Tal vez lo recuerde por su famosa obra, Colombia, pintada con los colores y las letras de Coca Cola. Tenía 71 años: nació en Bogotá, en 1950.
En 2015 expuso en el Museo de Arte Moderno de Medellín, una muestra retrospectiva que recorrió 45 años de su vida en el mundo del arte conceptual. Entonces tenía 65 años. La exposición se llamó Todo está muy caro, haciendo relación a esa obra suya que tiene, precisamente, esas cuatro palabras. ¿Y usted está muy caro? “Pues no tanto, porque hay gente que no me quiere”, respondió entonces a una entrevista para este medio.
El nombre de la exposición fue el mismo que usó para otra en 1978 en el Museo La Tertulia, y que luego repitió, ya en retrospectiva, también en ese museo, en 2002. Una de esas obras, precisamente, por las que será recordado.
Caro andaba siempre con su mochila al hombro, en la que llevaba bolsas para guardar cosas, desde las monedas hasta algún documento.
Se desconoce hasta ahora la causa de su muerte.
Caro entró a la Universidad Nacional y se retiró porque no encajó allí: era el peor de la clase. Y eso que pasó con el mejor examen de admisión de la Escuela de Artes. Se hizo artista, contó en 2015 a este diario, mostrando sus obras y escuchando a la gente. “El último artista que pudo producir sin mostrar obra fue el señor Kafka, de ahí para acá, todo el que quiera serlo tiene que mostrar antes de morirse, porque al mostrar se retroalimenta, y artista que no se retroalimenta no existe”, dijo también en esa entrevista.
“Antonio, en particular, hace algo importante y es que renuncia a la carrera de Artes, allí hay una postura en él”, dice Óscar Roldán, director del Museo Universitario de la Universidad de Antioquia. “Era un tipo muy brillante en el uso de la palabra” y además, estaba familiarizado con los medios conceptuales de la publicidad. Trabajó en ese ámbito siendo muy joven y “allí empezó a experimentar el poder de la palabra”.
Que la idea prime
El arte conceptual llegó a América Latina de la mano de la idea del no objetualismo, considerando que el arte objetual hacía referencia a la pintura o al arte tradicional, explica Roldán.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, “hay una suerte de protesta pero también de contestación, por parte de los artistas más avant-garde, tratando de materializar la condición misma del arte y buscando un reto a la cómoda comercialización que se había generalizado”. Partía de hacerse preguntas como la de ¿por qué el arte parece ser también mercancía?
Así que, teniendo en cuenta que “el arte siempre ha sido mediado por extensión (cuerpo o dimensiones objetuales) y por las ideas que veamos plasmadas ahí”, el punto del arte conceptual era “desmaterializar el arte para que la idea, per se, reinara sobre la materia y la forma”, concluye el director del Museo UdeA.
En eso, Caro fue clave en Colombia. La suya fue “una obra netamente desmaterializada, que va al grado semántico de la imagen en función de las letras” y que logró por medio del uso de eslóganes publicitarios y de la inclusión del ya conocido diseño de marcas como Chiclets Adams, Marlboro y Coca Cola.
Desde 1970, la obra de Antonio Caro “ha sentado un precedente para las prácticas artísticas contemporáneas en Colombia, a través de un lenguaje visual que parte de la cultura popular para generar reflexiones críticas sobre el capitalismo, el consumismo, el colonialismo y la situación política nacional”, dice Jorge Bejarano, curador de Proyectos especiales del Museo de Arte Moderno de Medellín.
“Es una obra que claramente nos entrega una declaración de sentido frente a una falta de concreción de una identidad nacional. Cuestiona la idea de cómo hemos construido nuestra nación con ideas foráneas, prestadas y exógenas que finalmente están vacías de sentido”, destaca Roldán.
Repetir hasta crear algo más amplio
La planta de maíz se convirtió en uno de sus sellos y ese era una especie de ejercicio contrario, una reivindicación. “La repitió de manera constante y la llevó secuencialmente a convertirse en un signo identitario de una condición de arte muy propia de él. El empieza a dibujar la matica de maíz y la vuelve casi una caligrafía, le entrega ese poder comunicacional que ella no tiene, la vuelve casi una letra”, apunta Roldán.
Incluía, además, de manera habitual la firma del líder indígena Manuel Quintín Lame en su obra. “Una clave importante es la insistencia y cómo le permitió volver a hacer una y otra vez lo mismo (o sus variaciones) y hace que eso exista, esté presente y uno lo reconozca”, cuenta Alejandro Martín, curador del Museo La Tertulia en Cali.
En piezas como Minería (2015) reemplazó la gruesa franja amarilla de la bandera de Colombia por un negro en el que solo se distinguía la palabra “minería”, contraponiendo el oro y la riqueza con los males que puede traer esa práctica. “Todo lo que está recreado por la idea de Antonio va a tener un trasfondo político muy consistente”.
Para Bejarano, Caro será inspiración de muchos pues “su obra artística aborda problemáticas sociales aún vigentes, debates e inquietudes que aún requieren del lenguaje del arte para ser nombradas”. A partir de sus obras, su trabajo pedagógico, su crítica al sistema del arte “y la forma cómo vivió la cotidianidad misma, lo hacen un artista invaluable, pues como se dijo alguna vez: “La Obra de Arte soy Yo”, la obra de arte es Antonio Caro, una obra inacabada”.