Hacia la mitad de la noche, el recién finado Rodrigo Alberto Restrepo Ardila se le presentó a su mamá sin camisa, descalzo, con el mero pantalón.
Doña Rosa Silvia -quien dice haberlo visto venir arrastrándose por el camino pedregoso que flanquea el corregimiento de Pueblito, en Heliconia- entreabrió bien los ojos y le preguntó:
-Mijo, ¿a usted no lo habían matado pues?
-Sí mamá, pero la vine a visitar para que no me llore más, es que usted me ha llorado mucho- le contestó.
Esta morena de 55 años asegura que desde eso su muchacho no se le volvió a aparecer en sueños. Lo dice mientras exhibe un vestigio de portarretrato que descansa solitario en la sala de la casa.
El domingo 11 de octubre de 1999, Rodrigo fue atado de manos por la espalda y asesinado con un tiro de gracia, junto con otros 11 jóvenes. Ninguno superaba los 25 años de edad.
Estaba lloviendo sobre Pueblito. Gustavo de Jesús Cano González, un viejo panelero de ojos claros y abotagados, padre de otro de los ajusticiados, se acuerda bien.
"Después de la Misa, citaron a toda la gente del corregimiento en la cancha. Después, a los varones se los llevaron para el negocio mío (una cantina) y a las mujeres las encerraron en la discoteca 'Claro Luna'".
El expediente dice que los citantes eran 40 hombres armados, pertenecientes al Bloque Noroccidente de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc). Ahí estaba, tal como lo reconocería en juicio, el exparamilitar Alirio Antonio Ayala López, cuyo apodo resultaba toda una paradoja: "El Guerrillo".
"A los hombres les ponían el trago en la mesa y les decían ¡beban! y, claro, uno con miedo bebe", relata don Gustavo.
A eso de las 12 de la noche y luego de varias discusiones, montaron a los doce jóvenes a un camión, entre ellos a Rodrigo, de 17 años, y al hijo de don Gustavo: Ramiro de Jesús Cano Chalarca, de 21.
La mayoría trabajaba en una legumbrería cercana. Los demás 'jornaliaban' o se ganaban la vida desgranando café en el páramo.
"Yo me quedé toda la noche despierto, tratando de cazar algún ruido con la oreja, algún disparo, pero como eso fue por allá en el extramuro no se escuchó nada", continúa don Gustavo. Ya a las 5 de la mañana -prosigue- bajó un colectivo con la noticia. "Me dijeron, oiga señor, si usted viera el tendal que hay allá en El Chuscal".
¿El tendal?
"Sí, el tendal, la mortandad que había. Allá los dejaron uno sobre otro. Faltando un cuarto para las 6, los encontramos".
Un pueblo sitiado
Heliconia es un municipio de 6.252 habitantes (según datos del Sisbén), que parece haber sido puesto -como aprisionado- a los pies de la cordillera.
En antiguo y antes de que llegaran los paramilitares, a Heliconia lo reconocían por ser "el pueblo de la sal". Pero fue exactamente el 27 de enero de 1998 (día en que las Autodefensas entraron por primera vez) cuando esa identidad comenzó a desvanecerse.
En esa fecha, y según lo documentó la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, fueron asesinado Elkin Andrés Cardona y tres campesinos más.
Por ese crimen fue sancionado el entonces comandante de la Estación de Policía, el subintendente Héctor Hernán Sánchez R., pues a juicio de la Procuraduría "su pasividad fue total y dentro del contexto analizado sólo puede concluirse que su actitud omisiva fue netamente dolosa". En la investigación Sánchez Restrepo aseguró que a uno de los muertos "le aparecieron unas fotos donde está con la bandera del M-19". (folios 138 y 139).
A partir de ese momento y bajo la excusa de estar buscando informantes de grupos guerrilleros, las Auc se afincaron en Heliconia. Menudo contrasentido, razona Fosión Bedoya, el actual Personero municipal, pues en Heliconia nunca ha habido guerrilla. Es como si este pueblo brumoso, medio frío y abrigado con pinos y cafetales, hubiese sido condenado sin haber cometido la falta.
