Octavio Navales se quedó sin darle el regalo que quería al Instituto Técnico Pascual Bravo, el lugar donde pasó la mayor parte de su tiempo en el último medio siglo. Él fue el maestro al que sorprendió la muerte el martes pasado en plena estación del metro de Medellín.
Aunque aun no se conoce un dictamen de Medicina Legal, las primeras versiones indican que Navales falleció tras mostrar los signos y síntomas de un paro cardiorrespiratorio.
La noticia de su muerte tomó desprevenidos a sus compañeros de la institución educativa a la que estuvo vinculado desde la década de 1970, lo mismo que a sus familiares, pues, a sus 68 años, se le veía vital y aparentemente sin mayores complicaciones de salud. Aunque era hipertenso, no tenía ningún diagnóstico de enfermedad cardiaca, según dijo su hermana Nury Navales.
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En el colegio Pascual Bravo solían nombrarlo más como Navales que por el nombre de pila, pero lo claro es que tenía gran influencia sobre alumnos, profesores y directivos. No en vano, la institución educativa declaró este miércoles como día cívico y programó toda la jornada de la tarde para hacerle honores. La familia informó que las exequias serán este jueves, posiblemente en las últimas horas de la mañana, en la iglesia San José de Calasanz, en el occidente de la capital antioqueña.
La rectora del Pascual Bravo, Jackeline Rodríguez, recordó que Navales se graduó como bachiller con énfasis en fundición en 1976 y dos años después, debido a su gran conocimiento y capacidad en esa área, lo contrataron como docente. Es decir que ya completaba más de 45 años de ejercicio magisterial y había graduado a unos 3.800 bachilleres técnicos, si se tiene en cuenta que cada promoción es de unos 60 alumnos.
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Así, a la par con sus primeros pinitos como docente, entró a la Universidad de Antioquia a estudiar educación física y se graduó. Luego hizo también cuatro semestres de ingeniería metalúrgica en la Universidad Nacional, pero no terminó porque se sumergió de lleno en el trabajo de enseñanza en los talleres del Pascual y jamás salió de allí, hasta el día de su muerte.
Incluso hasta los domingos era normal verlo por allí, debido a que no se limitaba a las clases, sino que era el encargado de comandar a sus estudiantes en el arreglo de la silletería de los salones y de fabricar las bancas que hay dispersas por los jardines del bloque.
“Era muy querido por todos en la comunidad educativa, tanto estudiantes como maestros, porque se caracterizaba por su don de servicio, su amabilidad y compañerismo. Era un docente con un amor único por el Pascual Bravo”, destacó la rectora Rodríguez.
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Era un verdadero artista en el manejo de los metales, se notaba que los quería y entraba en una simbiosis mágica con ellos, bien cuando se enfrascaba en fabricar una pieza utilitaria o cuando se aventuraba a darles formas esculturales.
Ya había esculpido varias estatuas en formato pequeño de Pascual Bravo y en los últimos tiempos previos a su deceso dirigía una campaña de recolección de llaves y objetos de cobre para fabricar un busto monumental del prócer y educador que inspiró el nombre del colegio técnico. La meta era culminar la obra para dársela de aguinaldo al colegio en 2025, cuando cumple los 90 años de existencia.
Después de darles la mayor parte de su vida a sus estudiantes y al cuidado de los talleres, ese iba a ser el último regalo antes de llegar a los 70 años, la edad de retiro forzoso de los trabajadores estatales.
En el Pascual conocían a Navales como un hombre solitario, sin esposa ni hijos, que vivía con tres hermanos, y dedicado por completo a su profesión. Sin embargo tenía otra faceta como líder de la acción comunal del barrio Calasanz.
“Posiblemente sí manejaba estrés porque lo veíamos en una cosa y en otra; de alguna manera sí era más bien ‘correloncito’. Además, le encantaba hacer dulces de brevas y durazno para repartirles a los amigos. Lo de él no era para él sino para todos”, destacó Nury, una de las 8 hermanas. También tenía cuatro hermanos y él era el tercero entre todos en orden de aparición.
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Ahora él es el primero de la extensa parentela que se va. Cuenta Nury que su mamá falleció hace 12 años de un cáncer y el papá entró en una profunda tristeza que se lo llevó a los tres meses, sin ninguna enfermedad grave que lo aquejara.
Varias veces sus familiares le dijeron a Octavio que ya era suficiente, que se jubilara, pero les respondía que por qué si era feliz con lo que hacía.
Jamás pensaron en un final tan repentino y menos que el corazón terminara siendo la causa, más cuando fue un atleta de alto rendimiento que ganó varios campeonatos nacionales y representó al país en torneos internacionales en competencias de marcha, incluidas justas panamericanas.