Conozco a Dania Londoño , aunque cuando la vi no era famosa. Ofrecía sus servicios a 100 dólares la hora, una "ganga" para los turistas, sobre todo para los europeos, a quienes el "servicio" les salía por 70 euros.
Aquella noche caminaba con una "amiga" por la plaza de Santo Domingo de Cartagena. No negaré que el baile de sus caderas, el de ambas, era un espectáculo hipnótico. Dos cobras sacadas del cesto por la música somnífera del faquir. Eran las 2 de la mañana y un servidor se retiraba al hotel tras una deliciosa cena en Candé y después de haber secado un par de tragos con otro colega.
Era tan evidente su oficio, que ni tan siquiera nos acercamos a las muchachas. Su tarifa, para evitar suspicacias, nos fue revelada diez metros adelante del primer contacto visual, cuando coincidimos con otros dos periodistas dominicanos duchos en el asunto. Puede que no fuera ella, pues no pregunté el nombre, aunque estoy casi seguro de que aquella tentación sobre tacones era la joven que puso en ridículo al servicio secreto en la pasada Cumbre de las Américas.
Sé que el escándalo molestó a muchos por el daño a la imagen de Colombia, convertida en una suerte de burdel global al nivel de La Habana, Río o Caracas. Pude haber sacado el tema en su momento, pero estas cosas es mejor no tocarlas en caliente. Como no voy a descubrir la pólvora al decir que, por desgracia, siempre habrá quien se vea obligado a vender su cuerpo por dinero (por vicio lo hacen tres) quiero enfocar este espinoso asunto desde otra perspectiva. A ver qué les parece.
La superabundancia de putas (y putos) empieza a ser preocupante. Pero no sólo en Colombia, donde la belleza de sus mujeres y la pobreza es el caldo de cultivo ideal. El aumento de la desigualdad en el planeta es tan evidente que el fenómeno se da en casi todo el mundo. No seré yo quien critique su trabajo pues, en mayor o menor medida, todos nos prostituimos alguna vez.
Como cuando miramos hacia otro lado ante una injusticia o evitamos llevar la contraria a los poderosos. Aunque esto puede resultar más bochornoso, incluso está bien visto y muchos putos y putas con titulación llegan muy lejos. Y a eso voy. A la titulación.
La pasada semana, la prensa española desveló el "curso" para meretriz que imparte una presunta "academia" en Valencia.
"¡Trabaja ya! Curso de prostitución profesional", rezan los pasquines que distribuye la empresa por los barrios deprimidos de la ciudad mediterránea.
El curso "intensivo" para puta sale por unos 100 euros e incluye, claro, clases teóricas y prácticas. El pitorreo inicial por el asunto -con referencias a los exámenes "orales" y otras lindezas- no debe ocultar dos realidades preocupantes: el terrible daño social que un puñado de ladrones de traje almidonado ha causado al planeta con su crisis y la banalización brutal del sexo, a la que contribuimos todos: desde la publicidad o la industria de la moda, hasta algunos programas de televisión que nos tragamos tan campantes.
Una encuesta entre universitarias británicas revelaba recientemente que un 10% de las estudiantes se paga la carrera vendiendo su cuerpo. Eso en un país "civilizado". Algo no marcha bien cuando está bien visto ofrecer sexo como quien va al cajero. Claro que, como todo, este negocio va en función de la oferta y la demanda, y esta última parece disparada. Deberíamos recordar que aún hay cosas que necesitan cocinarse a fuego lento. Que no todo debe ser inmediato. Que la comida basura o el sexo exprés son la opción más rápida, pero dudosamente "sanas". Y a los "clientes", que quien considera a una mujer como un Big Mac está podrido.
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