La hermosa casona de los García, en el cruce de la calle 48 Pichincha con la carrera 40 en el barrio Bomboná, está tan bien construida que en 44 años de habitada por la familia solo le ha salido una grieta en una baldosa. Ni el ruido y el caos de las afueras ha sido capaz de traspasar los gruesos muros.
De hecho, don Jairo, uno de los dueños, confiesa que lo único que despierta a los dos habitantes del hogar de casi 175 metros cuadrados son las loras que viven en el amplio patio. Los García habitan la casa desde 1979 y desde esa esquina han visto cómo el afán de progreso condenó a otras casonas del sector.
Pese a las bondades de la vivienda sus dueños han decidido ponerla en venta porque de los 14 hermanos ni l amitad la habitan y además un fallo en la edificación vecina que afectó estructuralmente uno de los muros principales de la casona la condenó a su inminente caída, por lo que el Dagrd ya declaró que debe desocuparse.
Por ello los García la están ofreciendo, pues una vez caiga la casa, el lote quedará disponible para que el nuevo dueño tal vez construya allí un parqueadero, tal como está sucediendo con varias viviendas antiguas del Centro.
Parqueaderos al alza
Basta dar un recorrido por barrios como Bomboná, Los Ángeles, Buenos Aires y algunos sectores de Prado Centro para ver como las antes elegantes fachadas están pintadas ahora de amarillo y negro señalando el acceso a un parqueadero, sobre todo para motos.
De acuerdo con Jorge Puerta –director de Corpocentro– la situación da muestra de dos hechos que parecen aislados pero que convergen en la actual problemática. Uno de ellos es el déficit de parqueaderos públicos y el otro tiene que ver con la imposibilidad de mantener en pie bienes arquitectónicos no declarados como patrimoniales.
En 2017, el Concejo de Medellín reveló un estudio de la Universidad Nacional en el que se indicaba que para ese año al Centro le faltaban 7.269 celdas de parqueo. Sin embargo, el faltante puede ser hoy mayor, debido a que la construcción de parqueaderos está limitada por las exigencias del POT para la adecuación de estos espacios en la zona.
De acuerdo con el arquitecto Luis Fernando González, especialista en Historia Urbana y Arquitectónica, tumbar casas viejas para montar parqueaderos es un asunto ya antes visto y que lo “nuevo” que tiene por mostrar es que esta vez se aplica para estacionamientos de motos. “Otra cosa es que ahora hay una combinación de factores entre demolición de las casas y adecuación de las mismas en las que incluso se meten plataformas y elevadores para volver las amplias construcciones en estrechos pasadizos para parquear”, apuntó.
El arquitecto dijo que los dueños de los predios prefieren volver sus casas parqueaderos buscando rentabilizarlas antes que invertir en ellas para otros usos más amigables.
“Así reciben más plata, no tienen que gastar mayor cosa pues el mantenimiento es mínimo e incluso en algunos de esos espacios la conversión roza la ilegalidad”, explicó.
El docente Reinaldo Spitaletta –uno de los hombres que más conoce las dinámicas del Centro– opinó sobre las casas antiguas de esa comuna. “Eso se ve sobre todo por fuera del perímetro de protección de Prado Centro. Vea lo que pasa por El Palo o por Sucre que se llenó de parqueaderos de motos. Todas esas casas que antes eran de la élite y que no fueron declaradas bienes patrimoniales –porque interesaba más el tema de rentas– hoy son estacionamientos. Y mañana veremos que ahí surgirán proyectos de torres, porque ese es un sistema de ‘engorde’ de terrenos para venderlos para edificios y negocios”, explicó.
De otro lado, en las casas declaradas como patrimoniales también se ha detectado que sus dueños prefieren dejar que el tiempo y el entorno las paupericen y las hagan inhabitables para que así las autoridades ordenen su demolición y, una vez estén en el suelo, puedan ofrecerse los lotes para nuevos desarrollos urbanísticos.
“Es una nueva barbarie”
Spitaletta señaló que el actual estado de las casas antiguas de Medellín se deriva de una “nueva barbarie” en la que los factores económicos se anteponen sobre las declaratorias patrimoniales de estos bienes. “Lo que prima aquí no tiene nada que ver ni con la cultura, ni con el urbanismo ni con la preservación del Centro como patrimonio y memoria sino que la prioridad va de la mano de las ganancias y las plusvalías. Y acá no hay oposición a eso, a lo que uno se opone es en la forma en que van arrasando todo, cosa que no pasa en otras partes del mundo”, apuntó el docente.
De hecho, un propietario de una estas casas admitió que las políticas de preservación y de apoyo a los bienes de interés cultural siguen siendo insuficientes pues estas deberían ir más allá de descuentos en impuestos y apostar más al apoyo en arreglos y mantenimientos, así como reducción en la tarifa de servicios públicos. “Por eso uno poco o nada gana con que le declaren la propiedad como patrimonio pues no se puede hacer nada con ella. Y encima nos siguen cobrando impuestos altísimos”, dijo.
¿Soluciones insuficientes?
En contraste a esta situación, y como una forma de preservación autogestionada, varias casonas se han convertido sin mayores intervenciones en bares, cafés, funerarias, restaurantes, teatros e incluso inquilinatos y salas de masajes, lo que ha logrado conjugar el rédito económico de los dueños con la conservación de las casonas.
Sin embargo, tanto Spitaletta como González abogan por una solución más integral que comprometa en mayor medida al Estado y a los actores del Centro para salvar a las casonas de su actual situación.
“Lo que hacen los privados está muy bien en el corto plazo. Pero acá siempre abogamos por soluciones simples y el problema del Centro es integral y tiene que ver desde lo estructural hasta lo coyuntural. Toca la movilidad, las rentas legales e ilegales y las economías formales e informales. Cualquier solución como la que plantean algunos empresarios, pero que se toma de forma individual o aislada, no es suficiente”, puntualizó González.