Créditos
Luz María Sierra - Directora
Julio César Herrera - Reportero gráfico
Germán Calderón - Macroeditor multimedia
Tobias Mira - Diseñador web
Sonia Rodríguez - Editora gráfica
Alfonso Buitrago - Coordinador pódcast
Daniela Sánchez - Producción sonóra
Ana María Plata - Editora redes sociales
El Indio
“Le dicen el Indio. Se llama Javier. Me dice que lleva más de 30 años en la calle. En esa argolla tiene escrito el Padrenuestro porque cree mucho en Dios. Trabaja como cotero en el barrio Colombia y lo que consigue lo consume. Le pregunté que si me permitía un retrato y me dijo que no había problema, que los únicos que les huían a los retratos eran los delincuentes. Cuando vio su imagen en la cámara se puso a llorar. Hacía 25 años que no se veía en foto”.
“Yo creo mucho en el universo y creo que uno tiene feeling con gente. Yo soy muy frentero para decir las cosas con respeto. Y cuando él me dijo que si lo iba a retratar para algo yo le dije es que yo no vine para eso. Yo estoy en otro trabajo. Y él me dijo ‘yo confío’”.
‘El indio’ me presentó a un muchacho que ya es recuperado tres veces. Cuando me lo presenta viene por cuarta vez a habitar la calle. Ha salido tres veces de la calle y vuelve y cae en calle. Esta última vez viene muy bien vestido, y me explican que es uno de los capos que vende la droga en el Río Medellín. El vende papelito amarillo. Son cuatro plazas de vicio: se conocen como papelito amarillo, rosado, blanco y azul clarito. Él está entre los dueños y los que la venden. Yo me hago amigo de él. Y me dice “te voy a llevar a los submundos de la calle con la condición de que no me vas a mostrar a mí”.
Javier 'Collares'
“A Javier le dicen ‘aretes’ y ‘collares’. Lo perseguí dos o tres meses para hacerle retratos. Tenía muy mal genio. Finalmente me hago amigo de él y me lleva a su casa debajo del puente de San Juan. ‘Te presento mi casa’, me dice. Era un colchón, con unas cobijas viejas y tapado con un plástico negro. Me dijo que llevaba 33 años viviendo allí. Le pregunté por unos huecos en el piso: ‘¿Por qué no los tapás?. “Por más de que los tapo las ratas los destapan. Yo vivo con las ratas. Encima de las madrigueras de ellas están los cambuches míos. Si no les doy comida no me dejan dormir”. En un restaurante le regalan bolsas con comida, “yo me como la más limpia y la otra se las riego por la tarde o por la noche para que no me muerdan”. Yo fui varia veces y vi las ratas.
En una de las idas donde Javier lo vi muy enfermo. Me dijo que le dolía mucho el estómago. Pedí ayuda, llegó una ambulancia, él se puso a llorar y dijo que solo se iba conmigo. Lo acompañé hasta la unidad de salud de Castilla. Luego de atenderlo lo devolvieron a su lugar. Yo le llevaba comida para él, sobrados para las ratas y le conseguí una silla de ruedas, porque seguía muy enfermo. Un jueves iba en misión de trabajo del periódico y pedí que nos fuéramos por San Juan para saludarlo. Cuando pase vi la silla de ruedas encima del plástico negro y pensé está dormido. Volví el lunes y los habitantes de calle me dijeron que cuando yo pasé él ya estaba muerto debajo del plástico. Yo creo que el preparó todo, puso la silla encima del plástico para que no se levantará y se arrastró debajo. Ya el lunes no estaba Javier (dice Julio visiblemente conmovido). Yo creo que esta, la foto de Javier dentro de su casa, es la foto más linda que yo tengo.
Walter, 40 años en la calle
Walter viene de Urabá, tiene 54 años, y lleva 40 años en condición de calle. Dice que hace 18 años conoció a Jesucristo y que desde entonces es “un hombre nuevo en el cuerpo y el espacio. Yo soy un servidor y aplico lo que usted necesite. Yo soy lo que usted necesita que le sirva. Si necesita que haga mandados ese día son mensajero”.
