El compositor Rafael Calixto Escalona Martínez nació en Patillal (Cesar), el 27 de mayo de 1927. Fue el séptimo de nueve hermanos del hogar cuyos padres eran Clemente Escalona Labarces, coronel de la guerra de los Mil días, y Margarita Martínez Celedón.
Con 81 años, “unos 28 hijos” a cuestas, “que según decía él, tampoco son muchos”, el autor de clásicos como La casa en el aire, La Patillalera o La vieja Sara se aferró a la vida hasta último momento.
A esa vida parrandera en la que siempre estuvo acompañado de un whisky, haciendo honor a Jaime Molina, de quien afirmaba que le enseñó a beber.
El prolijo compositor, creador de por lo menos 200 canciones (unas 40 inéditas), desde su tierna infancia mostró ese talento de narrador costumbrista y romántico que alimentó espiando las parrandas de los mayores en su natal Patillal, leyendo poemas y escuchando los relatos del Viejo Pedro, un analfabeta del pueblo.
El séptimo de nueve hermanos también aprendió de crónicas con las lecturas del periódico que hacía su padre, el coronel Manuel Clemente Escalona, y sintió que podía hacer lo mismo que hacían los iletrados y descalzos campesinos de su región: historias cantadas.
Llamado ‘El Intelectual del vallenato’ por el nobel Gabriel García Márquez, Escalona se preciaba de que en sus comienzos era uno de los poquitos cantautores del género que sabía leer y escribir. Era procedente además de una familia adinerada y aristocrática, que gozaba de las parrandas, pero que consideraba que hacer canciones era “oficio de la plebe”.
No aprendió a tocar ningún instrumento por aquella sentencia de su tío, el Obispo Celedón, de que “todo el que toca acordeón se vuelve borrachón”. El mismo Escalona, con la sinceridad que para muchos suena a egocentrismo, lo reconocía: “No toco ni las puertas, porque a mí me las abren”.
Considerado un mito del vallenato ni siquiera estudió música, pero no fue obstáculo porque silbando y llevando el ritmo con sus dedos le ponía melodía a sus letras ayudado por sus amigos músicos como el acordeonero Nicolás ‘Colacho’ Mendoza.
Pilatunas de colegio
Su relicario de versos musicales empezó a los 11 años, cuando le compuso un tema a Rosa Elvira, la hija de Juana Arias, más alta y diez años mayor que él.
Precisamente, a este enamoradizo, que ya a los 20 años tenía tres novias, lo inspiraron las mujeres para muchas de sus canciones: Marina Arzuaga, la popular Maye con la que se casó en 1951; Dina Luz, hermana del acordeonero Egidio Cuadrado; Carmen Alfaro (la de El Copete), Elsa Armenta (La Molinera); Juana y Graciela (Las Dos Hermanas), Eduvilia López (Mariposa Urumitera)... Fue a una de tantas, a la que le compuso El regalito: “Me pediste un regalito, para el día de Navidad y yo quiero darte un nenito que diga papá y mamá”.
Fue también una mujer, uno de los motivos por los que no pudo recibir su cartón de bachiller. Fuentes confiables aseguraron que lo expulsaron del colegio Celedón de Santa Marta porque lo encontraron besándose con una joven en uno de los salones de clases. Aunque el maestro, como lo llamaron tiempo después “los cachacos” tenía otra coartada: "No pude seguir por la vista. Me dieron un golpe jugando fútbol y me debilitó el nervio óptico. Me quedé haciendo ganadería. Luego vino el algodón, me dediqué a eso".
De esa época de colegio databa su amistad con el sacerdote Alfonso Hurtado Galvis, quien fuera su maestro de religión.
El clérigo, quien lo describe como uno de sus alumnos más inteligentes, pero indisciplinado, como lo fueron Gabriel García Márquez y Jaime Bateman por aquel entonces, fue víctima de una de sus pilatunas: le echó en su inmaculada sotana un ratón, hecho por el que “le puse un 1 en la asignatura”.
Y “a mí, por casi me expulsan”, recordaba el maestro en el año 2000, en una de sus visitas a Cali. “Y eso que fue un solo ratón, ¿qué tal si le pongo 3?”, recordaron en medio de las carcajadas.
”No puedo estar dando canciones mías para que me las desfiguren. Hay músicos que les ponen su arte, adornos, pero unos lo dicen más bonito que otros. Si quieres ser elegante, en vez de ratero, dile, ratero honrado", aseguraba el compositor.
Escalona no sólo popularizó el vallenato, sino que ‘arrastró’ a otros intérpretes que permanecían en el olvido. Y afirmaba, “la música está hecha, es de Dios y los hombres la agarramos”.