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Circo Medellín: el sueño que necesita oxígeno para no morir

Esta experiencia nació hace 14 años para preparar a los artistas callejeros y dignificarlos.

  • El Circo Medellín tiene dos funciones los domingos, pero en semana también atiende presentaciones a pedido de colegios o instituciones, además de que su elenco trabaja a domicilio. FOTO: Jaime Pérez
    El Circo Medellín tiene dos funciones los domingos, pero en semana también atiende presentaciones a pedido de colegios o instituciones, además de que su elenco trabaja a domicilio. FOTO: Jaime Pérez
04 de agosto de 2024

Domingo. 11:00 a.m. En un lugar ubicado en el vértice del cerro Nutibara que se forma entre la Avenida del Ferrocarril y la calle 30A un aroma dulzón anuncia que las crispetas están casi listas y esa fragancia evocadora de la infancia se mezcla de pronto con un olor a fritura, porque también al frente de la confitería hierven unas empanadas.

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El sol intenso de este día hace que los colores de una inmensa carpa circense se vuelvan más intensos. De unos bafles salen fanfarrias para amenizar la espera momentánea hasta que, de pronto, un maestro de ceremonias de rostro enjuto que a la vez controla el sonido desde un lado del escenario da la bienvenida al “gran Circo Medellín, el arte que sana” y anuncia que está a punto de comenzar “un espectáculo de calidad internacional”.

Luego, ante la evidencia de unas gradas para 300 personas en las que solo hay seis espectadores, añade que en este templo de la risa y la diversión son “muchos los llamados pero pocos los escogidos”.

La primera en salir a través del telón negro es Stepany, que asombra con sus acrobacias en un arco volador ubicado a por lo menos cinco metros de altura. Después pasan Manuelillo, un contorsionista con cabello largo, como de rockero de los 80 que dobla y desdobla el cuerpo como si estuviera hecho de gelatina; el payaso Javi-Javi (hijo del legendario Bebé) con su cámara gigante que saca imágenes y risas instantáneas; el malabarista Victorino con sus dotes de prestidigitador; el otro payaso Chochi que sale en escena y cuando ve la menguada asistencia hace amagues de irse si el público no le da un aplauso estridente; y el mago Naúl con los clásicos trucos de cartas y la infaltable escena en que parece despegarle la cabeza a su esposa y compañera de escenario. Pero antes del mago se ha presentado ya Carlos Álvarez, un mimo clown que ha recorrido el mundo con sus sketchs mudos.

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Este circo jamás fue una escuela formal pero desde sus inicios se trazó el objetivo de mejorar la técnica de los artistas que se ganan la vida en los semáforos y calles de la ciudad. Álvarez estima que les han dado instrucción más o menos a 50 jóvenes.

Chochi, el pequeño payaso de cabellos ensortijados y expresión vivaz es uno de los productos de este sueño colectivo que resultó de la conjunción de los anhelos individuales de Álvarez y un religioso español que vino a dar al encumbrado barrio 13 de Noviembre, en las laderas del cerro Pan de Azúcar, en el centro Oriente de la ciudad.

También personifica el eslogan de “el arte que sana” que identifica al Circo Medellín porque de ser un niño a punto de sucumbir al mundo de la calle, como muchos vecinos suyos, se orientó por el arte y lleva ya 18 años haciendo gozar a la gente.

“El circo me marcó positivamente, acá aprendí muchas técnicas, participamos en festivales nacionales e internacionales, y aparte Carlos nos enseñó muchos valores, porque siempre nos inculcaba que antes que ser artistas debíamos ser personas de bien”, dice.

El mismo Carlos cuenta otra anécdota donde el arte cumplió su función sanadora. Su protagonista fue una joven que ingresó al grupo pero se fue al tiempo y luego les dijeron que estaba en un lugar de reposo porque en medio de una función se había puesto violenta. Fueron por ella y estaba como ausente del mundo, pero por esos días participó en unas sesiones de danza oriental que le sirvieron de terapia. “A la semana ya reía y abrazaba”, apunta Álvarez.

Encuentro de dos anhelos

Cuenta el mimo que su primer encuentro con el circo fue a los 9 años, cuando vino a la ciudad el payaso Bebé —el que aparecía en la década de 1980 en el programa dominguero Animalandia— con todo un elenco de famosos que se ubicaron donde hoy queda el centro de ferias y espectáculos Plaza Mayor. A él lo llevaron de la escuela y quedó atrapado por las trapecistas vestidas de lentejuelas, pero sobre todo con los payasos.

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“Mi mamá se encartó conmigo porque me tuvo que llevar a cuanta carpa había. Si veíamos una carpita de perros calientes yo pensaba que era un circo; me ‘rayé’ con el circo y cuando crecí yo era el que la llevaba a ella”, relata.

