En Santo Domingo Savio decidieron, hace casi seis años, cómo querían contar su historia y cómo y dónde querían conservar su memoria, y entonces la depositaron en las paredes, en esos muros interminables que dividen la Comuna 1 y que se convirtieron en galerías de museo.
El Museo Urbano de Memorias de la Comuna 1, uno de los lugares mágicos y todavía poco explorados de Medellín, se renovó hace pocos días con 50 nuevos grafitis y murales en inmediaciones de la Biblioteca España, en los que varios artistas pioneros del arte urbano en la ciudad y otras zonas del país plasmaron parte de esa historia de color y rebeldía, desde los inicios cuando eran brutalmente perseguidos y estigmatizados, hasta hoy día en el que se han convertido en buena medida en historiadores que retratan en los muros todo aquello que merece ser recordado.
BRICK-J, quien lleva 35 años en la escena grafitera, recordó cómo en sus inicios eran perseguidos y hasta los metían en calabozos “por vándalos” y hoy es testigo de que la propia comunidad ofrece sus muros para que plasmen allí su arte.
Los nuevos 50 grafitis y murales renuevan el recorrido del Museo Urbano de Memorias conformado por tres galerías que guardan profundos significados en sus colores y formas para los habitantes de la Comuna 1.
La primera galería se llama Mi Territorio y empieza a un costado de la iglesia de Santo Domingo, en un callejón que conecta con la placa polideportiva. Está conformada por diez murales. Allí está el rostro de Domitila Moreno, la matrona que llegó a ayudar a fundar el barrio en 1964 cuando no existía más que maleza.
También está el fontanero Jesús María Quiceno, el hombre que gestó el complejo sistema encargado de suministrar agua en las casas regadas por la ladera; y también se encuentra María del Socorro Ospina, la líder que sindicalizó a las madres comunitarias del ICBF, lo que le valió varios atentados.
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Y está el mural amarillo con los nombres de muchas de las más de 700 personas del barrio que a principios de este siglo cayeron por las balas del Bloque Metro y las milicias en medio del conflicto armado en Medellín.
La segunda galería se llama La Independiente y se renueva cada año con nuevas definiciones y significados de las palabras Libertad e Independencia que plasman diferentes artistas.
Y la tercera se llama Otras voces, son grafitis ubicados al frente de la estación del metrocable y que interpretan la singular relación de los habitantes con las características físicas del barrio: sus escalas por doquier, sus lomas, sus laberintos, las casas y su geometría imposible.
También en esta galería se hace una curaduría anual para que nuevos artistas renueven las formas y las expresiones que conforman en su totalidad a este museo.
La idea de este museo al aire libre surgió de la Fundación Trash Art, que en 2014 se propuso recoger la mayor cantidad de historias posibles de un barrio que ha enfrentado convulsos procesos sociales, una zona que nació como receptora de víctimas del conflicto armado de diferentes partes de Antioquia y del país y que a medida que se erigió como barrio gestó cientos de historias fundamentales para contar el devenir de Medellín desde la segunda mitad del siglo XX.
Pero además de proteger la memoria de la comuna y su gente, el Museo Urbano de la Memoria, según su director David Ocampo, ha ofrecido en los últimos años la posibilidad de fortalecer un turismo comunitario que impulsa toda una economía barrial.
Quienes han descubierto la experiencia que ofrece este recorrido – que se complementa con largas caminatas como la Ruta al Cielo, recorridos por Popular, Granizal, Santo Domingo y Carpinelo – señalan que nada tiene que envidiarle a la experiencia del Graffitour en la Comuna 13.
La del Museo Urbano en Santo Domingo ofrece incluso atractivos que el famoso y saturado Graffitour ha ido perdiendo, según muchos, precisamente a causa de su popularidad desbordada: Santo Domingo aún no se mueve bajo las dinámicas artificiosas del turismo de masas, su ruido, su caos y sus excesos.
Los extranjeros que se antojan de conocerlo pagan en promedio 20 dólares por recorridos, un valor que varía dependiendo si incluye, además de recorridos, la gastronomía del barrio y alguna otra experiencia.