Es una isla feliz, cautiva por su mar turquesa, atrae con sus playas blancas. Tiene apenas unos 100.000 habitantes, pero en ella conviven más de 90 nacionalidades y 40 religiones. Los nativos hablan a la perfección cuatro idiomas, celebran la autenticidad de su oferta gastronómica y el turismo es el motor de su economía.
“Bon bini” en papiamento, (bienvenidos, en español). Así recibe Aruba a sus visitantes antes de atraparlos en una exuberante lista de aventuras: paseos en catamarán con paradas en Boca Catalina y Malmok; caminatas por el centro de Oranjestad, la capital, para enseñar parte de su historia y arquitectura; tardes de sol en Eagle Beach y Baby Beach, consideradas como unas de las mejores playas del mundo, y aventuras en jeep 4x4 con recorridos por las Cuevas de Qadirkiri.
“El que viene no se quiere ir”, sentencia John Marvin Kelly, un guía turístico, mientras recorre la isla de extremo a extremo en un viaje por las atracciones naturales de Aruba en su rimbombante jeep safari.
El tour de Jonnhy, como le dicen propios y foráneos, puede durar cuatro horas o todo el día. Los rincones de la isla lo sorprenden incluso a él, que hace 25 años se gana la vida en este trabajo.
“Ajústense los cinturones”, dice antes de enrutarse hacia Baby Natural Bridge, una réplica pequeña del Natural Bridge, un puente de piedra caliza coralina formado durante cientos o miles de años por la fuerza del mar, y destruido también por el ímpetu de la naturaleza: en 2005 durante el huracán Katrina.
Se detiene en las formaciones rocosas de Ayo, gigantes rocas monolíticas con vistas panorámicas de la isla. Allí explica cómo Aruba –territorio autónomo del Reino de los Países Bajos, que cubrió las necesidades de la isla tras el embate que sufrió su economía por la pandemia–, gradualmente ha reactivado el turismo, especialmente con el regreso de los visitantes de Estados Unidos, y también desde países como Colombia, que estrenó este año dos vuelos directos hasta la isla, uno de ellos desde el José María Córdova.
Más cerca
Aruba, frente a las costas de Venezuela, ahora está más cerca de Medellín. La aerolínea Sarpa estrechó en enero la distancia entre Aruba y Medellín al habilitar una ruta directa que opera con dos frecuencias los miércoles y los domingos. El vuelo de hora y media evita que los turistas que viajen desde la capital antioqueña tengan que hacer escala en Bogotá. Esa y otras medidas hacen parte de los esfuerzos de las autoridades turísticas de la isla por acelerar su reactivación económica.
Pero Aruba y Medellín tienen una conexión mayor. El arte urbano que hoy viste los edificios de San Nicolás, el segundo distrito más importante de la isla, ha hecho de esta zona un lugar prominente para el turismo.