El 2024, que estuvo marcado por un incremento alarmante en la frecuencia y gravedad de los desastres naturales, será recordado como un período crucial en la historia del cambio climático, pues tal y como lo confirmó la Organización Meteorológica Mundial (OMM), la temperatura media global durante los primeros nueve meses del año superó en 1,54 °C los niveles preindustriales, un récord histórico que, impulsado por el Fenómeno del Niño y las crecientes concentraciones de gases de efecto invernadero, intensificó los fenómenos meteorológicos extremos en toda la Tierra y encendió las alarmas sobre la urgencia de abordar la crisis ambiental.
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En Colombia, por ejemplo, en noviembre se vivió una emergencia climática que afectó a 25 de los 31 municipios del Chocó con fuertes lluvias que perjudicaron a 16.800 familias, y mirando hacía el exterior los eventos más significativos del año fueron el huracán Milton en Estados Unidos, el huracán Helene en Cuba y México, las inundaciones devastadoras en España, las olas de calor extremo en Medio Oriente y los incendios forestales que arrasaron vastas áreas de América del Norte, ya que, además de causar pérdidas humanas y materiales incalculables, revelaron la vulnerabilidad de las comunidades y los ecosistemas frente a un clima cada vez más impredecible.
Destrucción al sur de EE. UU.
El huracán Milton tocó tierra en el sureste de Estados Unidos en septiembre, dejando un rastro de destrucción a su paso. Con vientos sostenidos de hasta 250 km/h y lluvias torrenciales que superaron los 500 mm en algunas regiones, este evento climático se convirtió en uno de los más costosos del año, destacó un informe de la organización Christian Aid, que realiza este tipo de análisis.
El impacto de Milton fue particularmente severo en Florida, donde las inundaciones anegaron comunidades enteras y dejaron sin hogar a miles de personas. Los costos de reconstrucción se estimaron “en más de 60.000 millones de dólares”, lo cual pone de relieve la necesidad de mejorar la infraestructura resiliente al clima. “Los huracanes están ganando fuerza debido al aumento de la temperatura del agua en los océanos, un efecto directo del cambio climático”, explicó Samantha Burgess, directora adjunta del Servicio de Cambio Climático de Copernicus.
El Caribe y México devastados
En octubre, el huracán Helene golpeó el Caribe y el Golfo de México con una fuerza catastrófica. Las costas de Cuba y la península de Yucatán fueron las más afectadas, con comunidades costeras devastadas por las marejadas ciclónicas y los vientos huracanados. Según la OMM, Helene “generó pérdidas económicas de aproximadamente 55.000 millones de dólares, dejando tras de sí una crisis humanitaria que destacó la insuficiencia de los sistemas de alerta temprana y de respuesta rápida”.
El aumento en la intensidad de los huracanes de la magnitud de Helene (o Milton) se debe, como lo explicó Burgess, al calentamiento continuo de los océanos: ese aumento proporciona la energía necesaria para que estas tormentas se fortalezcan.
Además, hay que mencionar que el incremento del nivel del mar exacerba las inundaciones costeras, un problema que afecta especialmente a las islas del Caribe y a las comunidades vulnerables en el país azteca.
España y la furia de una DANA
En Europa, las inundaciones en Valencia, España, fueron uno de los desastres climáticos más severos registrados en el continente: una Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA) causó lluvias torrenciales que triplicaron los umbrales de precipitación máxima registrados anteriormente. Más de 220 personas perdieron la vida y los daños materiales superaron los 4.000 millones de euros.
“El cambio climático está alterando los patrones de precipitación, intensificando eventos como las DANAs”, afirmó Celeste Saulo, secretaria general de la OMM, y a esto se le suma que la urbanización descontrolada y la falta de infraestructura adecuada contribuyeron a la magnitud de la tragedia.
Sequías e incendios forestales
El oeste de América del Norte enfrentó, a lo largo del año, una temporada de incendios forestales sin precedentes, agravada por una sequía prolongada que dejó a millones de personas sin acceso a agua potable. California y Columbia Británica fueron las zonas más afectadas, con incendios que consumieron “un total de 660.000 acres”, señaló el Center for Disaster Philanthropy de Estados Unidos, y provocaron evacuaciones masivas.
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El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) en el informe ¿Acaso el cambio climático está aumentando el riesgo de desastres?, argumentó que las altas temperaturas y la acumulación de vegetación seca han creado un “polvorín” en estas regiones, aumentando la frecuencia y severidad de los incendios forestales. La restauración de ecosistemas y la implementación de quemas controladas son algunas de las soluciones propuestas para enfrentar esta crisis.
El azote de las olas de calor
Las olas de calor extremo en Medio Oriente alcanzaron temperaturas récord, superando los 51 °C en algunas regiones. Este fenómeno causó la muerte de más de 1.300 personas durante el hach (una peregrinación anual que realizan los musulmanes) en La Meca.
Ahora, y aunque suene repetitivo, el aumento de las olas de calor está directamente relacionado con el calentamiento global, puesto que “cada fracción de grado adicional tiene un impacto significativo en la intensidad y frecuencia de estos eventos”, como advirtió Saulo.
Es decir, la adaptación climática, incluyendo la creación de espacios verdes urbanos y la modernización de infraestructuras, se ha convertido en una prioridad para las naciones afectadas.
Inequidad en impactos climáticos
Uno de los aspectos más alarmantes de estos desastres es la disparidad en su impacto. Para WWF, “las comunidades de bajos ingresos y las comunidades de color son desproporcionadamente afectadas, exacerbando las desigualdades preexistentes”, y las inundaciones, los incendios forestales y las olas de calor tienden a golpear más duramente a aquellos con menos recursos para adaptarse o recuperarse.
El huracán Katrina en 2005 ya había puesto en evidencia esta inequidad, pero los eventos de 2024 reafirmaron la urgencia de integrar la justicia ambiental en las políticas climáticas, ya que la distribución equitativa de recursos y la planificación inclusiva son fundamentales para garantizar que las comunidades más vulnerables no se queden atrás.
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Ahora, la escalada de desastres climáticos actuales es un llamado a la acción para gobiernos, empresas y ciudadanos; la mitigación del cambio climático mediante la reducción de emisiones y la transición hacia energías renovables es crucial; y al mismo tiempo, es imperativo invertir en estrategias de adaptación que incluyan soluciones basadas en la naturaleza y la modernización de infraestructuras.
En palabras de Burgess, “la crisis climática no es un problema del futuro, está ocurriendo ahora, y sus efectos están tocando cada rincón del planeta”.