*Enviado especial
Las calles de Guadalajara se parecen a las de Barranquilla en su zona empresarial y más moderna, y a las de Cartagena en las casas coloniales que están en las esquinas de toda la ciudad.
Jalisco es uno de los estados más grandes del país y tiene dentro de sus símbolos a toda la identidad cultural de la fuerza mexicana. Guadalajara es su capital.
Por sí mismo es un país vibrante lleno de colores, sabores y música. Pero en Jalisco esas sensaciones se exacerban. Para los colombianos hay un único “pero” y es la entrada en Migración. La actitud de los oficiales de las autoridades mexicanas es particular frente a los colombianos. “Si vienen de Colombia hagan una fila aquí por favor”, dice una de las mujeres uniformadas que divide a todos los ciudadanos del mundo de los que llegan en aviones procedentes de Colombia.
Luego, en la pequeña entrevista en la que el oficial pregunta siempre con desconfianza y corrobora con precisión las reservas de hotel, el vuelo de regreso y la razón del viaje, escribe con un lapicero en el sello que acaba de poner sobre el pasaporte el número de días exactos que los colombianos tenemos permitido estar en el país.
Es una actitud ciertamente tosca que genera molestia y hay antecedentes importantes. Denuncias de ciudadanos que aseguran haber sido maltratados en las instalaciones de Migración debido a su nacionalidad.
Pero una vez se chequea la salida de migración, México es realmente un destino sorprendente. Ahora, Jalisco es la experiencia completa. El país tiene una de las economías más prospectivas del mundo con un gobierno de izquierda que acaba de reelegirse y una poderosa industria del turismo que se ha profesionalizado a tal nivel que en Colombia tenemos mucho que aprender. Con todos los periodistas con los que viajé coincidimos en que lo mejor es el calor de las personas. Desde los anfitriones en un viaje de una agencia promotora del turismo en Guadalajara, hasta los vendedores locales y los conductores de taxis y transporte público o los policías, la experiencia de humanidad es formidable.
Las calles de México están llenas de significado histórico y remembranzas de un pasado azteca que se percibe en las formas y en las leyendas que cuentan cómo dos civilizaciones se encontraron para descubrirse mutuamente hasta la independencia. En los museos y los edificios públicos también se siente con intensidad el dolor por la pérdida de culturas enteras que cayeron ante los españoles con sus cosas buenas y malas en guerras que se volvieron brutales.
Miguel Hidalgo y Costilla, el revolucionario que se enfrentó a los virreyes para liberar al pueblo mexicano y que declaró la abolición de la esclavitud con la reforma 50 años antes que Estados Unidos, también está en todas partes. En cuadros, monedas, estatuas, las paredes y en los restaurantes de la ciudad. La primera experiencia en Guadalajara es con la historia que es siempre tan importante en México. “Saber de dónde venimos. Estos fuimos nosotros, los indígenas, las culturas que construyeron esas pirámides, y que se enfrentaron a los güeros para defender sus tierras”, dice un guía con el pelo blanco, la piel bronceada por las caminatas a los turistas bajo un sol intenso. Y con el acento inconfundible que alarga el cierre de las palabras.
La segunda experiencia es la del contacto con la tradición cultural. En Jalisco se crearon los mariachis, pero antes que los mariachis los charros, y el tequila, un licor famoso en todo el mundo por su sabor característico y un poco salado que ha generado toda otra industria orgullosa durante centenares de años. Los charros, o los llaneros mexicanos, son estos hombres de rancho amantes de los caballos con un bigote siempre grueso y peinado que usan sombreros grandes y persiguen toros para atarlos con sogas. “No es una profesión, sino un estilo de camino para ser feliz y perseguir los sueños”, dice Jorge Torres, un charro que solo se quita el sombrero para comer y asegura que no haría nada más en la vida.
Jorge, el hombre de la foto (abajo), viste su traje igual que los charros y las charras de su rancho en Guadalajara. Con dedicación y pulcritud como si fueran militares. Aman a México como a los caballos a los que cuidan igual que a hijos. “Esto es un arte, tiene que ser un arte, y así se debe notar, con el alma”, agrega.
