Ecuador ha encendido la alarma. Desde la noche del miércoles, miles de hogares quedaron a oscuras en un racionamiento de electricidad que podría durar por más días, afectando la vida diaria de 17 millones de habitantes.
La crisis se desencadena por la peor sequía en seis décadas, que ha mermado la capacidad de las hidroeléctricas, la principal fuente de energía del país.
A las 10 de la noche, las faldas del volcán Pichincha, donde se encuentran numerosos barrios de Quito, se sumieron en la penumbra. Aunque inicialmente se anunciaron cortes de hasta ocho horas, el ministro de Energía, Antonio Goncalves, corrigió el rumbo y confirmó que los apagones oscilarán entre dos y cuatro horas, adaptándose a diferentes sectores y distribuidoras.
La incertidumbre y la preocupación persisten entre los ciudadanos. “Los cortes son inevitables”, advirtió Goncalves, mientras el país se prepara para un período de racionamiento más amplio entre el 23 y el 26 de septiembre. En un intento por mantener operativas áreas críticas, hospitales y servicios de emergencia quedan exentos de las interrupciones eléctricas.
La situación es aún más compleja. En medio de la crisis energética, Ecuador enfrenta un estado de excepción en seis provincias, donde se ha impuesto un toque de queda debido a la violencia relacionada con el narcotráfico. Más de 46.000 policías y militares patrullan las calles para contener el auge de bandas criminales, un conflicto interno que se suma a la angustia por la falta de luz.
La economía también siente el golpe. La Cámara de Comercio de Guayaquil estima pérdidas de 12 millones de dólares por cada hora de apagón, un golpe devastador para un país ya agobiado por la crisis. Mientras tanto, el gobierno busca soluciones desesperadas: la siembra de nubes y la activación de barcazas térmicas son solo algunos de los intentos por aliviar la situación.
Con un déficit de 1.000 megavatios, los ecuatorianos se enfrentan a un futuro difícil. “Si llueve de manera consistente, los apagones podrían evitarse”, asegura Goncalves, pero el fenómeno de La Niña ha sido débil y la sequía es bastante fuerte. Ahora el Gobierno de Daniel Noboa debe enfrentar una compleja crisis energética y la creciente crisis de seguridad.