Una persona sale desde su casa en el corazón de uno de los barrios encaramados en las laderas de Medellín. Arrastra los pies. Hace unos meses le diagnosticaron depresión después de toda una vida sin poder ponerle nombre a eso que desde joven se apoderó de su vida. Lleva un sobre en una mano que le pesa como un bulto y siente que todo le agrede: el sol y la mirada de la gente.
Desde hace días que come mal y duerme peor y piensa que, tal vez, ir en compañía de alguien reduciría un poco la angustia que siente en cada paso. Pero la realidad es que la lista de personas con las que cuenta se ha reducido. La depresión ha sido implacable en aislarla del mundo. Si le va bien será una hora de viaje en alimentador y metro. Pero entre el violento ruido de la ciudad, los tacos, los tumultos en el metro, entre empujones e insultos y el poco aire, esa hora bastará para que proyecte toda su vida con la convicción de que nunca va a mejorar, que lo que tiene le perseguirá el resto de su vida, y luego le arderá el pecho otra vez recordando las veces en que familia, amigos y compañeros le han dicho que necesita pensar positivo, que es infeliz porque quiere.
Después de cruzar media ciudad pasará las próximas tres o cuatro horas haciendo fila para que su EPS le entregue el medicamento que le recetaron, solo para recibir como respuesta que no está disponible y que puede llevar uno que supuestamente es lo mismo, y que recibe aunque no sabe si tomarlo, porque prefiere esperar a que el psiquiatra lo revise, pero para la próxima cita tardarán tres o cuatro meses. Y todavía debe volver a su casa. Pero antes se sienta en una acera buscando fuerzas y se queda como en blanco.
Es una historia real, pero es también un patrón en la ciudad.
Sobre salud mental en Medellín se conocen algunas cifras y datos. En 2023 hubo 834.262 diagnósticos por algún trastorno mental (del humor afectivos; esquizotípicos; trastornos por uso de psicóticos o alcohol; o relacionados con estrés y somatomorfos como ansiedad, cuadros neuróticos o reacción al estrés grave y por problemas de adaptación). También se sabe que 870 personas se suicidaron en la ciudad entre 2020 y el pasado mes de mayo.
Se conoce también que existen líneas de apoyo y urgencia y escuchaderos en estaciones del metro y algunos barrios donde cualquier persona puede buscar ayuda.
Pero las cifras por sí solas no explican mucho. Poco se habla y poco se sabe de lo que pasaron esas personas antes de recibir un diagnóstico y de lo que ha pasado después de este; si recibieron el tratamiento o la atención que necesitan, o qué barreras han encontrado para recibir la ayuda que requieren.
Lea: Así impacta la adicción a internet en el cerebro adolescente
La secretaria de Salud Natalia López Delgado reconoció en el Concejo que la crisis en salud mental tiene desbordada la capacidad de respuesta del Distrito y que actualmente trabajan en el fortalecimiento de Metrosalud y en conjunto con la red privada para aumentar la capacidad instalada para la atención clínica de pacientes con trastornos mentales.
Pero el panorama que entrega la Personería sobre barreras y obstáculos, tras documentar miles de casos en los últimos cuatro años, es desolador. En su orden están: diagnósticos tardíos, erróneos, tratamientos inaccesibles, insuficiente infraestructura hospitalaria y de camas psiquiátricas, baja disponibilidad de psicólogos y psiquiatras, mínima capacidad en servicios de urgencia, citas inalcanzables y en general un pobre presupuesto para atender una de las grandes crisis de salud pública que afronta la ciudad.
Medellín, al igual que Colombia a nivel general, tiene una capacidad de dos psiquiatras por cada 100.000 habitantes. Es una cifra vieja prepandémica que, según opinión generalizada de expertos, no ha mejorado mucho.
Lo que sí sabe es que el panorama en Medellín ha empeorado. La capital antioqueña es junto a Cali la ciudad con más casos de suicidio y una de las de mayor prevalencia en trastornos mentales pospandemia.
La ayuda que nunca llega
Eliana Taborda es médica psiquiatra y docente de la Facultad de Medicina de la Universidad CES. Integra el equipo de la estrategia de Atención Primaria en Salud que desde hace seis años comenzó a ejecutar el CES en la Comuna 2-Santa Cruz, una de las dos comunas más pobres y la más densamente poblada de la ciudad.
Es una de las estrategias de salud pública más consolidadas que tiene la ciudad actualmente y en su componente de salud mental busca acercarse a las exigencias de la OMS respecto a la necesidad de llevar esta oferta a las comunidades, de enfocarse en la atención del primer nivel, en la prevención, de ir a los determinantes sociales detrás de los trastornos mentales (violencias intrafamiliar y basadas en género, pobreza, malnutrición, desnutrición infantil, problemas perinatales, entre otros).
