Cuando llega la noche a Nueva York, el colombiano Jorge Muñoz deja de ser otro conductor más de bus escolar para convertirse en el ángel de los inmigrantes del barrio Jackson Heights en Queens. No es alado ni inmortal, pero con parte de su sueldo, sus horas de sueño y su gran corazón le basta para ser el benefactor de los hambrientos.
Lo que comenzó como una "revelación" hace cinco años, cuando vio que un restaurante botaba comida y prefirió reclamarla y entregársela a ocho personas que deambulaban por la calle, hoy es la fundación An Angel in Queens (Un Ángel en Queens), que alimenta hasta a 140 personas cada día y que le mereció el reconocimiento de la cadena CNN que hoy lo tiene entre sus diez finalistas para escoger al héroe del año (ver recuadro).
A Muñoz, oriundo de Palmira, le pudo más el corazón cuando al otro día de haber entregado los primeros ocho platos de comida se volvió a encontrar a los jornaleros, que hacían tiempo a la espera de que se fuera la policía para ir a su guarida debajo del puente, y aceptó el reto que sintió que Dios le había encomendado: "Me comprometí más con ellos porque encima de que no tenían nada que comer estaban en la calle y estaban pasando necesidad", dijo en diálogo con EL COLOMBIANO.
Hay amor para todos
Con el paso de los años el número de comensales ha aumentado y Muñoz calcula que en total ha servido cerca de 70 mil platos.
Sin distingo de raza, sexo o religión, los siete días de la semana él sale a socorrer a los necesitados a las 9:30 de la noche con comida caliente y bebidas.
"La gran mayoría son colombianos, mexicanos y ecuatorianos, pero yo he contado más de 18 nacionalidades diferentes, llegan personas de Egipto, Grecia, Inglaterra, todos los países suramericanos, España, Estados Unidos, Etiopía y Haití", narró Muñoz.
Pero ser un ángel no es fácil y a la par que combate la injusticia, la desigualdad y el hambre, Jorge tiene su propia lucha interna. Cuando se encuentra de frente con la crueldad humana, capaz de golpear, quemar con fuego o robar a los más vulnerables "tengo que tragarme la lástima", aseguró Muñoz y compartió los duros atropellos que ha presenciado.
Pero también hay momentos buenos, de esos que hasta lo hacen llorar de solo contarlos. El que más atesora es el de Gabriel, un mexicano que cuando lo conoció, hace como dos años, tenía tan solo 20 años y llevaba dos meses en la calle. Seis meses recibió de manos de este valluno una comida diaria hasta que dejó de ir "y cuando menos pensé se apareció un día me regaló 20 dólares y me dijo que ya había conseguido trabajo y que gracias a mí no había aguantado hambre", expresó este héroe con la voz entrecortada.
La bondad es contagiosa
Pero Muñoz no es el único artífice de esta obra. Hombro a hombro con él, hoy en día trabajan otras cinco personas.
Su madre, que los cuatro primeros años del "programa de comidas" cocinó todos los días de la semana y quien ha sido su inspiración para ayudar a los demás; su hermana Luz; la señora Oliva Cortés, que recibe sueldo de dos donadores y se encarga ahora de la cocina y las cuentas, y dos mexicanos que Jorge recogió de la calle.
"Dios me ha puesto muchos ayudantes y por eso he podido salir adelante, porque el volumen de comida es mucho y yo cocino en una estufa doméstica", afirmó el colombiano.
Jorge ha sido testigo de primera mano de lo que varios buenos corazones pueden lograr unidos. A esta ayuda se suma la de los donantes, que desde que empezaron a escuchar su historia en medios como The New York Timesy CNN empezaron a enviar dinero o alimentos a la fundación, que fue creada en julio de 2008.
Gracias a la ayuda de estos héroes anónimos que aportan a su gran causa, a Muñoz ahora solo le toca completar los 400 dólares que necesita semanalmente con 150 dólares de su sueldo. Antes de que llegaran las manos amigas daba la mitad de lo que devengaba y se "estaba ahorcando".
Muchas vueltas le ha dado la vida a este colombiano desde que dejó su tierra en los años ochenta, siguiendo los pasos de su mamá, quien había partido dos años antes buscando un mejor futuro para él y su hermana.
Hoy sus días tienen 19 horas hábiles, que reparte entre su trabajo diurno y su obra de beneficencia.
Se levanta a las cinco de la mañana y solo vuelve a conciliar el sueño a las 12:30 de la madrugada. A las 5:30 de la tarde corre a su casa, se toma un café, ultima detalles de los menús del día que están previamente concebidos y que se empezaron a cocinar desde las dos, va a su iglesia cristiana y se despide de Dios con una bendición para encontrarse con sus fieles seguidores que, como cada noche, ya lo esperan en fila.
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