El arzobispo emérito Desmond Tutu, ícono mundial de los derechos humanos, que ganó el Nobel de la Paz en 1984 por su lucha incansable contra el apartheid en Sudáfrica, murió este domingo a los 90 años en Ciudad del Cabo.
Sudáfrica le recordará por su risa amable, por ejercer de brújula moral en los tiempos más oscuros y por ayudar a reconciliar a la nación, junto a líderes como Nelson Mandela, tras la conquista de la democracia en 1994.
“Cuando los misioneros vinieron a África, nosotros teníamos la tierra y ellos la biblia. Entonces dijeron: 'recemos'. Y nosotros, obedientemente, cerramos los ojos y cuando dijimos 'amén' al final y abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros la biblia. Parece un mal canje, pero estamos para siempre en deuda con esos hombres y mujeres”, dijo en una de sus citas más conocidas.
Tutu nació en 1931 en Klerksdorp, una pequeña localidad al suroeste de Johannesburgo. Quería ser médico, pero la falta de recursos de su familia hizo que se formara como profesor, al igual que su padre.
De 1954 a 1957 ejerció como maestro de escuela y fue ordenado como pastor anglicano en 1960, después de estudiar teología.
La siguiente década y media, con una estancia en Londres de por medio, la pasó consagrada al estudio y en 1975 fue designado decano de la catedral anglicana de Johannesburgo, cargo al que con Tutu por primera vez accedió un hombre negro.
Allí fijó su residencia, en el distrito de guetos de Soweto, donde fue testigo de una de las etapas más convulsas del apartheid, con las protestas estudiantiles de 1976, en las que murieron más de 600 personas, la mayoría jóvenes.
En 1977 fue nombrado obispo de Lesoto y, un año después, fue designado secretario general del Consejo de Iglesias Sudafricano.
En esa época, empezó a manifestar abiertamente su apoyo al movimiento de la Conciencia Negra e intensificó su activismo antiapartheid hasta convertirse en una figura de resonancia internacional.
“El apartheid, el desarrollo separado o como se llame, es malvado (...) Es anticristiano y antibíblico. Si alguien me demuestra lo contrario, quemaré mi biblia y dejaré de ser cristiano”, protestó ante los funcionarios del apartheid en 1982.
Dos años después recibió el Premio Nobel de la Paz, justo antes de convertirse en el primer negro a cargo del Arzobispado Anglicano de Ciudad del Cabo, del que estuvo al frente hasta 1996, momento en el cual el apartheid ya había sido desmantelado y Sudáfrica era una naciente democracia, liderada por Nelson Mandela.
Mandela describió a Tutu como “la voz de los de los que no tienen voz” y le encargó la misión de presidir la Comisión de la Verdad y Reconciliación, un organismo encargado de sacar a la luz las atrocidades cometidas durante el apartheid en Sudafrica.
En la última etapa de su vida, Tutu concentró sus esfuerzos en temas sociales y en campañas globales, como la promoción de la Alianza de las Civilizaciones (2005), una iniciativa para avanzar en el diálogo entre el mundo islámico y el occidental, también participó de la lucha en contra el cambio climático.
Tutu no dudó en alzar la voz contra la corrupción de los nuevos poderes sudafricanos en democracia, contra las violaciones de derechos humanos protagonizadas en África por líderes autocráticos, como Robert Mugabe (Zimbabue), y contra las posturas más rígidas de la propia Iglesia Anglicana en temas como la eutanasia o la homosexualidad.
Aunque en 2010 anunció su retiro de la vida pública y las complicaciones de salud, debido a un cáncer de próstata, le llevaron en varias ocasiones al hospital, participó ocasionalmente en actos y recibió numerosos reconocimientos internacionales.
Este año dio ejemplo al ser uno de los primeros en vacunarse contra la covid-19, cuando la campaña se abrió a la población general y, también, votando en las elecciones municipales del pasado 1 de noviembre.
Su último pronunciamiento público fue en un breve vídeo, emitido el día de su 90 cumpleaños (el 7 de octubre), durante una conferencia virtual en su honor en la que participaron, entre otros, el máximo líder espiritual tibetano, el Dalai Lama, y la activista mozambiqueña y viuda de Nelson Mandela, Graça Machel.