabinete Optométrico y Óptico Fernando Estrada E, un próspero negocio que años más tarde se convertiría en la Óptica Santa Lucía, bautizada así en honor a la santa patrona de la vista.
Probablemente su retorno a estas latitudes habría sido temporal de no haberse enamorado de su prima Soledad Estrada Gómez, con quien se casó en 1919 y tuvo 14 hijos.
Un monumento a la grandeza
Eran los años 20 y a pocas cuadras de la Basílica de Villanueva —como se le conocía en ese entonces a la Catedral Metropolitana— Fernando adquirió un lote en la urbanización de la finca La Polka.
Olga Helena Estrada Restrepo, nieta de Fernando, relata que su abuelo comenzó en 1928 la construcción de La Casa de la Torre, pues justamente con ese nombre se refería la familia al recinto. “Para la gente era un palacio, para nosotros era nuestro hogar”, explica esta arquitecta quien cuenta que todos los materiales de la construcción fueron de origen y fabricación nacional, salvo por la baldosa importada desde Puerto Rico.
Para llevar a cabo la construcción, Fernando fue asesorado respecto a los cálculos y la resistencia de los materiales por su amigo íntimo Nel Rodríguez Hauesler, un afamado arquitecto de la época quien también fue el artífice de obras como El Castillo, —la residencia de Diego Echavarría Misas— el Palacio de Bellas Artes, la Casa de Alejandría y varias mansiones del aristocrático barrio Prado.
A su vez, el maestro Bernardo Vieco colaboró en la parte del diseño y el escultor Ramón Elías Betancur construyó las maquetas y asesoró las técnicas arquitectónicas.
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“El abuelo se basó en tres palacios egipcios para replicar el suyo”, menciona Juan Fernando Arbeláez Estrada, quien sostiene que la construcción de este palacio tardó 17 años.
Según el libro 100 años construyendo la visión de un país, de la organización Santa Lucía, la torre del palacio es copia del templo de Karnak, el patio principal corresponde a uno del templo de Luxor, el pórtico es una representación de la entrada de un templo en Dendera dedicado al dios Hathor y las habitaciones laterales son réplicas de un templo en honor a la diosa Sethy.
Cada rincón del palacio fue pensado con sumo cuidado, desde los grabados en imponentes columnas papiriformes, hasta las escalinatas decoradas con colores vivos y por supuesto, uno de los lugares predilectos de Fernando Estrada, el observatorio astronómico en la cúspide de su monumental creación.
José Ómar Estrada Restrepo recuerda que al igual que los templos egipcios ninguna habitación del espacio contaba con puertas, en su lugar había cortinas de fuelle y los únicos puntos que tenían puerta eran la cocina para evitar el acceso a la vivienda por el patio, los baños y la entrada a la torre, explica.
“Tanto amaba el abuelo a la abuela que mandó a diseñar los muebles de la casa con un monograma dedicado a ella”, detalla Juan Fernando mientras observa imágenes de los ejemplares de comino crespo en donde sobresalen las iniciales del nombre Soledad.
Paredes adornadas con papiros y objetos traídos de muchos de sus viajes hacían parte de la identidad que le plasmó Fernando Estrada a su hogar, pues su interés en la ingeniería, la óptica, la astronomía y la historia lo llevaron a ser un hombre de ciencia, respetuoso de las creencias religiosas practicadas en su familia, pero inclinado a la erudición.
La edificación, ubicada en la carrera Sucre a pocos metros del cruce con la calle Cuba, en el barrio Prado, no pasó desapercibida entre la comunidad. Compuesta casi en su totalidad por granito y en otro porcentaje por cemento, la Casa de la Torre fue por cuatro décadas el hogar de la familia Estrada.
La leyenda de Nefertiti
Quizás la figura que más recuerdan quienes habitaron la Casa de la Torre es el busto de la reina Nefertiti. Se dice que esta pieza de arte llegó a Medellín en una de las tantas aventuras de Fernando Estrada.
Al parecer, en su segundo viaje a Egipto, por allá en 1937, Fernando adquirió una réplica del famoso busto de Nefertiti mientras abordaba un barco en Bélgica. Cuando llegó a su casa quiso compartir con su familia el tesoro obtenido y al sacar la escultura del empaque todos quedaron deslumbrados con su belleza.
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Por mucho tiempo se pensó que esa Nefertiti era una de las seis copias que le habían hecho al busto original con las instrucciones del arqueólogo Ludwig Borchardt. “Aquí vinieron miembros del Museo de Louvre para analizar la figura a raíz del robo de varias de sus copias, comprobando que no se trataba de una réplica original, motivo por el cual se pudo conservar por años”, relata Olga Helena.
Paradójicamente, un pedazo de Egipto conquistaba a Medellín, pues mientras la escultura original reposaba en el Museo Neues de Berlín, la pieza de los Estrada engalanaba una de las salas de su casa en la capital paisa. Después de varios años la Nefertiti de los Estrada estuvo exhibida en el Museo de Antioquia y tras retornar a la familia poco a poco le fueron perdiendo la pista al pasar de mano en mano.
El paso del tiempo fue marcando la decadencia del barrio Prado, y con ella, se fueron desdibujando construcciones de una Medellín que ya no existe, pues aunque las dinastías parecen eternas, todos se terminan yendo.
Fernando Estrada falleció el 1 de septiembre de 1959, a sus 73 años, dejando un legado entre sus parientes. Aunque el Palacio Egipcio fue declarado inmueble de interés público por el municipio en 1991, nada impidió que el destino del lugar rotara de una persona a otra.
La casa fue vendida a Leo Burnett tras habérsela ofrecido a compañías como Coltejer pues, según la familia, el objetivo no era sacar réditos de la mansión, solo lograr que se conservara su riqueza en medio de una sociedad convulsionada por la construcción moderna.
Desde entonces, el palacio hizo las veces de colegio, carpintería, restaurante, agencia de diseño y hasta lugar para habitantes en situación de calle. Allí opera actualmente la fundación Visión Planeta Azul.
Su deteriorada estructura lucha por sobrevivir aunque verla produzca nostalgia. La torre sigue apuntando al cielo y en sus paredes residen los recuerdos de un andariego y erudito paisa que trajo hasta sus montañas los vestigios de una civilización lejana.