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Don Darío, el barbero de 90 años que dice ser el más barato de Medellín

En los bajos de la estación Prado del metro tiene la barbería en la que un corte puede costar $2.000 o $3.000 y hasta fía.

  • La barbería es el único modo de sustento que tiene don Darío y del que depende hasta para pagar donde dormir cada noche. FOTO Julio César Herrera
    La barbería es el único modo de sustento que tiene don Darío y del que depende hasta para pagar donde dormir cada noche. FOTO Julio César Herrera
  • La barbería de don Darío queda en los bajos de la estación Prado del metro y un corte puede costar $2.000 o $3.000 y hasta fía. FOTO Julio César Herrera
    La barbería de don Darío queda en los bajos de la estación Prado del metro y un corte puede costar $2.000 o $3.000 y hasta fía. FOTO Julio César Herrera
  • Fabio Londoño va desde Belén a hacerse el corte con don Darío, pero también lo visita todas las semanas para conversar o jugar ajedrez. FOTO Juan Pablo Estrada
    Fabio Londoño va desde Belén a hacerse el corte con don Darío, pero también lo visita todas las semanas para conversar o jugar ajedrez. FOTO Juan Pablo Estrada
  • Don Darío hace cortas y trabaja barbas, pero dice no presta servicios en cejas. FOTO Juan Pablo Estrada
    Don Darío hace cortas y trabaja barbas, pero dice no presta servicios en cejas. FOTO Juan Pablo Estrada
25 de mayo de 2024
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Lejos estaba de imaginarse José Darío que lo que aprendió de barbería en su pueblo natal, cuando estaba niño, sería el oficio que desempeñaría en la última etapa de su vida. Lo había practicado en otras ocasiones, pero convertirlo en modo de sustento fue la única opción que tuvo hace 21 años. Ahora, con 90, se sigue concentrando con firmeza en las cabezas que ponen en sus manos y mueve con paciencia cuchillas, máquinas, peines y tijeras. Cree que la fama no es motivo de orgullo por sí sola, pero él se siente orgulloso de la suya: ser uno de los barberos más baratos de la ciudad.

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—Yo me llamo el viejito José Darío Zapata González. Trabajo barbería transitoria. Soy el barbero que trabaja más barato en Medellín. Le sirvo al que necesita, le sirvo con plata y sin plata. Es una idea mía, tratar de servirle al prójimo es una idea personal.

Don Darío, como le dicen muchos, comenzó cobrando $1.000 en el antiguo Bazar de los Puentes, desmontado en 2014, cuando Aníbal Gaviria era alcalde, para combatir “expendios de droga”. Allí estuvo una década antes de que los sacaran y se fueran a los bajos de la estación Prado del metro, donde ha permanecido otros 11 años. Él cogió su pedacito como todos los demás y levantó el negocio en el que ahora si mucho cobra $5.000, pero también hace trabajos por $2.000, $3.000 o lo que el cliente lleve en el bolsillo.

Esa generosidad —que él reconoce de vuelta en quienes se hacen un corte o se afeitan solo para apoyarlo— ha cobijado a los que no cargan un peso encima, porque aún así don Darío les presta el servicio fiado, aunque varios no volvieron para pagarle. En contraprestación, pocas cosas le dan tanta alegría como que agradezcan su servicio. Cree que es algo mítico cuando otros tan bondadosos como él pagan $10.000 o $15.000, el doble o el triple de lo normal.

Con la barbería no me he superado mucho, pero he subsistido. Desde joven les ayudo a muchas personas sin plata, necesitadas de hacerse la barbería. Es una devoción. Si la persona tiene necesidad del servicio y no tiene plata, yo le hago el trabajo que necesite y después me paga. A veces no pagan, a veces pagan más.

Cuando su madre estaba viva solía decirle que no se acercara mucho a las malas compañías, porque las malas compañías son contagiosas. Y para él eso es tan cierto como que lo bueno de otros también se contagia; él quiere esparcir empatía, buen trato a los demás. Don Darío parece gentil desde la primera vista; antes de hablar se toma unos segundos para pensar, como si dijera primero en su mente lo que luego saldrá de su boca.

