A la intemperie y rodeado de basura está el desarenadero de Ayacucho, una pieza viva de la historia de Medellín. El techo que tenía, de plástico, se rompió hace dos meses. Desde entonces, en su interior ha crecido la maleza y el musgo. Sus ladrillos cocidos, comentan los que saben, están en riesgo, pues tienen 127 años de estar ahí. Si se pierde esa obra del siglo XIX, dice el arqueólogo Pablo Aristizábal, no solo habrá muerto una parte de la historia de la ciudad, sino que se habrá desaprovechado un museo y un atractivo turístico.
El desarenadero hace parte del viejo acueducto de Medellín, construido a finales del XIX. En 2013 fue redescubierto cuando se construía el tranvía de Ayacucho. Desde entonces, la promesa fue construir una plazoleta —que en efecto se hizo— y hacer del lugar un museo. En 2015, para hacerlo realidad, se firmó un acuerdo entre el Metro, EPM y la Alcaldía. Aunque pasaron ocho años de eso, el museo nunca se hizo, y hoy las lluvias amenazan con dañar el desarenadero.
Los alrededores de la pieza histórica son deprimentes. Hay arrumes de basura y habitantes de calle. El olor es insoportable. “Es que la gente viene y utiliza esto para los perros. La mayoría no recoge”, dice una persona que pasa por el lugar. Desde la verja se alcanza a ver parte del desarenadero. La promesa de convertirlo en un museo está tan rota como el invernadero que lo cubría. Cuando comenzó el proyecto, en 2015, se diseñó un techo duro que contuviera los embates del sol y de las lluvias: no se ha hecho.
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La maleza ha crecido en los últimos meses. En el sitio solo permanece un vigilante cuya misión es prevenir que se roben piezas. Todavía no se han llevado nada.
En la parte interior hay botellas de plástico y basura que rueda cuando sopla el viento. Pablo Aristizábal, el arqueólogo que estuvo al frente de la recuperación de este lugar, envió una comunicación al Instituto Colombiano de Antropología e Historia en la que detalló el estado del proyecto. Sobre el pabellón, expresó su preocupación por la falta de socialización y la nula apropiación de los ciudadanos.
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Pero lo que más preocupa a Aristizábal es el daño del invernadero y que la obra esté a la intemperie desde hace dos meses. “El desarenadero ya ajustó 10 años bajo un invernadero plástico cuya vida útil es de un año, y el cual es solo un medio paliativo para la conservación”, dijo en la comunicación.
El antropólogo señala lo que para él es una contradicción mayor. Mientras la ciudad se autoproclama como uno de los destinos imperdibles en América Latina, desprecia su propio patrimonio.
A través de un respuesta escrita, la Alcaldía de Medellín resumió lo que ha sido del proyecto desde 2015, cuando se firmó el convenio marco. En 2021, con la firma de cooperación institucional con EPM, las entidades se comprometieron a finalizar el proyecto. Antes se habían comprado los predios y derribado las estructuras que estaban sobre el pabellón.
La respuesta dice, además, que ambas entidades han resguardado durante este tiempo los vestigios arqueológicos y que continúan con una “sinergia” para terminar el proyecto. Sin embargo, no se hace mención de los problemas del pabellón, ni del daño del invernadero, ni que la obra está a la intemperie, con el liquen creciendo sobre los viejos ladrillos cocidos.
Las entidades ya tienen los ojos puestos sobre el tema. El Instituto Colombiano de Antropología e Historia –ICANH– confirmó en una carta el pasado 12 de septiembre que tomará cartas en el asunto. También la Contraloría de Medellín le exigió a la Alcaldía aclarar qué intervenciones han hecho en medio del convenio marco y aclarar en qué dependencia recae directamente la responsabilidad. La Alcaldía habría respondido que no es Bienes y Suministros como se dijo inicialmente, sino de Infraestructura Física.
En cualquier caso, si no se toman medidas pronto, dice el arqueólogo Pablo Aristizábal, la ciudad se podría perder de una joya irrepetible.