Brenton Tarrant, un australiano de 28 años y principal acusado de las masacres en dos mezquitas ayer en Nueva Zelanda, mató a 49 personas e hirió a otras 48 por el hecho de ser musulmanes y, al parecer, con una sola intención: que su nombre fuera publicado incluso en un periódico al otro lado del mundo.
Se grabó a sí mismo durante 17 minutos en una transmisión de Facebook Live mientras parqueaba su carro junto al Hagley Park, en la ciudad de Christchurch, dejaba la música encendida y bajaba del vehículo con un arma semiautomática con nombres inscritos en letras blancas de fascistas y fechas icónicas para la extrema derecha.
Caminó media cuadra, entró por la puerta principal de la mezquita de Al Noor y comenzó a disparar, con la frialdad de alguien entrenado, en contra adultos y niños. Por momentos, les hablaba a los espectadores de forma anecdótica: “No hay tiempo para apuntar, hay muchos objetivos”. Luego, cuando volvió al vehículo y comenzó a disparar por la calle, invitó a suscribirse a un canal de Youtube.
La cámara, según versiones preliminares, estaría integrada a un casco, ubicada en un ángulo elegido a propósito para engañar al espectador. Para que pensara, aunque fuera por un momento, que las muertes que veía sucedían en un videojuego, como explica Jorge Iván Avendaño, experto de investigación criminal.
Engañó, inclusive, a los filtros de Facebook, Twitter e Instagram, mejor entrenados para detectar violaciones al copyright. Durante una hora los videos de Tarrant estuvieron disponibles en las redes sociales y, para cuando fueron borrados junto a sus cuentas, ya habían llegado al resto del mundo.
De poco valió que las autoridades de Nueva Zelanda advirtieran que compartir la grabación acarrearía penas de 10 años de cárcel, ni que el presunto asesino y otras tres personas, cuyo vínculo con los hechos no ha sido aclarado, fueran capturadas. El daño estaba hecho. Y fue contra todos.