Tras 27 años en prisión y cuatro después de ser liberado, Nelson Mandela ganó con su partido, el Congreso Nacional Africano, las elecciones que lo llevaron a ser, entre 1994 y 1999, el primer presidente negro en la historia de Sudáfrica.
Esas elecciones, que representaron el punto de quiebre de una lucha iniciada en la década de 1940, estuvieron antecedidas por una condena a cadena perpetua proferida en 1963 por un tribunal de blancos y por la transformación de Mandela, desde la prisión, en un símbolo internacional de la lucha contra la segregación racial.
Otro atecedente fue el premio Nobel de la Paz que recibió en 1993, un reconocimiento, posterior a su liberación, en nombre del trabajo en el que persistió incluso desde prisión, a favor de los derechos de las mayorías sudafricanas, gobernadas durante décadas por las minorías blancas.
Además, su intervención en una comparencia ante uno de los tribunales a cargo de su proceso, ocupa un lugar destacado en la historia de Mandela y de Sudáfrica: "Siempre he atesorado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la que las personas puedan vivir juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir".
Ese ideal se materializó, por lo menos de manera simbólica, en las elecciones del 27 de abril de 1994, día en que el Consejo Nacional Africano obtuvo el 63 por ciento de los votos para que pocos días más tarde, el 10 de mayo de ese mismo año, el Parlamento designara a Mandela como presidente, ya no en representación de los negros, sino de todo el pueblo sudafricano.
Fueron los primeros comicios democráticos con voto universal luego del Apartheid, el sistema que legitimó el racismo y la exclusión en Sudáfrica por más de 40 años. Mandela tenía entonces 76 años y tomó posesión de su cargo con la tarea de liderar la reconciliación de dos naciones formadas en la confrontación y unidas apenas por un mismo territorio.
Asumía los retos de un país profundamente dividido pero, además, las consecuencias de la inequidad, la pobreza, el analfabetismo y una alta concentración en la propiedad de la tierra, un 86 por ciento de ella en manos de los blancos.
El balance de su gobierno, que se extendió hasta 1999, podría presentarse desde varios frentes. Por una parte, representó para Sudafrica la continuidad de un proceso iniciado en 1991 y la consolidación de una transición democrática, que entre otros aspectos, le permitió a ese país dejar atrás la tutela permanente de la comunidad internacional.
Inició, por otra parte, un tránsito social y económico para la consolidación de Sudáfrica como potencia regional y como mediador pacífico las confrontaciones bélicas de otros países del continente africano.
Finalmente, durante su paso por la presidencia, pero también en los años posteriores, Mandela se transformó en un opinador de primer nivel frente a otros conflictos que persisten alrededor del mundo y encontraron en la experiencia de Sudáfrica un referente sobre una reconciliación que fue posible.
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