Las librerías no son otra cosa que un comercio, uno en el que se compran y se venden libros, objetos que, a pesar de su insignificancia en el mundo de los negocios, representan valores que al parecer resultan apreciables. ¿Qué hay detrás de su prestigio?
En el año 2002, el poeta y ensayista mexicano Gabriel Zaid publicó un artículo titulado “Organizados para no leer”. Su tesis, con el humor e ironía que lo caracterizan, se resume en que, en los tiempos que corren, lo importante no es leer los libros, sino participar en lo que él llama las “extensiones de la vida literaria”.
Si la vida literaria se refiere a la actividad solitaria e íntima de leer un libro (o de escribirlo), las extensiones de esta vida son todas las cosas relacionadas con los libros que no dejan tiempo para leer: presentaciones, cocteles, almuerzos con autores, ejercer el periodismo cultural, la organización de ferias del libro o la asistencia a ellas, hablar de lo que se quiere escribir sin sentarse nunca a hacerlo o, para referirnos a lo que aquí nos concierne, asistir a la siempre improbable inauguración de una nueva librería. Ante esta visión pesimista del mundo del libro en la actualidad, hay quienes aún persistimos en la creencia de que algo refrescante y esperanzador se manifiesta cuando abre una librería.
En el prólogo de la primera edición de Memorias de un librero, el libro de Rafael Vega Bustamante publicó en 2005 bajo el sello Fondo de Cultura Económica, Juan Luis Mejía recuerda los cambios que anularon cierta vida social del Centro de Medellín y que condenaron a muerte a la Librería Continental. Allí, Juan Luis afirma: “Ese día (el de su cierre) Medellín fue más pobre culturalmente. A partir de entonces la ciudad está incompleta”.
Así que si Medellín fue más pobre culturalmente, si la ciudad quedó incompleta cuando cerró la Continental, tal vez la apertura de cada nueva librería ayude a llenar el vacío que desde entonces quedó en la vida social de esta provincia y, de alguna manera, continuar con el legado de las librerías que ya no existen, como la del Negro Cano, la Nueva, la Moderna, la Siglo XX, la Voluntad, la Bedout, la América, la Aguirre, la Científica, la Continental... de todos aquellos sobrios y silenciosos comercios que curaron, agitaron, afianzaron, revelaron y rebelaron a esta parroquia.
Pero volvamos entonces a la pregunta de hace un momento. ¿De dónde viene el prestigio del libro? ¿Por qué celebramos que circule un producto que no es otra cosa que eso, un objeto que se compra y se vende? Aunque este tema amerite una conversación más larga, me atrevo a señalar al menos algunas características que encumbran la mercancía de la que hablamos:
La primera tiene que ver con la vocación de permanencia, con la realización innegable de la posteridad. En un mundo en el que la gran mayoría de cosas son de un solo uso, el libro aparece como una presencia silenciosa que se rebela contra esta realidad. Los libros aspiran a permanecer muchos años a disposición de eventuales lectores. La idea de obsolescencia se relativiza incluso en la lógica que adquieren los inventarios de una librería, un verdadero desafío a la vulgarización generalizada del comercio.
Otro elemento que le da celebridad al libro es su relación con la enseñanza. Si el conocimiento humano fuera un edificio, sus paredes estarían hechas de libros como ladrillos. En un bello librito que se publicó el año pasado, justo después de la muerte de su autor, Nuccio Ordine le hacía un homenaje al famoso crítico y teórico literario George Steiner, quien había sido su amigo durante muchos años. En la primera parte del texto, Ordine dedica varias páginas al carácter de maestro de Steiner, y dice: “Recitar unos versos par coeur (o como se dice en inglés, by heart) no significa sólo aprender de memoria. Significa sobre todo ‘aprender de corazón’. También aquí las palabras de Steiner suenan como una advertencia contra las vacuas pedagogías hedonísticas que, hace ya muchas décadas, han demonizado en las escuelas y en las universidades el rito de aprender de memoria.
Los conmovedores endecasílabos de Paolo y Francesca en el quinto canto del Inferno de Dante, los versos de los cuatro cuartetos de T.S. Eliot, la breve composición de Antonio Machado sobre la búsqueda de la verdad, el viaje a Ítaca de Constantino Cavafis no pueden dejar a nadie indiferente: una vez aprendidos par coeur continúan actuando en silencio en nuestro interior, nos educan para asir lo indecible, nos invitan a ‘ver’ con los ojos del corazón, nos animan a explorar espacios jamás hollados. Nos acompañan como un tesoro a lo largo de nuestra vida”. Leyendo libros se aprende con el espíritu, para decirlo de otra manera.
También el año pasado (con un registro diferente al texto de Ordine) fue publicado el libro El valor de la atención, del divulgador británico Johann Hari, quien estudia la creciente incapacidad de los seres humanos para concentrarse durante largos períodos. En su libro queda claro el efecto silencioso de las nuevas tecnologías, desde la televisión hasta las pantallas de los celulares, sin mencionar el estremecedor panorama de los cascos de realidad virtual que están empezando a popularizarse.
En este proceso de pérdida de la atención, la caída en la lectura aparece como un asunto concatenado. Según Hari, entre 2004 y 2017 la proporción de hombres que leen por placer en los Estados Unidos ha caído en un 40% y la proporción de estadounidenses que no leen un solo libro al año se ha triplicado en el período que va de 1978 a 2014.
En 2017, dice, el estadounidense promedio gastaba 17 minutos al día leyendo libros y 5,4 horas en promedio en la pantalla del celular. Tras citar estudios que demuestran la relación directa entre la incapacidad de aprender de la misma manera en pantallas o en papel, tras evaluar el efecto pernicioso de la atención intermitente que nos exige lo digital y los mensajes que daban ambos medios (las pantallas y los libros de papel), Hari hace una pequeña confesión personal: “Me daba cuenta de que estoy de acuerdo con los mensajes del medio del libro. Creo que son ciertos. Creo que potencian los mejores aspectos de la naturaleza humana, que una vida con muchos episodios de concentración profunda es una buena vida. Por eso leer libros es algo que nos nutre. Y en cambio no estoy de acuerdo con los mensajes del medio de las redes sociales. Creo que, fundamentalmente, alimentan los aspectos más feos y superficiales de mi naturaleza. Por eso, pasar tiempo en esos sitios (incluso cuando, según las reglas del juego, se me dé bien, obtenga likes y seguidores) me hace sentir vacío e infeliz. Me gusta la persona en la que me convierto cuando leo muchos libros. Me disgusta la persona en la que me convierto cuando paso mucho tiempo en las redes sociales”.
En conclusión, hay muchas razones por las que es válido celebrar la apertura de una nueva librería, y en esta selección arbitraria encontramos un abrebocas.
*Director general de la Librería Lerner. Extracto de las palabras de inauguración en Medellín el pasado 28 de febrero de 2024.