Guadalajara está rodeada de pueblos mágicos, estos destinos que son certificados internacionalmente por contar con todas las características de belleza y conservación de patrimonio, no solo para los turistas sino para sus propios ciudadanos. Chapala es una ciudad bañada en un lago con un malecón desde el que se puede pescar y hay restaurantes con tacos, aguas frescas y comida tradicional con diferentes niveles de picante.
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Tlaquepaque es como la Florencia mexicana. Un pueblo a una hora de Guadalajara dedicado a las artesanías en barro y todos los metales. Pero también a esculturas costosas que son exhibidas en las tiendas de artistas de categoría internacional avaluadas en cientos de miles de pesos mexicanos. Caminar por las calles de Tlaquepaque, difícil de pronunciar, es un escape a los sueños de los artistas que crean las fantasías de su imaginación con colores y combinaciones en una belleza magistral. De allí resalta la obra de Sergio Bustamante y una galería que tiene un museo de sillas papales usadas por Juan Pablo Segundo, Francisco y otros grandes jerarcas de la iglesia en sus visitas a México.
De la comida no se puede hablar por separado porque es algo que atraviesa todas las experiencias de punto a punto. Los sabores mexicanos sobre las tortillas de maíz explotan en el picante casero. Y lo más importante, dice nuestra guía de Puerto Vallarta, la famosa ciudad de la costa de Jalisco, es que el picante sea verdaderamente casero, no envasados a menos de que sea el de marca Valentina, porque “allí es donde está presente el corazón de las abuelas”.
Tequila y Puerto Vallarta
Ir a Jalisco y no ir a Tequila, el pueblo que se llama así porque es allí en donde nació el licor, es como ir a Medellín sin visitar la plaza Botero. Igual que los tacos y los chilaquiles, el tequila es la bebida mexicana por excelencia que representa lo mejor de la industria licorera del país. Allí están situadas las compañías más importantes, porque solo en Jalisco y en Tequila particularmente se da el agave que sirve para este trago. Es una planta de un metro de altura con ramas parecidas a la sábila que produce un tipo de azúcar fermentada tras 5 o 10 años cuando por fin en estado de maduración puede ser procesada para convertirse en Tequila.
Está José Cuervo pero también Sauza, que tiene sus plantas y su fábrica expuesta al público que quiere saber más del proceso. “El mejor tequila es el que usted disfrute mejor”, es la frase más común de los expertos que se dedican a enseñar a catar los licores uno por uno desde el reposado hasta el blanco que cuenta con tres destilaciones y es el que mejor separa el agave del alcohol. Pero lo cierto es que difícilmente un tequila sabe mal.
Finalmente, en el atardecer de uno de los mejores viajes de turismo que he realizado, llegamos a Puerto Vallarta, la ciudad conocida por la reconocida canción en el pacífico mexicano. La más importante atracción de Puerto Vallarta es Playa Caletas y el show de Ritmos de la noche. Se toma un ferry o catamarán en el puerto y se atraviesa el mar durante cuarenta y cinco minutos hasta la punta de la ciudad. Allí, delante del mar y de espaldas a una montaña selvática, está una especie de isla con miles de antorchas que simulan una película de Piratas del Caribe.
Hombres y mujeres en disfraces gigantes se aparecen en la caminata de entrada representando a lagartijas y panteras y en un escenario perfecto ocurre un show parecido al del circo del sol. Todos los guías turísticos o los profesionales del hablan en inglés avanzado porque la mayoría de los visitantes son norteamericanos. Otra cosa más que debemos aprenderle al turismo mexicano y que hace que sea un destino dolarizado. Los artistas de malabares con fuego, las coreógrafos y los gimnastas no cometen un solo error durante una hora de maniobras arriesgadas que cuentan una historia de amor en la naturaleza.
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En el regreso todos los turistas están sorprendidos. El hotel que nos espera es el Grand Park Royal con una playa semiprivada en la que el mar es de un color por completo cristalino. Es el final del viaje. México y Jalisco están llenos de sorpresas, pero lo más importante son sus rostros. Porque allí está la amabilidad, la cultura y el verdadero corazón de los mexicanos.
*Por invitación de la Oficina de Visitantes y Convenciones de Guadalajara.