Entre los discursos y ‘carretas’ del valle de Aburrá más fácilmente desmontables con cifras es el que han pregonado todos los alcaldes en las últimas dos décadas sobre su supuesta lucha exitosa para recuperar y devolverles a los ciudadanos el espacio público perdido entre el cemento. Según el Instituto Humboldt y el Área Metropolitana, entre 2006 y 2022, siete de los diez municipios perdieron área de espacio público verde por cada habitante.
El parámetro de la OMS indica que cada ciudadano debe tener entre 10 y 15 metros cuadrados de espacio público efectivo, es decir, zonas caminables, arborizadas, lugares abiertos donde pueda realizar actividades de ocio, recreación y cultura. Mejor dicho, donde pueda habitar, vivir la ciudad.
Pero los datos en el Valle de Aburrá son contundentes: desde 2006, Sabaneta pasó de tener 12,6 metros cuadrados por habitante, siendo el único municipio que cumplía con los parámetros internacionales, a tener solo 4,96 m²/h en 2022. Es el caso más grave y las razones de esto saltan a la vista con uno de los crecimientos urbanísticos más emproblemados de todo el país.
Pero en los otros municipios tampoco escampa. Medellín tenía 6,17 m² de espacio público verde por habitante en 2006 y pasó a tener 4,79 m² el año pasado. Girardota tenía 6,88 m²/h. y ahora tiene 3,15 m²/h; Caldas tenía solo 4,30 m²/ h. y ahora escasamente le alcanza para ofrecerle 2,15 m²/ a sus habitantes.
Itagüí, uno de los municipios donde los últimos alcaldes más han hablado de supuestos triunfos en pro del espacio público, pasaron de 4,20 m²/h. hace 17 años a 3,89 m²/ /h. el año pasado.
En cuanto a La Estrella y Envigado, ambos tenían en 2006 poco más de 6 metros cuadrados por habitante y ahora escasamente superan los 4,24 m²/ h. y 4,66 m²/ h., respectivamente.
Entre los que se ‘salvan’ están Bello, que tenía 4,10 m²/ h. en 2006 y el año pasado tenía dicha cifra en 5,61 m²/ por habitante; Copacabana y Barbosa fueron los más destacados: el primero pasó de 3,33 m²/ h. a 5,22 m²/ h. y el segundo, avanzó de 4,70 m²/ h. a 7,63 m²/ h.
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Sin embargo, todos en general siguen estando lejos de tener un territorio óptimo, saludable y digno para sus ciudadanos. También comparten los factores de fondo que llevaron a ese déficit de espacio público.
Lo que explica Juan Fernando Zapata, coordinador del programa Defensa y Transformación social del Territorio de la Corporación Región, para el caso de Medellín es aplicable en buena medida a los demás.
Según él, el modelo de expansión y densificación urbana y el consecuente hiperdesarrollo inmobiliario no estuvo ligado en las dos últimas décadas al cumplimiento de las compensaciones urbanísticas, las que estaban llamadas a garantizar que con cada nuevo edificio, con la progresiva densificación de una zona, llegaran parques, andenes, equipamientos a cuadras y barrios. Señala que las administraciones ni siquiera tuvieron el rigor de hacerle seguimiento al dinero y a las deudas de las constructoras para garantizar estas compensaciones.
Lo que ha explicado el cofundador de Urbam Eafit y exdirector de la EDU, Alejandro Echeverri, es que en realidad el indicador estándar de espacio público es irrelevante. Es decir, que Medellín, por ejemplo, bien podría tener grandes parques que le permitieran cumplir dicha meta. Sin embargo, si estos son de difícil acceso para los ciudadanos ese indicador sería casi inútil.
Por eso Echeverri habla de sistemas de espacio público como aquellos que garantizan pasajes peatonales a escala barrial, pequeños parques, andenes que los habitantes de los barrios, sobre todo los periféricos, encuentren a unos pocos minutos a pie de sus casas y que a su vez tengan algún tipo de conexión con el resto de la oferta de la ciudad.
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Después de un paso inicial hacia esa dirección que dio la ciudad a comienzos del siglo, las dos últimas alcaldías marcaron nuevamente un retroceso. La administración actual fue impecable en el diagnóstico del problema, pero se rajó en la ejecución.
El Plan de Desarrollo de Daniel Quintero fue enfático en señalar que una de sus prioridades era construir nuevo espacio público para reducir su déficit en la zona nororiental y los corregimientos; y de recuperar y reconstruir el espacio público de las zonas noroccidental y centro oriente, ahogado por los asentamientos informales, con nuevas zonas verdes y áreas para esparcimiento y la recreación.
De manera acertada, el Plan de Desarrollo 2020-2023 priorizó, sobre el papel, el mejoramiento del espacio público y nueva conectividad urbana en las comunas de Castilla, Doce de Octubre, Robledo, Villa Hermosa, Buenos Aires y San Javier a través de Proyectos Urbanos Integrales –PIU–.
Quintero se planteó cifras ambiciosas. Se propuso construir 5’954.810 metros cuadrados de espacio público y 104.766 de proyectos urbanos integrales con impacto zonal en las últimas seis comunas mencionadas, era el doble de la meta que se había planteado la alcaldía de Federico Gutiérrez.
Medellín quedaría, prometió Quintero, con el equivalente al área de 47 veces la cancha del Atanasio Girardot en espacio público nuevo. Sin embargo, según lo denunció el colectivo Low Carbon City, lo que hizo el alcalde fue presentar los mejoramientos de espacio público ya existente como si fuesen espacios nuevos. Pero ni siquiera así se acercó a la meta y se irá debiéndole a la ciudad el equivalente a 23 veces la cancha del Atanasio Girardot en espacio público.
Quintero cabalgó en su gobierno con la promesa de hacer justicia y acabar con el inequitativo reparto del espacio público que particularmente han padecido los habitantes de todo el norte de Medellín. Sin embargo, la gran obra de Parques del Río Norte tenía un avance del o% hasta hace cinco meses y a los barrios tampoco llegaron los proyectos zonales.
Eso sí, ni sus antecesores ni los mandatarios de los otros municipios del Aburrá pueden hablar muy duro sobre el tema porque su ineficacia para devolverle la ciudad a sus habitantes es evidente.