Cuando el gobierno japonés intenta reactivar las plantas nucleares del país tras el apagón atómico que siguió al desastre de Fukushima (este), precisamente hace seis años, la justicia insiste en lo contrario.
Por primera vez, un tribunal nipón responsabilizó al Estado de negligencia en la catástrofe atómica de Fukushima, que provocó el desplazamiento de 470.000 personas, de las que 174.000 aún no pueden retornar por los niveles de contaminación nuclear.
Según la sentencia, que resultó de la demanda de 137 evacuados, tanto el Gobierno como la compañía eléctrica Tokyo Electric Power (TEPCO), dueña de la central, “podrían haber prevenido” el accidente.
Aunque en estos procesos la defensa sostiene que era imposible prever una catástrofe de tales proporciones, para Tilman Ruff, fundador de la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés), es claro que “este desastre complejo y sin precedentes fue hecho por el hombre; está lejos de haber terminado, y la situación no está bajo control”.
De acuerdo con Tilman, quien también se desempeña como docente en el prestigioso Instituto Nossal para la Salud Global de la Universidad de Melbourne, en la tragedia de aquel 11 de marzo de 2011 (ver cronología) las fugas radiactivas ocurrieron no solo como resultado del tsunami masivo que se estrelló contra la planta, y en el que el Ejecutivo y TEPCO escudan su falta de preparación, sino que antes de que llegara la ola, como resultado del terremoto, hubo implicaciones para todas las centrales nucleares, no solamente las cercanas al mar.
“Debido al mito de la seguridad de la energía nuclear que se promovió en Japón”, insiste el experto, no hubo preparativos para un posible accidente. Así, las evacuaciones de personas fueron mal administradas y con frecuencia retrasadas, muchas personas fueron trasladadas repetidamente y algunas se trasladaron a áreas de mayor contaminación debido a una monitorización insuficiente de la radiación.
La herida de Fukushima
Aunque el Ejecutivo promete que cerca del 70% de las zonas vedadas por el desastre nuclear volverán a ser habitables y cultivables, las condiciones para el retorno no son del todo claras.
El trauma de quienes tuvieron que evacuar persiste. De hecho, el Gobierno acaba de anunciar que realizará un estudio nacional sobre los casos de acoso a niños procedentes de las regiones afectadas, ya que en las escuelas son rechazados por un temor mal infundado de que las radiaciones son contagiosas.
Tomohiro Kurosawa, abogado de un grupo de evacuados, le dijo a la agencia AFP que la política del gobierno, que aboga por el regreso a la zona contaminada asegurando que ya no hay peligro, “confunde el estatus de las víctimas y crea un espacio que incita a los demás a rechazarlos y a atacarlos”.
Sobre el impacto del desastre en la salud mental puede dar cuenta María del Rosario Pérez, científica del Programa de Radiación y del Departamento de Salud Pública, Determinantes Ambientales y Sociales de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Según cuenta, el traslado de poblaciones produjo limitaciones en el cuidado de la salud y produjo efectos en la salud metal de los desplazados. “Muchos resultaron afectados por la estigmatización, por el impacto económico, por la desintegración familiar y por desórdenes de conducta”, cuenta, y detalla que tan claro es el impacto, que durante los últimos seis años se detectó un aumento en la tasa de divorcios de la prefactura de Fukushima, “movidos por la decisión de quedarse, de irse o por la pérdida de sus trabajos”.
De otro lado, si bien el material radiactivo en Fukushima se ha dispersado de forma natural, y ha habido una extensa remoción de suelos y superficies contaminados en escuelas y otras áreas donde las personas viven y trabajan, Tilman es enfático en que la radioactividad total no se reduce con estos procesos, sino que solo se redistribuye.
“La radiación no respeta ninguna frontera, y partes de cinco provincias cercanas a Fukushima también recibieron radiación significativa, y no se han tomado medidas de protección en estas áreas”, denuncia el experto, y añade que es reprochable que ni la OMS ni ningún organismo multilateral hayan criticado al gobierno japonés por minimizar los riesgos para la salud de la radiación y por exponer a la población a niveles 20 veces superiores de esta con respecto a las referencias internacionales. “Esto representa un gran fracaso en la primera responsabilidad de cada gobierno de proteger a sus ciudadanos de daños evitables”, concluye.
Al respecto, Pérez aclara que la OMS no tiene responsabilidad ni injerencia dentro de ningún estado miembro, a no ser de que estos soliciten ayuda (y Japón no lo hizo) o de que el problema, como ocurrió con la epidemia del ébola en 2014, exceda las fronteras.
No obstante, comenta, el organismo ha estado involucrado, y en 2013 publicó un informe sobre el riesgo radiológico, que se ha ido completando, y que muestra que las dosis de exposición de la población han sido bajas y que solo afectaron directamente a 12 trabajadores de la planta. También se identificaron a sectores particularmente vulnerables, como las embarazadas y los niños menores de un año, por la mayor propensión a desarrollar tumores tiroideos, y a ellos se les ha hecho monitoreo sin encontrar cambios considerables. Japón, por su parte, implementó un programa de manejo de salud, que incluyó un seguimiento de 2 millones de personas.
Detractores de los reactores
Lo que ocurrió en Fukushima, insiste Tilman, se debió entonces a “un mal diseño frente a catástrofes como un terremoto y un tsunami”, lo que también podría ocurrir en medio de una guerra o como consecuencia de un ataque terrorista que interrumpa el suministro de energía o de agua de refrigeración. De hecho, alerta, fue cuestión de suerte que la mayor parte de la radiactividad quedara en el Pacífico y que no lloviera la noche del 14 al 15 de marzo de 2011, cuando la nube más intensa de material radiactivo pasó por Japón, incluyendo Tokio. “Si hubiera llovido esa noche, es posible que se necesitara la evacuación de la mayor área de esa capital, con 25 millones de habitantes”.
En esa medida, la única manera de minimizar con efectividad el riesgo de accidentes similares o peores en el futuro “es cerrar los reactores nucleares de operación y desmantelarlos”, dice Tilman, y expone el ejemplo Alemania y Suiza, que cerraron sus plantas después de lo sucedido en Japón.
Y es que para el fundador de la ICAN es irrebatible que la energía nuclear “es la forma más peligrosa posible de hervir agua para generar electricidad”, al utilizar y generar materiales a partir de los cuales se pueden construir armas y generar grandes cantidades de residuos altamente radioactivos, “lo que representa un peligro no resuelto para las personas y el medio ambiente durante un millón de años”.
En lo anterior coincide Tim Wright, director para la región Asia-Pacífico de la ICAN. Por eso, sugiere que con la rápida ampliación y reducción de costos en la producción de energía segura y renovable, los gobiernos del mundo empiecen a considerar obsoleta la energía nuclear. Cada año, la Tierra recibe energía del sol equivalente a 50.000 veces más que el consumo de electricidad en todo el mundo, y es totalmente factible, incluso con las tecnologías actualmente disponibles, recolectar de esta fuente completamente segura.
30
demandas colectivas han sido presentadas por 12 mil evacuados de Fukushima.
167
mil millones de euros tendrá que pagar el Gobierno nipón por indemnizaciones.