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¿El Museo Casa de la Memoria se convirtió en “elefante blanco”?

Desde hace varias alcaldías, el Museo perdió su conexión con las organizaciones sociales y con los colectivos de víctimas. ¿Qué se debe hacer para recuperar un espacio de todos?

  • Desde hace más de ocho años empezaron a presentarse problemas de infraestructura en el Museo Casa de la Memoria. FOTO Jaime Pérez

    Desde hace más de ocho años empezaron a presentarse problemas de infraestructura en el Museo Casa de la Memoria.

    FOTO Jaime Pérez

28 de enero de 2024
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Es sábado y a las dos de la tarde en el Museo Casa de la Memoria hay unos treinta visitantes. Por la pinta, unos veinticinco son extranjeros; asisten a la exposición “Oír al Río”, que recoge los hallazgos y recomendaciones del informe de la Comisión de la Verdad. Los alrededores de la casa son lo de siempre: un cochambre —el olor de la quebrada y de la marihuana, los jíbaros, las parejitas que se soban—. Adentro, los rubios y las rubias ven los recortes de prensa digitalizados que hablan de la guerra; es bueno encontrar a los turistas aprendiendo de nuestras miserias y no buscando lo que no se les ha perdido en ollas y prostíbulos. Hubo años —más de ocho— en los que en la Casa no solo había turistas, había también colectivos de víctimas que se encontraban en talleres, entrevistas, jornadas de encuentro que hacían de la memoria eso que dijo Heráclito: un río.

¿Qué pasaría si de repente acabaran con el Museo Casa de la Memoria? ¿A quién le dolería? ¿Quién protestaría? ¿Quién se daría cuenta? Son preguntas ociosas, porque nadie ha dicho nunca que lo vayan cerrar o que —por las imperfecciones de su obra y las filtraciones de agua— se va a echar abajo, sin embargo, la que fuera la gran apuesta para contar la historia de violencia de Medellín se ha venido abajo con el pasar de las administraciones y de las decisiones caprichosas. Incluso cabe la pregunta: ¿fue un capricho hacer un Museo de la Memoria? La pregunta les encanta a los abolicionistas de la memoria, a los negacionistas del conflicto.

Para empezar, el Museo Casa de la Memoria fue ideado durante la alcaldía de Alonso Salazar. Por esos años se formó un comité asesor para el programa de víctimas que estuvo integrado por Gonzalo Sánchez, por entonces director del Centro Nacional de Memoria Histórica; por la académica María Teresa Uribe, el sacerdote Horacio Arango y José Luis Sánchez.

Desde ese comité estaban pensando en estrategias para forjar la memoria del conflicto en Medellín y la corporación Región hizo una consulta ciudadana para determinar si Medellín necesitaba un museo para pensar el conflicto armado y el conflicto urbano. Se les preguntó a víctimas, académicos, líderes sociales y empresarios, los cuáles avalaron la idea.

Desde entonces el Museo ha tenido como directores a Carlos Uribe, Lucía González, Adriana Valderrama, Catalina Sánchez, Jairo Herrán Vargas, Edwin Arias, Xamara Mesa y, ahora, Luis Eduardo Vieco. En palabras de quienes han trabajado el conflicto armado en Medellín, con la llegada de Valderrama en la pasada alcaldía de Federico Gutiérrez se rompió el vínculo que tenía el Museo con los colectivos de víctimas en Medellín, pues la directora abogó por la tecnocracia y la meritocracia, olvidando casi la relación con las comunidades, pues aseguraba que el comité que acompañaba a la organización era un poder paralelo, y borró de un plumazo a las oenegés y los colectivos. El vínculo se trató de recomponer desde entonces, pero no hubo éxito.

Durante las direcciones de Carlos Uribe y Lucía González se pensó al Museo como un lugar de encuentro y de memorias. Recuerdo que por entonces se hacían allí reuniones, focus group y talleres de memoria con el Centro Nacional de Memoria Histórica. Por poner un ejemplo, las asociaciones de víctimas de la Comuna 13 formularon allá sus proyectos para pedir las excavaciones en La Escombrera, hicieron escuchar su voz, lo que le dio más vigor a la Unidad de Víctimas que fue fortalecida en la alcaldía de Aníbal Gaviria, pero que se desmanteló con Gutiérrez. Quizá ahora el mayor reto es volver a llamar a los colectivos que se han encargado de pensar y esclarecer la tragedia del conflicto urbano, o por lo menos así lo sugiere Marta Villa, exdirectora de Región.

Al parecer, la casa ha contado con un presupuesto holgado. En 2016, por ejemplo, tuvo al final recursos de inversión de casi 3.500 millones de pesos, valor que se trepó en 2017 a más de 5.000 millones, en 2021 a más de 6.000 millones y el año pasado cayó a cerca de 3.600 millones de pesos.

Pese a ese dinero, que en su mayoría se ha invertido en funcionamiento, el Museo ha pasado por graves problemas de infraestructura desde su inauguración, en un caso muy parecido al de la Biblioteca España. Hoy buena parte de la edificación sufre por filtraciones de agua, los baños están malos, y un desnivel deja la casa en riesgo de inundaciones. La actual administración calcula que se necesitan más de 800 millones de pesos solo para atender los problemas heredados.

Uno de los temores de quienes encontraron en el pasado un refugio en el Museo es que ahora todos los esfuerzos se concentren en las reparaciones y se olviden de integrar a las organizaciones civiles, cosa que ya descarta el actual director, Luis Eduardo Vieco.

Vieco tiene claro que lo más importante es volver a la vocación de convocatoria que tiene el Museo Casa de la Memoria: un lugar que no es solo para exponer, sino para llamar, para agremiar. En ese sentido, Lucía González, como exdirectora y comisionada de la verdad, dice: “Es un lugar muy importante para las víctimas en Medellín, para el reconocimiento que puedan hacer los ciudadanos de la tragedia que hemos sufrido, pero la tarea está cumplida muy a medias porque no ha habido un propósito institucional de transformación; ese es un espacio que tiene que transformar el pensamiento institucional, sobre todo la manera institucional de enfrentar el tema de las violencias vividas. Desde que se abrió el Museo no ha habido gobierno que se hayan hecho cargo de lo que puede producir una casa de la memoria como dispositivo de transformación y contrición”.

El manoseo (como juzgan muchos lo que ha pasado) del Museo se debe a que su figura administración es totalmente pública y no mixta. En este último modelo se regiría por una junta que pondría al director, hecho que hasta ahora se pone a conveniencia del alcalde de turno. Para nadie es un secreto que la memoria se ha convertido en un eje de debate filosófico y político, y quien lleva sus riendas, sus discusiones, puede tener un tipo de propaganda en la mano. Hoy lo que se pide para el Museo es independencia, como sucede en el Parque Explora o en el Museo de Antioquia, solo por mencionar dos casos.

El director, Luis Eduardo Vieco, esquiva la pregunta sobre la figura administrativa del Museo. Cree que este debe obedecer a las políticas de la administración; sin embargo reitera la importancia de darles de nuevo espacio a los colectivos, a las víctimas, a las organizaciones sociales. Para él es un tema espinoso que se le escapa de control y más cuando apenas lleva una semana en el cargo.

***

Este sábado, los rubios y las rubias observan con atención los videos en los que hablan víctimas, en su mayoría campesinos; ven los despojos que dejó un carrobomba. Hay algo interesante en esa manera de educación lateral: venir a la ciudad de moda en el planeta y darse cuenta de su revés. Viajar por el mundo, dicen los optimistas, es una manera de ser mejores, quizá en esta oportunidad sea una manera de darse cuenta.

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