Los seis años de trabajo en la comuna les ha dejado, cuenta Taborda, la convicción de que es en la población preadolescente y adolescente donde hay que centrar la mayoría de los esfuerzos pues explica que una psicoterapia junto con intervención familiar y atención de los determinantes sociales aproximadamente a los 14 años tiene casi el 100% de opciones de garantizar una remisión, es decir, que ese o esa joven pueda superar el trastorno y tener una vida en condiciones más plenas.
En las intervenciones comunitarias del equipo de psicólogos y psiquiatras en la comuna dice la doctora Taborda que han atestiguado cómo los jóvenes, lejos de mostrarse apáticos –como podría pensarse– han convertido la salud mental en un asunto prioritario en sus vidas. “Si uno les pregunta, ‘chicos, ¿si tienen pensamientos suicidas saben a qué ayuda acudir? Y ellos recitan de memoria las líneas de apoyo, las rutas de atención. Buscan información para entender lo que les pasa”, pero luego se chocan con la realidad del sistema.
Taborda y su equipo tienen actualmente pacientes niños, niñas y adolescentes a los que lograron acercar a una psicoterapia inicial con su programa pero que requieren entrar a tratamiento formal en el sistema de salud y que llevan dos años esperando una cita de psicología general en EPS. “Ni siquiera psiquiatría ni psicología clínica que es lo que realmente necesitan”, dice.
Y las líneas de apoyo, aunque han aumentado su capacidad en los últimos años, siguen siendo insuficientes. Los casos que ha presenciado Taborda son dolorosos. Jóvenes que en medio de una crisis, tras esperar varias horas en la línea de ayuda, optaron por ir a buscar drogas para intentar evadirse.
“Para un adolescente en los barrios de la ciudad que están en un sufrimiento emocional enorme le es más fácil encontrar una sustancia psicoactiva o a un granizado de alcohol –tan populares en los barrios– que acceder a psicoterapia o a primeros auxilios psicológicos”, retrata.
Para la psiquiatra, cuando se habla de barreras para el acceso oportuno a servicios de salud mental, existe un abordaje erróneo que se central excesivamente, a su juicio, en el tema de la infraestructura: cantidad de camas, hospitales y demás, dejando de lado la premisa de la OMS de centrar la mayor cantidad de esfuerzos y recursos en garantizar que una persona no tenga que llegar hasta el punto en el que requiera una cama psiquiátrica o alcance un grado de difícil retorno en su trastorno. “Ahí es cuando empieza la puerta giratoria para los pacientes, lo que llaman hospitalocentrismo. No hay un sistema de salud que aguante eso”.
También le puede interesar: El calentamiento global aumenta los suicidios en el mundo, según estudio
La manera de revertirlo, apunta, es llevar los servicios de salud mental a las comunidades de la mano de la atención primaria en salud.
Entre las estrategias públicas que más se han acercado a ese postulado en los últimos años están los escuchaderos, 33 distribuidos por varios barrios y estaciones del metro.
Taborda considera que los escuchaderos como estrategia de orientación y atención primaria en psicología es muy acertada, pero le faltan dientes. Y es que aunque líderes y organizaciones comunitarias en la ciudad valoran su presencia en los barrios señalan que el personal a cargo son como personas orquesta: atiendan a los residentes del barrio, reciben casos de colegios en la zona, atienden líneas y llenan planillas. La conclusión en las diferentes comunas es que hace falta presupuesto para fortalecer su capacidad de atención.
Pero también hacen falta estrategia focalizada. Según el informe de “Salud mental y seguridad en Medellín en tiempos de cuarentena”, uno de los pocos instrumentos que arrojan datos nuevos del impacto de la pandemia, la comuna donde más se reportó malestar psicológico severo fue en El Poblado, lo que sugiere que podrían haber algunos cambios en la dinámica social de la comuna que ameritan reorientar los enfoques de intervención en salud pública allí.
Habría que comenzar por revisar la oferta, pues en el barrido que realizó EL COLOMBIANO de servicios en salud mental en la ciudad, la alcaldía respondió que en El Poblado tiene dos escuchaderos (Eafit y el Lleras), pero según líderes comunitarios de la comuna estos prestan servicio de manera exigua.
Según Lina Bedoya, líder de promoción y prevención de la Secretaría de Salud del Distrito, la alcaldía desplegó la estrategia Medellín Te Quiere Saludable con Equipos Básicos en Salud- EBAS que trabajan en la caracterización, identificación, gestión y seguimiento de los riesgos en salud pública; y además, canalizan a los servicios de salud y activaciones de ruta en casos urgentes. Según Bedoya, entre las prioridades en el pilar de Agenda Social del actual gobierno están trabajar la prevención del comportamiento suicida, el consumo de sustancias psicoactivas y la prevención de las diferentes formas de violencias.
834.262
diagnósticos por algún trastorno mental presentó Medellín en 2023.