Un mes antes de que el mundo viera por televisión las primeras bombas estadounidenses estallando en Irak, el 20 de marzo de 2003, otra imagen recorrió las pantallas globales: un tubo de aluminio proyectado en una diapositiva en medio en medio del Consejo de Seguridad de la ONU que, según el secretario de Estado de la época, Colin Powell, era la prueba de que Irak estaba fabricando armas de destrucción masiva.
Las palabras de Powell ese 5 de febrero de 2003 no cambiaron la opinión de ninguno de los países que rechazaban la invasión a Irak –la cual sería declarada unilateralmente por el presidente George Bush días después–, pero sí ayudaron a que “los estadounidenses se subieran al carro de la guerra”, según dijo en 2018 el entonces jefe de gabinete de Powell, Lawrence Wilkerson, en un artículo de opinión publicado por el diario The New York Times.
Para cuando la Misión de Investigación de Irak comprobó que los tubos no tenían relación con la fabricación de armas nucleares, en un informe 2004, ya habían muerto alrededor de 100.000 civiles, según los datos recogidos por la revista Lancet.
La guerra de tres semanas prometida por el gobierno Bush duraría 8 años, hasta que en 2011 los soldados estadounidenses abandonaron Irak con cerca de 288.000 muertos entre civiles y combatientes a sus espaldas, según la organización Iraq Body Count.
La historia de Irak, para algunos expertos, parece estarse repitiendo actualmente con Irán, país con el que Estados Unidos lleva varias semanas intercambiando amenazas, sanciones como las impuestas la semana pasada al ministro de exteriores iraní, y demostraciones de fuerza, como las tres bombas inteligentes presentadas por el gobierno de Teherán el pasado martes.
El propio Wilkerson, en sus declaraciones recientes a medios estadounidenses, ha reiterado que el gobierno de Trump estaría siguiendo “el mismo libreto” que sus antecesores aplicaron para declarar la guerra en Medio Oriente.
El policía malo
Como explica Óscar Palma, profesor de relaciones internacionales de la U. del Rosario, detrás de la tensión actual entre Estados Unidos e Irán está la decisión del gobierno de Donald Trump de abandonar, en 2018, el acuerdo nuclear que Obama había firmado tres años antes con este país de Medio Oriente.
En este, se establecían regulaciones al enriquecimiento de Uranio en Irán, reduciendo el riesgo de que obtuviera armas nucleares, a cambio de mitigar las sanciones y abrirle parcialmente el comercio internacional a este país, enemigo de Estados Unidos desde el triunfo de la Revolución Islámica en 1979.
Para Trump, sin embargo, las restricciones no fueron suficientes. Al abandonar el tratado en mayo del año pasado, afirmó que, por cuenta del acuerdo, Irán “estaría al borde de conseguir armas nucleares en corto tiempo”.
Hay, por lo tanto, al menos dos coincidencias entre la coyuntura actual y la de 2003: una acusación de EE. UU. contra un país de Medio Oriente que estaría a punto de obtener un poder bélico que debe ser detenido, y un grupo de asesores estadounidenses entre los que hay varios de los nombres que promovieron la declaración de guerra contra Irak.
El más reconocido de ellos es Jhon Bolton, el actual secretario de seguridad, quien, en 2003, como subsecretario de Estado de Bush, afirmó que tenían “pruebas muy convincentes” de la existencias de armas de destrucción masiva en Irak.
Ahora, como secretario de seguridad, ha sostenido que la mejor forma de evitar una bomba de Irán, es bombardearlos primero. En 2018, cuando la revolución iraní cumplió 39 años, Bolton usó la cuenta de Twitter de la Casa Blanca para especular que “no llegaría a su 40 aniversario”.
Su profecía no se cumplió, pero durante este año el funcionario ha sido el “policía malo” que aparece cada EE. UU. anuncia el envío de tropas o portaviones a Medio Oriente como advertencias.
Fabricar futuros enemigos
Como explica Felipe Medina, profesor de estudios del Medio Oriente de la U. Externado, Irán es de alguna forma el “último gran enemigo” de Estados Unidos en esa región del mundo, luego de la caída de Irak (tras la invasión en 2003) y Libia (con la intervención en 2013 contra el régimen de Muamar Gadafi).
Tres décadas de presencia militar en Medio Oriente (ver Recuadro) han establecido una especie de “libreto” para la construcción de un enemigo que han seguido 4 de los últimos 5 presidentes de Estados Unidos, pero también han demostrado que las intervenciones de horas casi siempre traen consigo años de inestabilidad. Así lo afirma el experto en Oriente Medio Hasan Türk, quien apunta que cada guerra de Estados Unidos gestó la semilla de la siguiente.
La presencia de tropas estadounidenses en la “tierra sagrada de Arabia Saudí” durante la Guerra del Golfo (en 1991), fue el detonante que llevó a la clandestinidad a Osama Bin Laden; el mismo que una década se convirtió en el principal enemigo de Estados Unidos tras el atentado de las Torres Gemelas y en el objetivo número uno de la “Guerra contra el terrorismo”.
Luego, en medio de esta confrontación, se dio la invasión a Irak, la cual convirtió al doctor en estudios islámicos Abu Bakr al-Baghdadi en un militante de la resistencia contra Estados Unidos y, años después, en el líder actual del Estado Islámico.
Los expertos coinciden en que estos antecedentes, así como las vidas perdidas y los costos económicos, bastarían para que, en lugar de un “libreto” a seguir, el pasado bélico de EE. UU. en esa región sirva como un ejemplo de lo que no debe volver a suceder