La apuesta más grande de Netflix en Latinoamérica es la adaptación de Cien años de soledad, la gran novela de Gabriel García Márquez, a una serie que tendrá dieciséis capítulos. La grabación se hizo en un pueblo que durante meses parapetaron en un rincón del Tolima. Entre todo, hay dos datos que no se pueden pasar por alto: una de las directoras es Laura Mora, nacida en Medellín y quien desarrolló aquí sus dos largometrajes —Matar a Jesús y Los reyes del mundo, por la que obtuvo la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián en 2022—, y el director de música en set, es decir, el encargo de pensar e idear la música que escuchan los personajes en ciertas es escenas, es Juancho Valencia, también nacido en Medellín, director musical de Merlín producciones, creador de Puerto Candelaria y ganador de varios premios Grammy.
Mora y Valencia, grandes artistas que se hicieron en Medellín pese a sus cursos o estudios en el extranjero, son un ejemplo de lo que apenas señala un síntoma de un fenómeno: la consolidación de Medellín como una ciudad creativa. Mora es la directora de cine más importante del país, con una obra viva que ha sido aplaudida por señalar de manera poética y trágica el sino de una ciudad violenta y de un país donde la guerra ha tenido una causa fundamental: la tenencia de la tierra. Valencia, por su parte, es uno de los productores de música independiente más solicitados en el extranjero: ha trabajo con artistas franceses, holandeses, israelíes, estadounidenses, cubanos y mexicanos, solo por mencionar algunos.
Son solo dos ejemplos —ya daremos más— de Medellín como capital creativa global, porque estos casos no nos hablan de islas, nos habla de movimientos: el del cine y el de la música independiente. Es imposible entender a Mora sin el trabajo del director Víctor Gaviria, y a Valencia sin el camino que le abrieron Discos Fuentes y Codiscos a la cumbia, el chucu-chucu, el porro y el vallenato. Además, con ellos hay productores, camarógrafos, directores de arte, fotógrafos, músicos, ingenieros.
Según datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), en el Valle de Aburrá el rubro que más creció en empleo entre 2017 y 2022 fue el de información y comunicaciones, con un 72 por ciento —allí entran administradores de redes sociales, influenciadores y su largo etcétera—; los siguió el arte y la recreación, con el 71 por ciento; y de cuarto lugar el alojamiento y los restaurantes.
Es evidente que en cuestión de años la industria del entretenimiento en Medellín tomó un vuelo inusitado, y en gran parte se debe al auge del reguetón. En 2018, J Balvin se convirtió en el artista más escuchado del mundo en Spotify, hoy por ese grupo estelar de los cinco más top han pasado Maluma, Karol G, Feid y Sebastián Yatra. Pero esos son solo nombre, detrás hay músicos expertos que trabajan y producen desde aquí; dentro de la industria hay algo que se conoce como “el sonido Medellín”.
Hace varios años conocí a Daniel Uribe, un guitarrista extraordinario que empezó a tocar al lado de Fernando Tobón (Toby) con la banda de Juanes. Un paréntesis: Toby es clave para entender el sonido del rock local, la mezcla entre música “guasca” y sonidos modernos. El caso es que Uribe ha grabado instrumentos de cuerda para “palazos” mundiales de reguetón y pop y ahora gira por el mundo con el cantante Camilo.
Aquella vez, Uribe me mostró una red social para músicos que conecta con proyectos de todo el mundo. Recuerdo que así pudo grabar guitarras eléctricas para bandas rusas y japonesas de rock y metal rarísimo. El punto es que músicos del mundo reconocen hoy la calidad de los profesionales de esta tierra de montañas.
La de Uribe, es una historia parecida a la Susana Vásquez (Sus Vásquez), guitarrista de Karol G, una mujer que estudió sus bases musicales en Medellín y quien por años ha vivido en Estados Unidos, donde también toca con conjuntos de jazz, pop y rock, haciendo incluso colaboraciones con Jacob Collier, a quienes mucho titulan como el último genio de la música contemporánea.
Quiero señalar con estos ejemplos, que la música no es solo un fenómeno de los grandes nombres que agitan el fandom. Por último, quiero hablar de Andrés Uribe, mejor conocido como Ily Wonder, guitarrista de jazz graduado de Berkeley, hermano de la gran pianista Blanca Uribe, y genio detrás del éxito de Maluma, hombre cultísimo y moderno, que no deja el jazz, pero que está detrás de la música urbana con sonido Medellín.
Esa industria del reguetón trajo, además, productoras de videos, relacionistas públicos, empresarios, turismo, restaurantes, hoteles. O no digamos que “trajo”, potenció una industria que ya estaba, pero que no había estallado. Cómo no reconocer lo hecho por cantantes como Juanes, o por cocineros como Álvaro Molina o los dueños del restaurante Carmen, quienes cuentan cómo en los primeros años de los dosmiles no era fácil conseguir ingredientes para sus platos de primer orden mundial.
Como ha sucedido con ciudades como Nueva York, Buenos Aires y Ciudad de México, el auge creativo determina también el auge del turismo, lo que desemboca en una alta demanda de hospedajes. En 2022, Antioquia fue el departamento del país con mayor área hotelera licenciada, llegando al 26 por ciento de todo el país.
Dice el estudio Antioquia emergente: una estrategia de desarrollo económico desde el sector privado para Antioquia —realizado por Universidad Eafit, Proantioquia, Comfama y Breakthrough— que la tendencia de área hotelera está por encima de Bogotá y Cundinamarca sumadas (23 por ciento) y que el fenómeno va más allá de Medellín, “pues más de la mitad de esta área hotelera en Antioquia se está licenciando por fuera del Área Metropolitana del Valle de Aburrá (55%), particularmente en cuatro circuitos turísticos: Oriente cercano (Rionegro, El Retiro, La Ceja), Embalses (Guatapé, El Peñol), Occidente cercano (San Jerónimo, Sopetrán, Santa Fe de Antioquia) y Suroeste (Jericó, Jardín)”.
Es muy común andar por las calles de Medellín y encontrar extranjeros que ahora viven en Medellín —nómadas digitales que, según Nomad List, llegan a cerca de 100.000 al año—, llegan por el clima de la ciudad, porque la divisa extranjera aquí funciona mucho mejor y, también, porque les parece que la ciudad “vibra” —según la expresión de muchos—: hay buena música, buenos restaurantes, teatros... Se trata de una rueda que sigue girando y en la que Medellín parece empeñarse, una oportunidad como lo fue hace doscientos años la minería y hace cien años la industria.