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La historia del concejal antioqueño que pasó del abismo de las drogas y el alcohol al liderazgo social en su municipio

Edwin Gómez cayó en las adicciones entre los 18 y los 23 años y estuvo a punto de morir por ellas. Se superó y hoy día es un personaje que causa admiración en su municipio.

  • Edwin lidera hoy desde el Concejo la agenda social del municipio de Copacabana, pero nunca olvida los días y los momentos tan difíciles que pasó. FOTO: ESNEYDER GUTIÉRREZ
    Edwin lidera hoy desde el Concejo la agenda social del municipio de Copacabana, pero nunca olvida los días y los momentos tan difíciles que pasó. FOTO: ESNEYDER GUTIÉRREZ
  • Edwin dice confrontarse constantemente para dimensionar lo cerca que estuvo de malograr su vida. FOTO: ESNEYDER GUTIÉRREZ
    Edwin dice confrontarse constantemente para dimensionar lo cerca que estuvo de malograr su vida. FOTO: ESNEYDER GUTIÉRREZ
  • Su madre, Nancy del Socorro Gómez, sufrió todas sus crisis con las adicciones y fue su apoyo infatigable. FOTO cortesía
    Su madre, Nancy del Socorro Gómez, sufrió todas sus crisis con las adicciones y fue su apoyo infatigable. FOTO cortesía
  • Edwin Gómez ganó las últimas elecciones al Concejo. Abajo, visitando el lugar donde se mantenía. FOTO: CORTESÍA
    Edwin Gómez ganó las últimas elecciones al Concejo. Abajo, visitando el lugar donde se mantenía. FOTO: CORTESÍA
21 de diciembre de 2024
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El concejal de Copacabana Edwin Alexánder Gómez lleva ya 20 años acumulando horas extras de vida. También son dos décadas completas sin consumir ninguna bebida embriagante ni sustancias psicoactivas. Hoy día le da gracias a una pancreatitis que alguna vez consideró como su mayor desgracia pero que ha llegado a apreciar como el milagro que lo liberó de las garras de la muerte cuando esta le respiraba todos los días al cuello queriéndolo llevar.

Con 43 años de edad, todavía se mira y no cree, se toca y le parece imposible estar respirando y contando el cuento de esas adicciones que lo llevaron a robar, a “feriar” su cuerpo, a tomar alcohol vivo y hasta a intentar suicidarse.

Recuerda que su primer “pitazo” de marihuana fue a los 14 años, estando en noveno grado y en medio de un viaje que hizo a Bogotá. En décimo pasó al “perico” y se quedó en él.

“Me sentía una persona bastante sola. Entonces, cuando vi que con el ‘perico’ podía hacer relaciones, tal cual, hice relaciones. Siempre el licor me llevaba a las drogas, me llevaban a hacer amistades”, relata.

Hasta entonces, es cierto que había consumido licor, pero solo dentro de los márgenes “normales” de estas familias paisas donde del tetero se pasa a un guaro.

Sin embargo, el punto definitivo de quiebre fue al salir del bachillerato, un momento en que se conjugaron la desesperanza de no pasar a la universidad, las difíciles condiciones económicas y una soledad exacerbada.

Su madre y él vivían de arrimados en la casa del abuelo paterno y, a falta de cama, aunque ella estaba en embarazo, les tocaba dormir sobre cojines apilados en el piso donde habitaban casi 30 personas con un solo baño. Era la vivienda más marginada de un sector de por sí marginado.

Ya para ese momento el licor lo tenía agarrado hasta el punto de que cuando nació la hermanita, hacía que desapareciera el alcohol antiséptico que la mamá compraba para desinfectar los utensilios de la bebé. Inicialmente, lo flameaba y mezclaba con Coca-Cola para hacerlo digerible, pero luego comenzó a pasarlo vivo.

Edwin cuenta que era tal su descaro que en ese tiempo su madre se rebuscaba haciendo aseos en casas, lavando y planchando ropas ajenas, pero fueron varios los días en que él la llamaba: “Necesito que me pague el taxi. Cuando llegaba, si ella me daba un billete de 20.000 pesos y el taxi valía 5.000., yo salía corriendo y me quedaba con el resto para seguir bebiendo”.

“Les robaba la cartera a mi mamá y a mis hermanas. Ya llegué a ese estado de que lo que veía mal puesto me lo alzaba; después el mismo sentimiento de culpa me impulsaba a seguir tomando”.

Estaba siempre borracho y drogado y la vida se le convirtió en un infierno no solo para él sino para quienes lo rodeaban. Edwin se perdía cuatro y cinco días seguidos de la casa y aparecía sin sentido en cualquier acera de Medellín.

