El aire soplándole en el rostro. La sensación de libertad. Alzar vuelo, con impulso, durante tres segundos desde que la llanta de la bicicleta se alza por encima del final de la rampa. Y luego, tas, el golpe contra la tierra seca. El sabor a sangre y polvo y el punzante dolor le enseñaron a Juan Felipe Palau, 42 años antes de convertirse en candidato a la Gobernación de Antioquia, que en cualquier competencia, el éxito, el verdadero, el que perdura, se logra caída tras caída.
El médico confirmó la lesión: fractura de mandíbula. Un obstáculo que se quedaba pequeño ante el fervor con el que el joven Palau, de apenas 12 años, deseaba dejarlo todo en la pista de ciclocrós. Cuatro meses de incapacidad fueron el precio a pagar por aprender y querer alcanzar un lugar entre los mejores, un propósito que le tomaría tres años más.
Ya en 1980, dos competencias importantes estaban en el horizonte y Palau estaba listo. En el campeonato departamental correría en las modalidades de cross y trial, y si era lo suficientemente bueno, podría representar a Antioquia en el campeonato nacional.
Y no solo lo logró el primer lugar en ambos certámenes, sino que al final de ese año fue reconocido por la Liga Antioqueña de Ciclocrós Americano como el ciclocrosista del año. Llegar a ese punto fue el fruto de una gran exigencia física. “Cuando voy a competir en una prueba importante, me dedico de lleno a la bicicleta y entreno todos los días. Mis padres nunca me han reprochado. Por el contrario, me estimulan y me respaldan, sobre todo mi madre, a quien considero como mi mejor animadora y admiradora”, diría la joven promesa deportiva a EL COLOMBIANO el 23 de diciembre de ese año.
El brillo de Juan Felipe en las pistas motivó al menor de sus tres hermanos, Sergio, a seguirle los pasos. Se convirtió en su referente, en su modelo a seguir. “En la ciudad no había dónde entrenar, entonces nos íbamos a un lote en Envigado, por Sofasa. Ese era nuestro plan de hermanos, la forma en que compartíamos juntos”, recordó el menor de los Palau, quien además señaló que Juan Felipe no solo era aficionado a la bicicleta, sino que también se destacaba en balonmano, deporte del que fue campeón intercolegiado e integró la Selección Antioquia.
Buscando rumbo
Pero llegó la adolescencia, el momento de dejar el colegio, de tomar decisiones, y Juan Felipe siguió el camino de la Arquitectura. Lo intentó primero en la Universidad Pontificia Bolivariana, donde duró pocos meses, y en 1987 decidió transferirse a la Universidad Nacional, un cambio que marcaría su viraje hacia la vida política.
Así lo recuerda uno de sus compañeros de clase, quien conoció a Palau cuando ya era un líder estudiantil: “Él encontró después de venir de la Bolivariana, una universidad pública, un lugar donde podía expresarse y logró esa visión de la parte social y del servicio a la comunidad”.
El mismo Palau recuerda que un día a la salida de una clase, uno de sus profesores le dijo “venga, lo necesitamos a usted que es tan alegón” y lo invitó a una reunión del movimiento estudiantil. Ese fue el paso definitivo para involucrarse en las luchas sociales y en la defensa de lo público, pero también, para la consolidación de su carácter inquebrantable, que en ocasiones le ha traído problemas.
“Siempre en lo público”
“Él no ha sido muy callado que digamos y menos en una universidad pública, que uno puede decir lo que sea y renegar sobre lo que sea”, cuenta su compañero de estudios. Una opinión que puede dar pistas de la razón por la que un arquitecto terminó, tiempo después, involucrado de lleno en temas de paz y no violencia y en una carrera de cerca de 26 años en el sector público.
En 1992, como quien no quiere la cosa, empezó como practicante de Arquitectura en la Consejería Presidencial para Medellín, durante el gobierno de César Gaviria Trujillo. Eso lo acercó más al trabajo del liberalismo, que ya conocía por la labor social que la mujer que considera su mentora y referente, María Emma Mejía, adelantaba en los barrios de la ciudad.
A partir de ahí, una cosa llevó a la otra. Después de siete años de trabajo, ya en 1999, fue nombrado director de Planeación y Desarrollo Institucional del Programa Presidencial para Antioquia, nombre que adoptó la misma dependencia en la que había empezado como practicante. Sin embargo, el gobierno de Andrés Pastrana cambió la estrategia de intervención en las regiones y cerró el programa, pero creo el Plan Estratégico de Antioquia, al que fue asignado el hoy candidato.
Palau vio allí la oportunidad de seguirse formando y cursó la especialización en Planeación Urbano Regional de la Universidad Nacional, de la que adelantó todas las materias hasta el año 2000, pero nunca se graduó por no haber entregado el trabajo final.