La barbería de don Darío queda en los bajos de la estación Prado del metro y un corte puede costar $2.000 o $3.000 y hasta fía. FOTO Julio César Herrera
La barbería de don Darío queda en los bajos de la estación Prado del metro y un corte puede costar $2.000 o $3.000 y hasta fía. FOTO Julio César Herrera

“La simpatía alimenta”

Tiene sonrisa melancólica, a veces ríe con aire de resignación y otras con ironía, como en una especie de reproche silencioso que se le sale sin querer cuando cuenta historias como aquella en la que siendo un niño de 11 años tuvo que ir por orden de su mamá a donde el sacerdote a pedirle algo de comida donada para las familias más pobres. Después de vencer la pena y decidirse a hablar, el párroco lo devolvió con las manos tan vacías como su estómago, pero con el corazón lleno de indignación, casi un resentimiento que confiesa sentir todavía.

—Eso me cayó muy mal. Yo muerto de hambre, todos en la casa muertos de hambre. En la vida se presentan testimonios buenos y malos. Y los curas, como hay unos malos, hay otros muy buenos y queridos.

Era 1945, poco antes de que se impusiera la época de la Violencia en el país. Por eso, recuerda don Darío aún con enojo, el cura de tinte conservador fue indolente ante el hambre de una familia liberal. Vivían entre las montañas de Betulia, en el Suroeste antioqueño, enmarcados en cielos nítidos y paisajes imponentes, pero tuvieron que soportar carencias y sufrir mucho. Eran 14 en total: la madre, el padre, 8 mujeres y 4 hombres. Don Darío era el penúltimo y hoy el único que queda.

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—No he vuelto. Ya en Betulia soy forastero. No conozco a nadie y nadie me conoce. Pero hay otros detalles que tengo para decir, es que sufro un poquito de alzhéimer. Ya estoy solito. Se fueron los trece y falta el catorce, que soy yo.

Dice que fue el primero en dejar el hogar campesino para buscar oportunidades y así terminó en Medellín. Apenas entrando a la adolescencia, José Darío aprendió nociones de barbería y sastrería con un señor del pueblo, pero las agujas no eran lo suyo. Desde los 13 años tuvo la urgencia de conseguir un trabajo, de conocer algo más que las tierras del Suroeste.

Se prometió que aprendería a manejar carro, una obsesión que tuvo desde que vio conduciendo a una joven mujer un poco mayor que él. Con ese deseo se fue presentando a conductores de bus, saludándolos y limpiándoles el vehículo para que lo dejaran acercarse y aprender.

Se ganó la confianza, le enseñaron, aprendió viendo, consiguió la licencia y le soltaron la primera ruta para que empezara a trabajar. Fue un sueño cumplido llegar a Medellín y todavía más ser conductor durante 42 años sin tener ni el primer accidente en rutas de Aranjuez, Santa Cruz, Manrique, Caldas, El Poblado, Boston o Bello. El sueño no le alcanzó para la pensión porque, según dice, algunos de sus primeros jefes no cumplieron con los aportes a la seguridad social.

Fabio Londoño va desde Belén a hacerse el corte con don Darío, pero también lo visita todas las semanas para conversar o jugar ajedrez. FOTO Juan Pablo Estrada
Fabio Londoño va desde Belén a hacerse el corte con don Darío, pero también lo visita todas las semanas para conversar o jugar ajedrez. FOTO Juan Pablo Estrada

—Cuando cumplí 65 años, ya las empresas no me miraban bien para darme empleo. Entonces, me dio por coger la profesión de barbería. Y como no me alcanza para pagar local, entonces trabajo transitorio en la calle. La barbería siempre la practiqué con mi propia mentalidad. Me acerco a un barbero y con solo acercarme ya le aprendo lo que está haciendo. De esa manera que yo me superaba acá, que hay tantos barberos mejores que yo, más expertos, pero yo no compito con eso, sino con fe y sabiduría.

Cuando partió de Betulia, allá quedó parte de la familia, que recuerda reunida, cocinando en diciembre natilla o sancocho incluso para los vecinos. Se fue sin saber que no volvería, que sus padres y hermanos seguirían sus pasos, aunque huyendo de la guerra. Como en muchas historias de Colombia, la familia se desintegró y a don Darío hoy le quedan primos y sobrinos lejanos, sus nietos y tres hijos.

