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Julián Moreno, el colombiano que pasó de pedir monedas en los semáforos a triunfar en los mejores circos del mundo

El nariñense Julián Moreno aprendió su arte en las calles de Colombia para luego actuar como acróbata en los escenarios de prestigiosos circos de Europa.

  • A raíz de su dura experiencia en las calles para poder sobrevivir con el arte, Julián Moreno quiere inaugurar su propia escuela de circo en su ciudad natal en Nariño. FOTO: INSTAGRAM JULIÁN MORENO (@JULIANCIRCUS)
    A raíz de su dura experiencia en las calles para poder sobrevivir con el arte, Julián Moreno quiere inaugurar su propia escuela de circo en su ciudad natal en Nariño. FOTO: INSTAGRAM JULIÁN MORENO (@JULIANCIRCUS)
15 de octubre de 2024
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Superar una adolescencia marcada por la adversidad, buscando sobrevivir a la dura realidad de la calle, a pasar a ser uno de los acróbatas de los mejores circos del mundo: esa es la inspiradora historia del colombiano Julián Moreno, quien a través del arte y su talento transformó su vida.

Nacido en San Juan de Pasto, en Nariño, Moreno abandonó su hogar y la escuela a los 12 años. En las calles pasó hambre, frío y la incertidumbre de no saber donde iba a dormir.

“El hecho de estar solo a esa edad, el peligro que hay en la calle, todo lo que lo rodea, las drogas, los ladrones”, contó el colombiano a la BBC. Recuerda que la Policía lo despertaba “dándome patadas y bolillo por estar invadiendo algún lugar”.

En las calles lograba reunir dinero, ya fuera limpiando carros, limpiar parabrisas, o malabareando en los semáforos, un arte que aprendió de su padre. “De hecho, fue mi papá el que me enseñó a malabarear”, detalló, “aunque él no venga de una familia de circo o se haya dedicado a hacer circo, no sé por qué sabía malabarear”.

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Hice la calle como músico, como gamín, como artesano”, resumió Moreno a la BBC, de las tantas facetas que tuvo en sus inicios y donde se dedicó a “hacer un poco de todo en la calle”.

Pero a veces las monedas no alcanzaban, y tuvo que recurrir a robar comida. “Había una panadería en la cual el señor sacaba sus pandebonos como a las seis de la mañana. Yo esperaba, pasaba y agarraba dos y salía corriendo”, contó el artista. “Era mi desayuno”.

Moreno vivió así hasta que conoció a sus compañeros de la calle, quienes le enseñaron a hacer artesanías, aretes, collares o pulseras para sobrevivir.

“Me di cuenta de que si vendo dos collares, pues me pago mi comida y me pago mi hotel, ya no tengo que estar mendigando un plato de comida o robando comida por ahí”, dijo.

En ese camino por el arte, terminó haciendo malabares en los semáforos, y en otras ocasiones del día también se dedicaba ya fuera a sus artesanías o a cantar en buses si llovía. Tiempo después, Moreno hizo parte de un programa en Bogotá para artistas “Arte en Todas Partes”. “Fuimos los primeros malabaristas informales en las calles de Colombia”, indicó.

A finales de los 90, Julián fue rumbo a Ecuador, donde en vez de pesos colombianos, el artista ganaría dólares. Allí conoció a una joven suiza quien viajaba por América Latina haciendo artesanías. Se convirtieron en pareja y la joven quedó embarazada.

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Ella decidió regresar a Suiza para tener al bebé, prometiendo reencontrarse en Brasil. Sin embargo, complicaciones en el embarazo llevaron a que Julián buscara la forma de viajar a Europa. Con el apoyo de su familia y a través de música y artesanías, logró obtener su pasaporte y visa para casarse y establecerse allí.

Todo esto sucedió a sus 17 años y un joven Julián tuvo que adaptarse a una nueva vida como padre en un país con una cultura y un sistema muy diferentes.

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Ahí se acabó para mí el sistema de Colombia... llegué a un lugar que es sobre todo supercuadriculado, superpuntual, donde la gente es súper respetuosa, que no te puedes pasar un semáforo si no está en verde (...) Tantas cosas que tuve que reaprender”, explicó.

Arribado a un país extranjero, sin trabajo ni conocidos, Moreno se vio obligado a empezar desde cero.

Primero comenzó trabajando en un restaurante de comida rápida; sin embargo, al colombiano lo llamaba el espectáculo circense, una disciplina que está establecida en Europa como un arte complejo y exigente que requiere años de entrenamiento.

Por lo que gracias al apoyo de sus suegros, quienes lo llevaron a un circo en la frontera con Francia, descubrió su pasión. Decidió enlistarse para una audición y entre decenas de aspirantes, fue seleccionado para formar parte de una rigurosa escuela de circo, donde pasaría los próximos tres años perfeccionando sus habilidades como artista.

Julián se especializó en las acrobacias y se propuso convertirse en portor o base, que es la persona que sostiene a otros acróbatas. A través de un arduo entrenamiento, logró desarrollar la musculatura necesaria para esta disciplina.

Durante su formación, el artista tuvo que limpiar los baños de su escuela y dar clase a niños mientras se costeaba sus gastos en la academia. Cuanto estuvo estudiando en una reconocida escuela circense de París, Julián se enfrentó nuevamente al hambre y rebuscaba comida en los basureros.

Pero fue cuestión de tiempo para que su talento lo llevara a los escenarios más importantes del mundo, desde el reconocido Cirque du Soleil de Canadá, el Circo Nacional Knie de Suiza o en los escenarios del director italiano Franco Dragone en Dubái.

Ahora, a sus 42 años, el artista quiere inaugurar una escuela de circo en su ciudad natal, en San Juan de Pasto, y traer a Colombia lo que él logró aprender en las escuelas artísticas europeas.

Con la Escuela Nariñense de Artes Circenses, Enac, Moreno dice que su objetivo “es aportar a la cultura del circo y dar oportunidad a la gente que como yo en mi momento no tuvo una guía o alguien que de verdad le enseñara”.

“Me siento orgulloso de mi carrera, con lo que he logrado y también he aportado mi granito de arena para cambiarle un poco la imagen que siempre ha tenido Colombia. Soy orgulloso de mi bandera”.

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