Un miércoles a las 9:00 de la mañana en el Parque de las Luces, al frente de La Alpujarra, en el centro de Medellín, de alguna tienda sale un vallenato, el sol da pleno y dan ganas de rascarse los brazos, sentarse en la sombra y tomarse una cerveza. En los edificios públicos apenas empieza la jornada. En el parque solo hay un par de vendedores ambulantes de frutas y, en las sillas, algunos habitantes de calle ya despiertos, fumando o viendo pasar el día.
Hay también una cuadrilla de hombres de edades variadas, probablemente más jóvenes de lo que aparentan, unos con escobas, otros con recogedores, y con unas bolsas plásticas rojas. Van vestidos con una camiseta azul rey de la Alcaldía que se ve tan limpia y lisa que hace pensar que se la pusieron ese día a sabiendas de que tenían visita.
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Los hombres que esta semana llevan las bolsas rojas y las camisetas nuevas estaban, un mes antes, sentados fumando y viendo pasar el día. Ahora hacen parte de un programa de resocialización que tiene la Alcaldía con el que buscan volver a integrarse social y económicamente y salir de la marginación que implica vivir día y noche en la calle.
No significa eso que la alternativa que da el distrito para salir de la calle sea barrerlas. Las jornadas de aseo son solo una de las actividades que quienes quieren acceder a los programas de resocialización hacen como parte de un “preproceso”. Es un periodo de prueba en el que deben demostrar la voluntad para seguir recibiendo la oferta del distrito que después se complementan en “La Granja”, una finca en Barbosa donde pasan casi 10 meses intentando cambiar los hábitos que los llevaron a la calle y emprender un nuevo proyecto de vida.
Es decir: si un habitante de o en calle (más abajo explico la diferencia) quiere la ayuda del distrito, primero debe ir al Centro Día o a los centros de atención transitoria que hay en San Juan y en Barrio Triste y decir que quiere hacer parte del proceso de resocialización. Luego, pasar la prueba de los 21 días, en los que tendrá actividades desde las 6:30 a.m. hasta las 5:00 p.m. (limpiar las calles entre esas). Ahí le dan comida, aseo y dormida. Luego, si se gradúa en esas tres semanas, pasa a La Granja, de donde se espera salga ya listo para volver a entrar a la sociedad que en algún punto lo dejó al margen.
Desde la secretaría de Inclusión Social dicen que en Medellín hay aproximadamente 8.000 habitantes de o en calle, una cifra que se multiplicó en los últimos años (en 2019 eran poco más de 3.000) por diferentes factores como la pandemia, la migración, la pobreza y la desatención de algunos programas sociales. Esa diferenciación entre habitantes de y en calle dice la administración que es fundamental a la hora de abordar el problema. La diferencia depende de cuánto tiempo lleve en la calle, de qué tan nocivos sean los hábitos y de si tiene una red de apoyo o no, entre otras cosas.
En la cuadrilla de las bolsas rojas hay de todo. Cuando Henry, el psicólogo que los acompaña, pregunta quién se quiere hacer famoso el primero que salta de la silla es Duván.
Duván nació hace 27 años en el barrio Caicedo, oriente de Medellín, y consumió cocaína desde que tenía 11. Hace 20 días fue la última vez que lo hizo en un intento por mantenerse mucho tiempo sobrio. Duván es flaco, trigueño, tiene la cara afilada, lleva una gorra plana, el motilado rapado a los lados con las colas largas. Está recién afeitado. Dice que dejó el colegio en noveno grado porque hubo un momento en el que ir implicaba cruzar una frontera entre los combos del barrio. Al programa llegó hace un mes pero en los primeros días flaqueó. Si nada extraordinario ocurrió en la última semana, cuando este artículo se publique Duván va a estar en La Granja. Su hermano también consumía pero se rehabilitó y a su papá lo dejaron hace 14 años solo en el barrio por alcohólico.
—¿Por qué entró al programa?
—Porque no quería verme como un indigente. La idea es dejar el consumo totalmente y poder obtener ese chaleco azul, ¿si me entiende?
Henry, el psicólogo, tiene uno de esos chalecos azules que quiere Duván. Es el distintivo que usan los profesionales del programa que recorren la ciudad buscando que más personas dejen de vivir en la calle. El año pasado eran 25, este año ya son 108, según la secretaría de Inclusión.
—¿Qué es lo más difícil de la calle?
—La comida. Usted se hace menospreciar por un plato de comida. Llegar a una panadería y decir que tiene hambre que no tiene como sobrevivir”.
Duván es un habitante de calle.
El segundo en atender el llamado de Henry es John. John es todo redondo y bonachón. Una rareza. Además, parece de la edad que tiene: 59. Es el más viejo del grupo. Nunca le gustaron las drogas porque le bajaban la borrachera y lo suyo era estar borracho.
Es chef, administrador de empresas y profesional en mercadeo. Recorrió el Caribe y el Mediterráneo durante casi 20 años cocinando, pero sobre todo bebiendo en los cruceros. La comida italiana y el sushi eran lo suyo. Se casó y tuvo una hija. Vivió 17 años en España.
—Mi esposa también era alcohólica y en el mercado echaba 7-8 botellas de vodka. Yo podía empezar a beber a las 4:00 o 5:00 de la mañana. Me di cuenta de que hacía mejor mi trabajo cuando estaba borracho o prendido que cuando estaba sobrio”.
—¿Y cuándo le daba el bajón?
—¿El delirio? No, hermano, eso era horrible. A mí me daban pesadillas, yo me metía debajo de la cama, era terrible todo eso, por eso el consumo era continuo. Yo me metía tres rascas al día.
Se separó y volvió a Colombia hace 9 años. Ayudó a montar algunos de los restaurantes de sushi más reconocidos de la ciudad y del país, montó un negocio propio en Puerto Berrío, pero se lo gastó todo en el casino, aguardiente y prostitutas.
—¿Cómo fue que terminó aquí?
—Mi papá se murió el año pasado y nos quedó una finca con mis hermanos. Ellos me dijeron que con eso me ayudaban para montar un negocio y que yo volviera a empezar. Mi hija también se animó y me empezó a mandar plata, yo me monté en esa película, pero manipulando para poder comprar trago. Entre enero y junio me bebí $65 millones.
Cuenta que se iba para Rionegro a buscar locales que estuvieran en construcción para tomarles fotos y decir que el negocio iba bien. Cuando se dieron cuenta, la hija y los hermanos le dejaron de hablar. Vendió el iPhone que le había regalado la hija y se encerró en una pieza del centro a tomar aguardiente hasta que se le acabó la plata y llegó a bañarse al Centro Día. Ahí empezó el programa que espera seguir en La Granja.
John es un habitante en calle.
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La población de y en calle es uno de los principales problemas sociales que tiene en este momento la ciudad, pues no es solo sinónimo de pobreza y mendicidad, sino que viene acompañado, entre otras cosas, de microtráfico, violencia, abuso y enfermedades.
Desde la alcaldía no solo aumentaron el número de educadores, sino que también expandieron la capacidad de los centros de atención: Centro Día pasó de 1.200 a 2.000 personas diarias y en los otros centros transitorios se ampliaron los horarios hasta las 6:00 p.m. Hay hotel hasta para 50 personas.
Ese esfuerzo adicional también se ha visto reflejado en el presupuesto. La alcaldía pasada dejó aprobados para este año $25.410 millones para atender a esta población, pero en el plan de inversiones que acabó de presentar la alcaldía en el concejo para el próximo año hay presupuestados $35.000 millones. Esto es un aumento del 37%.