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La Taberna del Ahorcado, fogón de creación

Este fue un sitio de encuentro de artistas y escritores nacionales e internacionales, que impulsó el desarrollo cultural
de la ciudad.

  • 1. Rodrigo Arenas Betancourt 2. Armando Villegas3. Héctor Rojas Herazo4. Judith Márquez5. Carlos Rojas6. Justo Arosemena 7. Hans Trier8. Leonel Estrada9. Augusto Rivera10. Fernando Botero 11. Alejandro Obregón 12. Luis Caballero FOTOs Cortesía Ramiro Isaza

    1. Rodrigo Arenas Betancourt

    2. Armando Villegas

    3. Héctor Rojas Herazo

    4. Judith Márquez

    5. Carlos Rojas

    6. Justo Arosemena

    7. Hans Trier

    8. Leonel Estrada

    9. Augusto Rivera

    10. Fernando Botero

    11. Alejandro Obregón

    12. Luis Caballero

    FOTOs Cortesía Ramiro Isaza

  • La Taberna del Ahorcado, fogón de creación
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13 de febrero de 2015
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Almirante Benbow, la vieja posada de La Isla del Tesoro, la novela de Robert Louis Stevenson, donde un capitán mutilado solía cantar “viejas canciones marineras, impías y salvajes”, y narrar “terroríficos relatos donde desfilaban ahorcados”, fue el origen del nombre de un sitio célebre de Medellín. Un espacio real, de bohemia y arte, que ahora bordea los territorios del mito.

Los protagonistas de la vida intelectual de los decenios del 50, 60 y 70 del siglo pasado, introdujeron su humanidad por la trampilla de la casa de Leonel Estrada, el Midas del Arte Antioqueño, para bajar a un sótano equipado de bar, con su barra, sus mesas, su reproductor de música, que se distinguió entre sus asiduos visitantes con el llamativo nombre de La Taberna del Ahorcado.

Al calor de algún licor, escritores y artistas de la ciudad y sus pares extranjeros que llegaban de visita, se reunían a conversar sobre asuntos del arte. Y, por supuesto, también a pintar o a leer el último de sus cuentos o poemas. Animado por sus anfitriones, Leonel Estrada y María Helena Uribe, pintor él; escritora ella, ese bodegón no era un bar abierto al público en general, sino a aquellas almas colmadas de una sensibilidad tal que las hacía habitar el mundo de lo bello.

La hoguera de las conversaciones era alimentada por Rocío Vélez, Jaime Sanín Echeverri, Lucy Tejada, Ignacio Gómez Villa, Eduardo Carranza, Armando Villegas, Carlos Granada, Rubayata, Augusto Rendón —el grabador—, Álvaro Restrepo, David Mejía Velilla —el poeta—, Óscar Hernández Monsalve —Don Fulano—, Manuel Mejía Vallejo, Olga Elena Matei, Justo Arosemena, Fernando González, Carlos Castro Saavedra, Alejandro Obregón, Fernando González Restrepo —hijo del filósofo—, Enrique Grau, Eduardo Carranza, Alicia Tafur, Luis López de Mesa —quien ya era septuagenario en el decenio del sesenta: nació en 1884—, Jorge Montoya Toro, Jaime Sanín Echeverrí, Carlos Gaviria Díaz, Pilarica Alvear, Regina Mejía de Gaviria, Darío Ruiz Gómez y decenas de intelectuales más, cuyas caras rotaban su presencia en ese sitio.

La casa era una construcción diseñada por el arquitecto Eduardo Caputi, ubicada en El Poblado, en la calle 8 Sur con la carrera 43 B, cerca al actual centro comercial Oviedo. “Aprovechando un declive del terreno, el cual dejaba un sótano, Leonel, con su creatividad, decidió establecer allí este sitio”, explica Darío Ruiz Gómez.

Darío llegó por primera vez a la Taberna en 1965, después de su temporada en España. En ese tiempo, Leonel Estrada fue secretario de Educación. “Recuerdo que, en el fondo del recinto, había un muro con pinturas de Leonel y escritos de María Helena. Con el tiempo, fueron remplazados con ideas y trazos de otros artistas. Un mural de Alejandro Obregón, hecho allí, sobrevivió a la demolición del sitio. Los anfitriones lograron trasladarlo a su nueva vivienda”.

En una época en la cual Medellín estaba cerrada en sus montañas, La Taberna del Ahorcado conectaba las ideas locales con las del planeta.

