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Estas son las religiones más perseguidas del mundo

La discriminación no terminó con las guerras de fe del milenio pasado. Informes alertan sobre el aumento de la intolerancia.

  • Miembros de la policía paquistaní escoltan el vehículo en el que viaja el lider del partido islamista TLP, Khadim Hussain Rizvi, a su llegada a una audiencia de su caso en Lahore (Pakistán) este lunes. Rizvi se enfrenta a una demanda judicial por alentar protestas violentas tras la absolución de la cristiana Asia Bibi, que fue declarada libre por el delito de blasfemia. Foto: EFE
    Miembros de la policía paquistaní escoltan el vehículo en el que viaja el lider del partido islamista TLP, Khadim Hussain Rizvi, a su llegada a una audiencia de su caso en Lahore (Pakistán) este lunes. Rizvi se enfrenta a una demanda judicial por alentar protestas violentas tras la absolución de la cristiana Asia Bibi, que fue declarada libre por el delito de blasfemia. Foto: EFE
07 de febrero de 2019
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Todavía hay en el mundo quien derrame lágrimas porque su vecino, que cree en un dios distinto, sigue con vida. Sucedió apenas en noviembre del año pasado en Pakistán, en medio de las protestas de los extremistas musulmanes contra la absolución de la cristiana Asia Bibi, quien había sido condenada a pena de muerte por el delito de blasfemia.

En la actualidad, aún es posible que un pueblo sea obligado a desaparecer. En Myanmar, por ejemplo, 725.000 miembros de la comunidad musulmana rohinya migraron entre 2017 y 2018 producto de la represión de la mayoría budista en ese país, según Naciones Unidas.

Ambos casos hacen parte de una tendencia de recrudecimiento de la intolerancia que coincide con el nuevo milenio. Así lo aseguran varios informes, como el de la Comisión Internacional de Libertad Religiosa de Estados Unidos (Uscirf), que en su entrega anual de 2018 señala que las condiciones de libertad para profesar la religión se deterioraron en el mundo en los últimos años “debido al aumento del autoritarismo o con el pretexto de contrarrestar el terrorismo”.

La investigación pone el foco en 16 países “de preocupación particular” –entre ellos China, Corea del Norte, Arabia Saudí, Rusia, Siria y Nigeria– y señala otros 12 como un peligro potencial: Egipto, India, Indonesia y Cuba, entre otros.

Algunas de estas represiones son más sutiles que el exterminio o la pena de muerte. Desde 1990, según el Proyecto Religión y Estado de la Universidad de Bar-Ilán en Israel, han aumentado de 60 a 82 los países que exigen a los fieles de religiones minoritarias registrarse ante el Estado.

En un artículo de 2015 publicado en la revista Foreing Affairs, el director de este estudio, Jonathan Fox, aseguró que solo 7 de los 177 gobiernos incluidos en la investigación no presentaron casos de intolerancia religiosa (ver Informe).

El mundo, al parecer, no se libró de ese “delirio de la época” que para el humanista francés Sebastián Castellio se dio en las guerras religiosas entre católicos y protestantes en el siglo XVI. Al contrario, siguió incurriendo en esa tendencia “equivocada y criminal de intentar imponer por la fuerza a un hombre la fe en la que no cree”.

El miedo, la herramienta

Como señala Jean Paul Sarrazin, doctor en sociología de la Universite De Poitiers en Francia y estudioso de la discriminación religiosa, la sociedad occidental fue fundada por el miedo. “La modernidad –afirma– se construyó sobre la memoria de las guerras de religión. Para evitarlas, occidente creyó que solo un Estado secular podía garantizar la convivencia”.

A su juicio se equivocó. Esa pretensión de neutralidad también puede ocultar la represión de las creencias. “El liberalismo tiene sus propias nociones de lo sagrado y, cuando tocan esas cuestiones, puede tornarse tan intolerante como cualquier fundamentalista”, asegura.

De fondo, la discusión es precisamente sobre miedo. El temor a lo desconocido, a lo diferente, esa suerte de escudo biológico que como explica William Mauricio Beltrán, profesor de psicología de la Universidad de Medellín, la naturaleza ha mantenido para ayudarnos a sobrevivir, es también el elemento que permite la discriminación.

Sin embargo, agrega Beltrán, por sí misma la naturaleza no orquesta genocidios. En otras palabras, no estamos programados para agredir a otro por la deidad en la que cree y, para que suceda, para que una persona pase por encima de su propia fe –basada en el amor al prójimo– y levante su mano. Para excluir o asesinar debe haber una incitación interesada.

La persecución religiosa, para Sarrazin, siempre tiene una aspiración de dominación encubierta. En Pakistán, por ejemplo, las marchas para pedir la pena de muerte para Asia Bibi no fueron espontáneas. La convocatoria fue gestionada por partidos fundamentalistas como Tehreek-e-Labbaik (Tpl), cuya plataforma política, según el informe de la Uscirf, se basa en la discriminación.

¿Es culpa de una fe?

La religión, explica Sarrazin, es un lienzo sobre el que pueden pintarse distintos valores. En principio, ninguna creencia promulga la inquisición, pero cualquiera puede terminar convirtiéndose en una justificación para ese tipo de persecuciones.

Estudios independientes como el del profesor Fox y otros realizados por comunidades afines al Cristianismo coinciden en que esta es la religión cuyos fieles están más amenazados en la actualidad. El Informe Sobre la Libertad Religiosa en el Mundo 2018, por ejemplo, afirma que el 75 % de las personas que sufre persecución debido a su religión es cristiano.

En parte, esto se explica por la presencia minoritaria de algunas comunidades cristianas en países eminentemente musulmanes como Egipto, Afganistán y el propio Pakistán. No obstante, poner el foco en estos casos puede hacer creer que se trata de una disputa entre oriente y occidente, entre Islam y Cristianismo, cuando en lugares como Rusia, la persecución se da entre vertientes del Cristianismo.

La línea común, de acuerdo al Proyecto Religión y Estado, es que las exclusiones sistemáticas prosperan con mayor facilidad en países con regímenes dictatoriales y, en contraste, regiones en desarrollo más proclives a gobiernos democráticos como América Latina son más tolerantes.

La explicación de esto puede ser menos noble de lo que se piensa. La represión, explica Fox en su artículo, cuesta dinero. “Corea del Norte, aunque parezca una cultura lejana, no tiene un modelo económico muy distinto al que ha promovido el mundo occidental”, señala Sarrazin.

Sucede lo mismo con Arabia Saudí, uno de los principales exportadores de petróleo del mundo y socio estratégico de Estados Unidos que, al tiempo, es uno de los mayores persecutores por motivos religiosos.

Al final, para los expertos, la persecución religiosa podría no ser una herencia anacrónica de los tiempos de Castellio, sino el vástago con el que carga la sociedad actual, en la que aún es válida la claridad que hacía el humanista francés a los defensores de las hogueras: “Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre”

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