***

“En una de esas lagunas, cuando me levanté en una acera de Lovaina, tenía la camiseta blanca ensangrentada; pensé: ‘me hirieron’. Cuando miré, había un muerto al lado mío. La muerte fue a tiros. Me paré y me fui, de manera que nunca supe qué pasó”.

Perdía la noción del tiempo; podía durar cuatro o cinco días perdido; no sabía ni siquiera qué día era, qué hora, en qué momento pasaron todos esos días. O sea, estaba perdido en el mundo.

Por lo general no me emborrachaba ni me trababa en Copacabana, sino que mis parches preferidos eran el sector de San Benito, Barrio Triste o en Lovaina, todos sitios donde hallaba droga de la peor calidad pero a los precios que podía pagar.

Mi mamá siempre dejaba la puerta abierta por si me estaban siguiendo para matarme pudiera entrar. Cuando sonaban las balaceras, ella y mi hermana decían: ya lo mataron y si sonaba el teléfono de la casa, se miraban a ver quién iba a contestar.

Como ese era el tiempo de la llamada ‘limpieza social’, mi madre esperaba mi muerte todo el tiempo. Incluso un día mi tía llegó gritando que me habían matado, pero resulta que el muerto era un amigo del barrio llamado Jhon Jairo.

En otra ocasión, era Día del Padre, estábamos en familia y me dieron supuestamente para el taxi, pero en vez de pagar el transporte para volver a la casa, me compré una botella de guaro y me fui tomando. Cuando me encontré con otro vicioso del barrio nos sentamos a escuchar música. En esas salieron como seis muchachos que también estaban drogados: Gritaron: ¡Miralos, vamos a picarlos! Y agarramos a correr hacia un rastrojo; yo pasé una cañadita y aguanté la respiración. Escuché un tiro y lo que hice fue quedarme dormido. Cuando llegué a la casa abracé a mi mamá y empecé a llorar: ¡me querían matar anoche!

Luego consigo un trabajo como bodeguero en la avenida San Juan con la 75 y fue cuando empecé a conocer el puente peatonal de La Macarena (en el cruce de la avenida Regional con San Juan). El bus de Copacabana se cogía por la estación Cisneros y yo me bajaba para irme a pie. Varias veces me dieron ganas de tirarme de ese puente, duré un año y medio intentándolo.

Hasta llegaba borracho y me aguantaron porque mientras estuviera sobrio era muy buen trabajador. La situación era más grave en los que yo llamaba lunes de terror por el guayabo de las rascas del domingo. Me levantaba tan desesperado que mi mamá misma me ofrecía el licor.

Todo lo que me ganaba era para beber y drogarme. Se suponía que yo debía pagar las cuentas de servicios pero me gastaba la plata. Entonces nos cortaban la luz y mi mamá nos tenía que cocinar con gasolina y hacer morcilla para pagar. Llegó un momento de la vida en que no sabía si vivir para beber o si bebía para poder vivir. Para completar, su desgracia, vivíamos con un padrastro que, igual que yo, tenía problemas de alcohol. Mi papá también fue alcohólico y drogadicto”.

***

Edwin relata que llegó al punto de acostarse con mujeres que poco le apetecían solo para que estas le pagaran con aguardiente o con un “pase de perico”.

Cuenta que su madre, doña Nancy del Socorro Gómez, siempre le pedía a Dios que le mandara una enfermedad bien fuerte que lo hiciera recapacitar. Y ese día llegó. Fue el 17 de octubre de 2004. Era domingo llevaba cinco días bebiendo. De pronto en la noche, empezó a sentir que el alma se le salía por el vientre. No aguantaba el cólico y vomitaba sangre sin parar.

La señora Gómez llamó alarmada al hospital local y mientras le relataba al médico de turno los síntomas, Edwin, que nunca fue de ir a hospitales, asustado, aceptó acudir por urgencias.

Tan pronto le hizo el triage, el médico de turno lo remitió en ambulancia para la Clínica El Rosario, de Medellín y al día siguiente, lunes festivo, estaba en el hospital Pablo Tobón Uribe practicándose un examen riguroso que arrojó un diagnóstico lapidario. A la corta edad de 23 años estaba en medio de una pancreatitis.

—Si usted se toma otra copa de alcohol, se muere —le dijo el especialista.

“Miré a mi madre y le dije: yo sé quién me va a ayudar”. Al lado de ambos estaba Juan David Betancur, un amigo que hacía tres años lo había llevado a un grupo terapéutico de Alcohólicos Anónimos. En el momento inicial de las visitas, Edwin se había conmovido con las historias que contaron los demás, sintiendo que se identificaba con sus experiencias, pero la adicción le podía más, de manera que nunca asumió un compromiso de abstinencia.

