Recostado sobre las vallas de Migración Colombia, que marcan la línea limítrofe entre Venezuela y Colombia, en el puente Simón Bolívar, estaba el pasado miércoles José Duarte. Llevaba media mañana ahí. Sin moverse.
José es santandereano. Hace 40 años cruzó la frontera y allí vivió hasta ahora, junto a su familia, su esposa y dos hijos. Quince días atrás acompañó a Luis Lorenzo, su hijo venezolano, de 37 años de edad, a Urgencias del Hospital Universitario de Cúcuta. La razón de su viaje: una afección en el hígado y la falta de asistencia de salud de ese país.
“Padecía cirrosis. Nos tocó llevarlo a Cúcuta porque en Venezuela no hay insumos, no hay nada... lamentablemente mi hijo murió”, comentó destruido, mientras caminaba de un lado a otro del puente, sin ninguna compañía, y solo aferrado a un termo de agua.
Más de 24 horas transcurrieron desde la muerte de Luis y su padre no había logrado el permiso de Venezuela para transportar el ataúd sobre el puente internacional Simón Bolívar, cerrado por Maduro desde el 22 de febrero, pocas horas antes del intento de ingresar la ayuda humanitaria a territorio venezolano.
Durante dos días, sin poderse cambiar de ropa, José acudió al puesto de la Guardia Nacional, ubicado en la aduana de San Antonio. Intentó conciliar con los militares el traslado del cadáver de su hijo a la población de San Antonio del Táchira, donde lo esperaba la familia para darle sepultura, pero sin resultados.
“Hablé con un Capitán de la Guardia, le expliqué la situación y la necesidad de llevar a mi hijo; me dijo que no dependía de él. Que apenas le dieran orden por Caracas lo dejaban pasar”.
La esperada instrucción llevó a Duarte a aguardar durante dos días, en la línea limítrofe, bajo los 40 grados celsius que lo hacían sudar, y casi sin ganas de sentarse, pero la respuesta no llegó. La sentencia dictada por José estaba a punto de cumplirse: “Si no logro el objetivo, me lanzo con mi hijo por la trocha”.