Casualmente hasta ese mismo año estuvo en el Programa, etapa que le permitió conocer al ingeniero y político liberal Gilberto Echeverri Mejía. Cuando en 2001 Echeverri fue nombrado asesor de Paz del entonces recién posesionado gobernador Guillermo Gaviria Correa, Palau se fue con él y se desempeñó como director del Plan Congruente de Paz de Antioquia.
Pero la paz es una lucha que en Colombia ha costado la vida y en 2003 la muerte arrebató a balazos a Gaviria y Echeverri, que habían sido secuestrados por las Farc. Se avecinaron entonces, en 2004, unas tensas y violentas elecciones regionales en las que Aníbal Gaviria Correa fue elegido para suplir a su hermano como gobernador y “él no creyó mucho en el programa y por eso renuncié”, reseña el propio Palau.
Entre 2005 y 2008 hubo una temporada de ires y venires para su carrera. Asesoró, en calidad de consultor, varios proyectos de cooperación de entidades como Usaid y la Unión Europea, y participó en algunos proyectos de arquitectura social en Urabá, hasta que en 2009 llegó al gabinete del alcalde de Medellín, Alonso Salazar, inicialmente como gerente de Moravia, luego como director del programa Fuerza Joven, y meses después, en medio de una convulsa situación de orden público, fue nombrado secretario de Gobierno.
Allí comenzó la que sería la etapa más reconocida de su trabajo en lo público, pero también la más complicada.
Denuncia y sanción
“Juan Felipe es un hombre de una sola pieza, de una sola palabra. Lo que dice, lo hace. Es un hombre de una seriedad impresionante. No le falta carisma y si no lo tuviera no hubiera podido trabajar tantos años en los barrios populares. Pero me refiero que lo que él dice, lo sostiene hasta el final y esa es una virtud en estos días en que la confianza en la palabra está tan devaluada”, aseguró uno de sus amigos de universidad.
Ese talante acompañó a Palau durante su gestión en la administración de la ciudad, que ocurrió en un momento crítico, no solo por el control territorial que habían ganado los grupos delincuenciales en diferentes barrios, sino por el estilo de gobierno del mismo alcalde Salazar, quien emprendió una serie de denuncias públicas sobre presuntos nexos de empresarios y políticos con la delincuencia, lo que ocasionó una arremetida de la inseguridad en las calles.
En 2011, toda esa tensa situación derivó en un fuerte enfrentamiento con el entonces candidato a la Alcaldía de Medellín, Luis Pérez, a quien tanto Salazar como Palau acusaron de sostener presuntos vínculos con “la Oficina”, grupo criminal que según sus versiones, habría dado su apoyo a dicha candidatura.
En entrevista con EL COLOMBIANO, Palau aseguró la existencia de fotografías en que “aparecen sujetos desmovilizados de la comuna 3, al lado de candidatos como Luis Pérez” y que “no nos vamos a quedar indiferentes e idiotas útiles, observando cómo esta red criminal utiliza ese camino para infiltrarse en la democracia”.
Esas palabras, pronunciadas en plena contienda electoral, le valieron al entonces secretario de Gobierno cierta fama de temerario, incluso de imprudente, que perdura hasta hoy, mientras que un sector político lo acusó de estar haciendo juego sucio contra Pérez y su aspiración a la alcaldía.
El candidato dijo ese mismo día que “me da mucho pesar que una persona a quien he creído tan decente como el secretario de Gobierno, haya caído también en la bajeza de injuriar y calumniar a la gente de bien”.
Y como si de una caída más de ciclocrós se tratara, fue Palau quien terminó mordiendo el polvo: la Procuraduría General de la Nación determinó que al hacer acusaciones de semejante gravedad, que luego no pudieron ser comprobadas ante la justicia, el secretario de Gobierno había participado en política.
El organismo de control lo sancionó con seis meses de suspensión, lo que le representó dejar de percibir $56 millones en salario, pero además, el entonces candidato al Concejo, Misael Cadavid, quien también había sido objeto de denuncias que no pudieron ser comprobadas, lo demandó por injuria y calumnia, por lo que Palau tuvo que rectificar públicamente y pedir perdón, además de entregar una reparación simbólica por valor de un salario mínimo mensual, que fue donado a un comedor comunitario.
Desde entonces, Palau ha querido reinventarse y preparase para la actual contienda electoral, alejado de los reflectores, volviendo cada semana a casa de su mamá para disfrutar el cañón en salsa que por años ha mantenido unida a la familia alrededor de la mesa, aunque entre los comensales, la mayoría no estén de acuerdo con su aspiración a la Gobernación por los riesgos que la política le ha representado. Él seguramente insistirá en que el departamento necesita una alternativa, a “la actual dirigencia corrupta e incluso a veces violenta”, como él mismo lo ha dicho .
el 3 de abril de 1965.