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“Hoy lo puedo decir muy tranquilo, pero en ese momento estábamos ad portas de diciembre y pensé que no iba a ser capaz. Quise tirar la toalla más de una vez, pero Alcohólicos Anónimos fue la tabla de salvación de mi vida”, dice al recalcar que si no es por la pancreatitis y por la ayuda que le dieron sus padrinos de AA no estuviera vivo.

“Hace mucho rato hubiera recaído porque cuando llevaba ocho meses sin beber me tomé unas pastillas para quitarme la vida, porque caía en depresiones cuando veía a mis amigos farriando; llegaba a la casa a morder la almohada, llorando, porque sentía que no iba a ser capaz”.

En esas, hasta llegó a maquinar la posibilidad de irse a acampar, llevar una garrafa de aguardiente y unos gramos de “perico” para quitarse la vida. Y ni modo de pensar en internarse en un centro de recuperación de adicciones porque los recursos económicos no daban. Nadie, ni siquiera él, daba un peso por su recuperación, pero hoy cuenta con orgullo que lleva ya 22 navidades sin recaer.

Edwin dice confrontarse constantemente para dimensionar lo cerca que estuvo de malograr su vida. FOTO: ESNEYDER GUTIÉRREZ
Edwin dice confrontarse constantemente para dimensionar lo cerca que estuvo de malograr su vida. FOTO: ESNEYDER GUTIÉRREZ

***

Los coqueteos con la política vinieron después de trasegar en su nueva vida por oficios como el de comerciante y estampador. En 2008 se había ido para Bogotá en busca de nuevas oportunidades laborales, ya que en el Valle de Aburrá se le habían cerrado las puertas. Comenzó a vender mercancía en las calles del centro y con las ganancias compró una máquina de estampación con la que montó un taller pequeño en el barrio Olaya y después en un centro comercial de la carrera séptima con 24.

En esa etapa tuvo una hija que hoy pasa por sus 13 años de edad y con otros compañeros de AA se dedicó a dictar talleres de prevención en colegios y empresas.

Sin embargo, de nuevo la lucha por la subsistencia en la capital se puso color de hormiga y decidió retornar a la casa materna sin un céntimo en el bolsillo.

Su madre, Nancy del Socorro Gómez, sufrió todas sus crisis con las adicciones y fue su apoyo infatigable.<span class=mln_uppercase_mln> </span><span class=mln_uppercase_mln>FOTO</span> <b><span class=mln_uppercase_mln>cortesía</span></b>
Su madre, Nancy del Socorro Gómez, sufrió todas sus crisis con las adicciones y fue su apoyo infatigable. FOTO cortesía

La coincidencia es que ese 2015 era un año preelectoral y un viejo amigo de los scouts le propuso que hicieran campaña juntos para buscar repetir curul. A la par, haciendo gala de su oficio de estampador, él se dedicó a recorrer pueblos ofreciéndoles a los candidatos de mayor opción fabricarles mangas para cubrir del sol, estampados con su imagen.

Al ganar su candidato, le ofrecieron un cargo en la administración de Copacabana, pero tenía que ser operativo porque hasta ese momento no había cursado ningún estudio superior, No obstante, ahí se le abrió la oportunidad de escalar por sus capacidades a la par que se fue preparando.

Edwin se presentó a trabajo social en el Tecnológico de Antioquia y la época de graduación coincidió con las siguientes elecciones, de manera que se presentó como aspirante y ganó un puesto al Concejo, con 600 votos.

El paso por las calles y su posterior preparación académica en el campo social le han servido para enarbolar una plataforma política basada en la recuperación de adicciones y en defensa de los intereses de los adultos mayores y la población de calle.

Esta semana, mientras recorría de nuevo los alrededores del puente de La Macarena, donde pasó tantos días perdido entre peas y trabas, un grupo de profesionales del Distrito trataba de convencer a un habitante de calle que estaba tirado junto a un árbol de que permitiera que lo llevaran a un hospital, pues acababa de sufrir algo parecido a una convulsión.

El concejal de Copacabana trató de ayudar a disuadirlo, sin éxito. Casi llora pensando en lo bajo que lo hicieron también caer a él las adicciones, pero a la vez estaba conmovido por los logros que ha tenido después. Está vivo y de ñapa recuperó el respeto propio y el de su familia.

$!Edwin Gómez ganó las últimas elecciones al Concejo. Abajo, visitando el lugar donde se mantenía. FOTO: CORTESÍA
Edwin Gómez ganó las últimas elecciones al Concejo. Abajo, visitando el lugar donde se mantenía. FOTO: CORTESÍA
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