El Diablo
“Cuando yo iba de mi casa al periódico vi a una persona de pie y de pronto desapareció. Me fui a revisar y me encontré que habían quitado la tapa de la boca de acceso a una alcantarilla y cuando miré hacia abajo, como 6 o 7 metros en lo profundo, se estaba bañando ‘El diablo’. Yo ya lo conocía. Se vistió abajo, salió con la ropa mojada en la mochila y se puso la máscara para asustarme. Luego supe que eso vive destapado y hacen fila para bañarse y lavar la ropa porque el agua no es sucia, pues sale de la piscina de la Universidad Nacional”.
El de la Aguacatala
“Este es Ricardo Bedoya, vive debajo del puente de la Aguacatala. Unos grafiteros le dijeron que si se quería ver retratado en su hogar y le hicieron esta pinta gigante. Él nos decía que era del suroeste y que buscando a su familia había caído en la mendicidad. Hicimos vaca entre varios en el periódico, le compramos muletas para un problema de rodillas que tiene, ropa nueva y los tiquetes para que se fuera en bus a buscar a su gente. Una periodista lo despachó en la terminal de trasportes; todos estábamos contentos, ella incluso le dio al conductor del bus el número de teléfono para que la llamara y le contara el final de la historia. Pero resulta que Aicardo se bajó del bus a las tres cuadras. Él no consume y nos dimos cuenta de que a él le va muy bien debajo del puente. De pronto se sintió presionado por el bien que le queríamos hacer y por eso nos siguió la corriente”.
El Ciego
“En uno de mis recorridos alguien me presenta a ‘el ciego’. ‘Ciego, te presento un parcero que nos toma fotos’. Él tiene sus ojos abiertos. Me mira normal. Eso si no podía moverse y mandó a comprar 10 cositos con un compañero y que sacara 2.000 pesos para él. El ciego me conversa y me dice que está yendo a un grupo de oración y que le están ayudando a recuperarse porque antes se tiraba hasta 60 bazucos al día y que ya ha bajado la dosis gracias a la oración. La foto en un gesto de oración se la hago cuando me dice que por encima de todo está el Dios padre. Yo me moví para tomar más fotos y él siguió hablando y mirando para el lugar en el que yo estaba antes. Y yo le dije “vos por qué me estás hablando para allá”. Y el me respondió: “¿es que vos no te das cuenta que soy ciego?”.
La doble vida de Moisés
Moisés Montoya anda en los 67 años y es una persona muy particular porque tiene una casa espectacular, vive con su esposa en La América, pero todos los días a las 6 de la mañana se transforma en habitante de calle. Es hermosísimo, se mantiene impecable, limpio, le hace honor al Moisés el de la Biblia, con su barba larga. Cuando podan árboles, pide los troncos más gruesos y hace tallas de madera en la calle y las vende. En un solo bastón, por ejemplo, talló toda la historia del transporte en Medellín desde cuando la gente montaba a caballo hasta llegar al metro de hoy. Por la noche, noche, se devuelve a su casa. Solo va a dormir.
Su casa es un poste
“Cuando lo abordé, él no me hablaba. Yo le dije que mi nombre era Julio César y ahí sí me contestó “solo te digo que somos tocayos”. Se llama Julio César Múnera, me contó que a los 62 años empezó a habitar la calle, que no la conocía pero que cayó en el bazuco. Es un ser humano muy bonito, me dijo que lo único que él quería cumplir en su vida era darles estudio a sus hijos. Sus hijos son estudiados y tienen buenos puestos. Cuando uno pasa el puente de la avenida Colombia, del centro hacia el estadio, usted mira para el río ve un poste y esa es la casa de Julio César. Cuando yo digo casa es porque todos los días de su vida usted lo encuentra en ese poste recostado o durmiendo al lado”.
'El Piojo' y la casa en el árbol
Algún día decidí ir a tocar en la Casa del Árbol y me salió ‘el Piojo’. Le dije que quería conversar con él y me dijo que no, que si quería volviera otro día. A los dos días, hice un mercadito y se lo lleve, bajó, me dijo que él era El Piojo, me contó que hace 25 años hizo la primera casa en un árbol en la avenida 33 y se la tumbaron. Entonces buscó muchos días un árbol que resistiera la casita en un lugar donde no perjudicara a nadie. La casa adentro tiene como 2 metros de ancho por 5 de largo, tiene luces rojas, verdes, cocineta, cama, bafles, tiene todo. La mantiene impecable porque la novia lo visita seguido. Él es trapito rojo, limpia carros y cuida carros. Tiene abajo su bicicleta y mantiene el jardín y todo impecable alrededor del árbol.