“Una vez, estuvimos allí con Evgueni Alexándrovich Evtushenko, el poeta ruso”, recuerda Óscar Hernández Monsalve. Nada menos, quien escribió: No hay monumentos en Babi Yar,/ tan solo un abismo abrupto/ como para el entierro./ Tengo miedo.

Don Fulano tiene claro en su mente el muro aquel colmado de “inscripciones, frases y cifras”, la participación frecuente de sus amigos Manuel Mejía Vallejo y Carlos Castro Saavedra, y hasta la reaparición de Rodrigo Arenas Betancourt, el escultor de temas épicos, a su regreso de México.

Lo que no tiene registrado en su mente el autor de Al final de la calle, novela que ocupó el segundo puesto en el Premio Esso de 1965, es la presencia del Filósofo de la Autenticidad en La Taberna del Ahorcado: “Fernando era un hombre madrugador. Se le veía por las mañanas andando con su varita por las calles de Envigado, pero se acostaba muy temprano”.

Sin embargo, de manera eventual, el autor de Viaje a pie introdujo su humanidad, con varita y todo, por el hueco que dejaba en el suelo esa trampilla de madera, para descender a ese sótano de iluminados. María Isabel, hija de Leonel y María Helena, recuerda haberlo visto allí, en compañía de Margarita Restrepo, su esposa. Y el propio Leonel Estrada, en septiembre de 2010, dos años antes de su muerte, dijo para un perfil publicado en este diario:

“Recuerdo que una vez (Fernando) se chocó con una pared de vidrio. Se achantó un poco, pero ese incidente le sirvió para filosofar. ‘¿Qué somos los humanos si una pared de vidrio nos puede detener? Nosotros, que queremos atravesar fronteras, nos detiene la más leve barrera’. O palabras parecidas. Fue muy bello”.

Bienales de Arte

Y en esas conversaciones, poema viene, dibujo va, aparecían apuntes geniales, comentarios brillantes, pero, más que eso, ideas monumentales que habrían de instalar a Medellín en el mapa de la creación artística, como la de realizar las Bienales de Arte, que habría de patrocinar Coltejer.

Marta Traba Taín, la crítica de arte, irrumpió allí para hablar de los movimientos artísticos. Escribió en una pared, aludiendo a la Taberna: “Primera piedra para fundar la sociedad encargada de dinamitar estatuas. Tú sabes cuáles”.

“Tuvimos a uno de los grandes críticos: el uruguayo Aristides Meneghetti, quien defendía el arte moderno. Él recibió golpes de quienes mantenían ideas contrarias en una gresca en la que participaron acuarelistas. Creían que el crítico estaba agrediendo el arte antioqueño”.

Producto de las noches de tertulia, en Medellín comenzaron a circular las nuevas ideas que llegaban del mundo. El expresionismo alemán, que propone un arte personal, en el cual prima la visión del creador, su expresión. Y aunque este movimiento surgió a principios del siglo veinte, llegó la ciudad a mediados de los cincuenta, en gran medida, gracias a la inquietud de Leonel Estrada, “con quien, sin duda, nació una sensibilidad estética hacia el arte moderno”, en palabras del autor de Para que no se olvide tu nombre, libro de cuentos que, por cierto, leyó ante los contertulios de La Taberna , en 1966.

Y los asiduos visitantes del mágico lugar cuentan que la actriz Fanny Mikey estuvo presentando su café concierto La gata caliente.

La Taberna del Ahorcado es comparable con otros que albergaron a grupos de creadores y movimientos artísticos, como La Cueva, de Barranquilla y, sin duda, continuó la tradición de las tertulias convocadas por artistas, poetas y escritores, como aquellas en las que participaba Tomás Carrasquilla, o esas otras que organizaba Rodolfo Cano Isaza, a principios del siglo veinte, con pintores, abogados, poetas, políticos e ingenieros, entre quienes se recuerda la participación de María Cano, la Flor del Trabajo. O la de los Panidas, animada por los Fernando González y León de Greiff. Y, en cuanto a la concurrencia de personajes de la cultura, puede haber algo de esto en la tertulia que se armaba a finales del siglo, espontánea pero frecuente, en casa de la pintora Dora Ramírez.

La Taberna del Ahorcado era un lugar para quienes dormían poquito y no por reloj no ordenanza, como dice Don Fulano.

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