Carlos llegó a planear volarse con cualquier grupo de los que llegaban a la ciudad, hasta que se inclinó más por el clown y el teatro, e hizo toda una carrera de reconocimiento internacional, pero ese bicho se le quedó pegado para siempre.

El Circo Medellín tiene dos funciones los domingos, pero en semana también atiende presentaciones a pedido de colegios o instituciones, además de que su elenco trabaja a domicilio. FOTO: Juan Antonio Sánchez
El Circo Medellín tiene dos funciones los domingos, pero en semana también atiende presentaciones a pedido de colegios o instituciones, además de que su elenco trabaja a domicilio. FOTO: Juan Antonio Sánchez

En tiempos en que a Álvarez lo trataban como a la estrella de la pantomima que era, a la par le ayudaba al hermano religioso Rubén Sánchez preparando un grupo de muchachos del barrio 13 de Noviembre. En esas estaba cuando un amigo le dijo que en Bogotá vendían una carpa y decidió invertir en ella todos los ahorros más un préstamo bancario por 50 millones de pesos.

La carpa se quedó guardada en un garaje y en una habitación casi un año, hasta que otro religioso amigo de Sánchez le vendió la idea de unir dos sueños, porque los muchachos querían también, como él, montar un circo.

Coincidentemente, al religioso español su comunidad lo había trasladado de nuevo para el país de origen y le dejó a Álvarez a esos muchachos como “herencia”.

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Alquiló una casa en Belén y se llevó a diez. La intención era crear una especie de escuela donde estos chicos aprendieran más y dignificaran su arte.

De manera coincidente, el mimo oyó de un pedazo de tierra en la base del cerro Nutibara que había sido botadero de basuras, un campo-escuela donde enseñaban a los niños cómo sembrar y, después, una especie de parque temático estilo Panaca, pero en miniatura; todos intentos fallidos.

En 2010 les propuso al alcalde Alonso Salazar y el secretario de Cultura, Miguel Úsuga, que le cedieran el lote de 7.000 metros cuadrados y aceptaron.

“Aunque no era permitido, los muchachos prácticamente se pasaron a vivir acá y como varios eran hijos de albañiles fueron haciendo cositas”, recuerda el mimo y director de la Fundación Circo Medellín.

La única temporada boyante que recuerda ha sido 2016, porque Comfama los contrató todo el año para que se presentaran en sus parques; les alcanzó para cancelarles quincenas a los artistas y hasta para comprar una segunda carpa que sigue instalada en la explanada a la que se llega después de superar unas escaleras a cielo abierto que parten de un recodo de la calle 30A con Ferrocarril. “Algunos hasta compraron su motico o arreglaron su casa”, evoca el mimo.

Después casi todos han sido tiempos aciagos, incluida la pandemia por el Covid-19 en la que rigió la veda a los espectáculos públicos.

Cada mes viven la odisea de reventar de donde sea para cancelar $1.600.000 de servicios públicos, más el mantenimiento de la infraestructura, más el desyerbe del césped, el costo de la vigilancia nocturna y, por supuesto, para pagarles algo a los artistas.

“Yo he estado a punto de tirar la toalla, porque uno vive penando y pensando cómo sobrevivir”, acepta Álvarez, que con su estampa y los méritos de su experiencia vital bien podría personificar al Quijote.

La situación es más crítica en los primeros meses del año, debido a que las gestiones para lograr los patrocinios por concepto de Salas Concertadas (del Ministerio de Cultura) y Salas Abiertas (de la Alcaldía) solo fructifican a partir de julio.

Hace dos meses, por ejemplo, tragaron saliva porque se les juntaron dos cuentas de energía y era inminente el corte, con lo que se ponían en riesgo las funciones dominicales de las once de la mañana y las cuatro de la tarde.

“Pensamos en acudir a cualquiera que fuera ‘pagadiario’ para reunir la plata y finalmente lo logramos a última hora del viernes. Lo que no queríamos era pasar la vergüenza de explicar por qué no había función”, apunta Carlos Álvarez, quien enfatiza que no le quieren pedir nada a nadie. “Lo que necesitamos es que la gente venga”.

Un buen empujón adicional sería que el Distrito de Medellín o empresas les compren paquetes de entradas, o que los colegios o entidades paguen por las clases que acá se pueden ofrecer para enseñar y divertir a niños y jóvenes.

El domingo en que EL COLOMBIANO los visitó, el mago Naúl bromeó antes de su acto con el público diciéndole: “No se preocupen por la cantidad de gente. Tranquilos que los demás no vinieron, pero mandaron la plata”, en una prueba de humor difícil de entender.

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