Uno de ellos le siguió los pasos, se volvió barbero y trabaja con él. Don Darío valora la compañía de su hijo. Y se alegra incluso solo con que le pregunte si ya almorzó, porque tiene la certeza de que es una forma de mostrarle preocupación.

—Porque usted no cree, pero la simpatía alimenta. Ya para mí tengo poquitas aspiraciones, pero quisiera que el hijo que siguió mis pasos pueda ampliar más su puesto de trabajo y quede más acomodado.

A veces almorzar es un milagro y comer tres veces al día un lujo. Por eso, desde las 8:00 a.m. llega a armar la mesa sobre la carreta donde carga sus implementos. Esparce sillas en el diminuto lugar, cuelga las capas con las que cubre a los clientes, apila frascos, tijeras y organiza un tablero de ajedrez sobre una mesita.

El juego congrega a amigos y conocidos de don Darío, que suelen ir en grupos hasta de 10, a una partida o a recochar.

Don Darío hace cortas y trabaja barbas, pero dice no presta servicios en cejas. FOTO Juan Pablo Estrada
Don Darío hace cortas y trabaja barbas, pero dice no presta servicios en cejas. FOTO Juan Pablo Estrada

Así pasa los días, hasta que entrada la noche la policía los retira y viene la hora hacer cuentas. Cada día necesita $25.000 para vivir: $15.000 para pagar el dormitorio en el inquilinato, $6.000 para guardar las carretas y $4.000 para comida. Casi siempre se come los fríjoles con chicharrón por $2.000 o $3.000 que venden en el negocio contiguo, separado de la barbería solo por un plástico. En un día normal, don Darío puede tener cuatro clientes, pero en uno muy bueno pueden ir hasta doce. Por eso, hace malabares para equilibrar los días malos.

Cuando no lo logra y llega la noche sin conseguir lo del dormitorio no paga para guardar la carreta. Esa le sirve de cama en algún rincón del Centro donde de pronto no se moje si llueve. Los primeros retrocesos de salud los ha sentido en los últimos diez años y dice que el peor es un problema de circulación que le causa un leve rengueo.

Esa vulnerabilidad de don Darío la viven cientos de comerciantes informales del Centro, que recientemente María Osley Garzón, la epidemióloga e investigadora de la Universidad CES, dio a conocer como parte de sus estudios sobre las condiciones laborales de esta población en el corazón de Medellín. Falta de vivienda, inseguridad alimentaria y problemas de salud por sedentarismo, exposición al clima y a la contaminación del aire y auditiva son solo algunos riesgos que corren.

Riesgos que menciona Fabio Londoño Vergara, un cliente y amigo de don Darío, que coincidió con él en el Centro, justo en la barbería después de que lo hubiera motilado muchos años atrás. Va desde Belén para pagarle el corte a su coterráneo, porque nació en Salgar, también en el Suroeste. A ambos los une además el dolor de la violencia, don Fabio ha sido víctima de desplazamiento forzado tres veces.

—Darío es un señor muy azotado por la violencia y se encuentra en situación vulnerable, ojalá alguien lo pudiera ayudar. Yo soy como familia. Vengo por colaborarle, cuando tengo le doy sus $3.000, $4.000 o más. Cuando no tengo, no le pago. O vengo a jugar ajedrez y a conversar con él, es muy buen consejero.

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La barbería de don Darío es un pequeño mundo en medio de ese caos pintoresco donde comparten vitrina al aire libre muñecas, bicicletas, cargadores, ollas, zapatos, ropa, libros, antigüedades, maletas, limonadas, cervezas, ocho bananos por $2.000 y cuanto objeto sea posible imaginar. Tal vez en la zona o en otras cercanas haya barberos que cobren tan barato como él, pero puede que no todos puedan transmitir tanta tristeza y esperanza al mismo tiempo.

—Si vieras como me cae de bien ese programa ¿Quién quiere ser millonario? Una vez le preguntaron a uno que qué hay debajo del mar. Debajo del mar creo que hay una universalidad.

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