Lo que vendría después es innombrable. En la cabeza de una exfuncionaria de la Alcaldía todavía desembocan imágenes del día en que quemaron a dos jóvenes en el alto de El Chuscal. "Los amarraron a un árbol, les prendieron candela y luego les pasaron un camión por encima. Los montaron en una volqueta y los trajeron a la plaza del pueblo".
Durante esa época no sólo comenzaron a aparecer muertos en la carretera. El 5 de junio de 2001, y de acuerdo con una denuncia que reposa en la Agencia Presidencial para la Acción Social, cinco paramilitares entraron a una casa de Pueblito y abusaron sexualmente de una joven -uno detrás del otro- delante de dos menores de edad.
A los tres meses de ocurridos los hechos, Gloria* se dio cuenta de que estaba embarazada. "Qué no hice, qué no tomé para no tener ese bebé. Pero pudo más el poder de Dios que el mío", dice.
Aun con todo el tiempo que ha pasado, esta mujer no siente que esté a salvo del todo. "La vida se le va cerrando a uno duramente. No es decir ya, listo, olvidé. No, eso nunca se borra".
Un niño de unos 9 años, que lleva terciada una mochila escolar, le pide a Gloria la bendición. Se despide como se despiden los hijos y se pierde caminando entre el potrero.
¿Es él?
"Sí, es él. Es además el hijo que más quiero", contesta Gloria con un gesto amable.
"Uno mira a los ojos a ese niño, que es hermoso, además, y no puede dejar de leer ahí la violencia de este pueblo", dice alguien cercano al caso.
Sentada en el jardín de su casa, desde donde se escucha una ranchera de Antonio Aguilar, Libertad de las Nieves Zapata llora contando que a ella le mataron a su hermano y al papá de sus dos niñas. Por esos días las casas de Pueblito lucían pintadas con consignas de las Auc.
"Ellos citaron a una reunión a la que nosotros no fuimos. Ahí dijeron que la próxima entrada ya era con el 'escuadrón de la muerte'. Como al mes fue que sucedió lo de mi hermanito", cuenta. Muchos en el pueblo recuerdan que el asesino de Carlos Andrés Vásquez, el compañero sentimental de Libertad, a los ocho días se atrevió a invitarla a la heladería, como si nada hubiese pasado.
Pero, ¿cuántas personas asesinaron durante ese periodo aciago? No se sabe. El Informe Forensis, que emite cada año el Instituto Nacional de Medicina Legal no tiene registros de los homicidios cometidos en Heliconia durante 1999, el año más recio. Ni siquiera están consignados los 12 jóvenes de la masacre de Pueblito.
Se sabe, acaso, que a la Personería de Heliconia llegaron 130 solicitudes de reparación administrativa por parte de las víctimas.
El número exacto de sacrificados está en la memoria de quienes se resistieron a abandonar el pueblo. "Recuerdo mucho la muerte de Édgar Álvarez. A él lo mataron y luego arrastraron su cuerpo varios kilómetros amarrado a un camión. Eso fue espantoso", denuncia Fosión Bedoya.
En el archivo municipal es posible hallar carpetas empolvadas con parte de esas historias. Son las actas de levantamiento de los cadáveres de aquellos años, que, en todo caso, no están completas, según la funcionaria encargada.
Allí se leen cosas como esta: "Junio 28 del año 2000, 1:00 p.m. Heliconia. Occiso: NN. Lugar de la muerte: vía pública. Encontrado dentro de caneca azul plástica, con varios días de descomposición".
Casi todos los documentos consignan que, por razones de orden público, la Policía no va a realizar el levantamiento. Son los mismos familiares los que llevan los cuerpos hasta el Hospital y es allí donde se realizan los trámites de defunción.
Hablar de lo que pasó en Heliconia, mientras el resto del mundo lo ignoraba, ahora no parece fácil.
Libertad, ¿qué quedó de todo esto?
"A mí me quedó el nerviosismo. A mí me parece que escucho tropeles en la calle, a veces me parece que ya van a tocar la puerta".
"Recuerdo mucho la muerte de Édgar Álvarez. A él lo mataron y luego arrastraron su cuerpo varios kilómetros amarrado a un camión. Eso fue espantoso".
Fosión Bedoya
Personero Municipal de Heliconia
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