En octubre de 2017, The New York Times publicó una investigación sobre las denuncias de acoso sexual contra el productor de Hollywood Harvey Weinstein, quien hasta entonces parecía intocable pese a los rumores de mala conducta. Se abrían así las compuertas del movimiento #MeToo.
El 5 de octubre, Jodi Kantor y Megan Twohey, dos periodistas del diario neoyorquino, revelaron lo que era conocido por muchos en el mundo del cine: el productor prometió ayudar a algunas actrices en sus carreras a cambio de favores sexuales, intentó masajear a varias de ellas en habitaciones de hotel y forzarlas a mirarlo desnudo, además de usar su poder para acallar sus voces.
Hacía meses que las periodistas trabajaban en el tema e intentaban convencer a las actrices de que hablaran y fue tal el escándalo que pocos días después de la publicación del artículo, Weinstein fue despedido de la empresa que llevaba su nombre.
Intentó disculparse explicando que creció en las décadas de 1960 y 1970 cuando “las reglas sobre el comportamiento y los lugares de trabajo eran diferentes” y sus abogados se esforzaron por restar importancia a los hechos. Sin embargo, el movimiento siguió su curso y la caída de este hombre otrora todopoderoso, que organizaba actos para recaudar fondos para demócratas como Hillary Clinton, fue vertiginosa.
Avalancha de denuncias
Los artículos sobre Harvey Weinstein y el movimiento del #MeToo desencadenaron una avalancha de acusaciones contra figuras poderosas y, en última instancia, reconfiguraron la forma en que los medios de comunicación cubren las historias de poder y abuso sexual.
Según Ronan Farrow, cuyo trabajo periodístico de investigación fue clave en la caída de Weinstein, “la voluntad de informar sobre este tipo de delitos en las salas de redacción es más sólida que hace cinco años”.
“Da la sensación de que estamos en una era realmente prometedora en cuanto a la voluntad de los reporteros y los editores de ir tras vacas sagradas y confrontar a instituciones poderosas”, dijo a la AFP el escritor de la revista The New Yorker.
Las explosivas revelaciones de Farrow sobre Weinstein le valieron un premio Pulitzer en 2018, que compartió con Jodi Kantor y Megan Twohey, dos reporteras del New York Times que también investigaron el tema. Ambas declinaron ser entrevistadas para este artículo.
Después de las primeras historias de esas dos publicaciones en octubre de 2017, la cobertura mediática de #MeToo y la agresión sexual aumentó un 52% al año siguiente, según la organización feminista Women’s Media Center.
“Este ha sido un año en el que los medios y la propia verdad han estado bajo asedio”, dijo la presidente del centro cuando se publicó el estudio. “Al exponer horribles prácticas individuales e institucionales, vemos una oportunidad para una nueva transparencia y cambios permanentes a favor de una mayor igualdad y poder para las mujeres”.
Después del caso Weinstein, las denuncias de actos criminales por parte de figuras de alto perfil como el financiero Jeffrey Epstein y el cantante R. Kelly fueron reexaminadas a la luz de una nueva era, y sus acusadores fueron tomados mucho más en serio.
Para Scott Berkowitz, presidente y fundador de la organización estadounidense contra la violencia sexual RAINN, “una de las grandes consecuencias del #MeToo ha sido mostrarle a la gente que no está sola, que esto es algo que le ocurre a millones de personas”.
RAINN gestiona la línea telefónica nacional de agresión sexual de Estados Unidos y, según Berkowitz, en los cinco años desde el #MeToo, las llamadas se han duplicado. “Creo que ver más conversaciones sobre el tema hace que uno se sienta más seguro de hablar de lo que se ha vivido”, afirma.