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París se iluminó y rindió tributo a grandes leyendas, luciéndose en la inauguración de los Juegos Olímpicos

La ceremonia, que tuvo un recorrido en barco por el Río Sena de las 204 delegaciones y terminó en la Torre Eiffel, fue vista por 300 millones de personas.

  • París se iluminó y rindió tributo a grandes leyendas, luciéndose en la inauguración de los Juegos Olímpicos
  • La llama olímpica fue encendida por la exatleta Marie-José Perec y el judoca Teddy Riner. Ambos nacieron en la isla de Guadalupe. FOTO GETTY
    La llama olímpica fue encendida por la exatleta Marie-José Perec y el judoca Teddy Riner. Ambos nacieron en la isla de Guadalupe. FOTO GETTY
26 de julio de 2024
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La París del arte, la cultura, la revolución, los escritores, los científicos, los derechos humanos, la inclusión, la moda, las ideas que le han dado luz a la contemporaneidad, que es la encarnación de la libertad, la igualdad y la fraternidad, se convirtió en el centro del mundo.

Los ojos del planeta entero estuvieron puestos durante más de cinco horas en la capital francesa. Más de 300 millones de personas vieron en simultáneo por televisión la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos más disruptiva que se ha hecho desde 1896, cuando se realizó la primera edición de las olimpiadas modernas.

El acto con el que se le dio inicio de manera oficial a la trigésimo tercera edición de las justas multideportivas más importantes del mundo fue una oda a la inclusión desde el principio hasta el final.

Quizás pensando en la inclusión, la igualdad, el mundo unido e idílico donde las diferencias se puede resolver de manera pacífica y a partir de la competencia sana, que contempló el francés Piere de Cubertain, creador de los Juegos Olímpicos Modernos, en el antiguo anfiteatro de la reconocida universidad de la Sorbona en 1890, fue que los organizadores de París 2024 hicieron un acto inaugural lleno de simbolismos.

La cita de la inclusión

La organización de los Juegos Olímpicos 2024 rompió todos los paradigmas de una apertura. Desde que anunciaron que la inauguración no se haría en un estadio sino por las calles de París, con pleno protagonismo del Río Sena, lugar que ha sido testigo de las victorias, las derrotas, la luz y el horror que ha vivido la capital francesa en su historia, los parisinos mandaron un mensaje poderoso: el protagonismo no es nuestro, los juegos son de todos.

Por eso esta vez no hubo pebetero, sino un caldero olímpico que elevaba un globo aerostático. Con eso los franceses quisieron recordar el invento de los hermanos Joseph y Etienne Montgolfier, que en 1783 hicieron realidad uno de los sueños del hombre: volar.

La necesidad de los franceses de mostrarse como una sociedad que vive la inclusión fue el motivo por el que el fuego olímpico no lo encendió solo un deportista, como es tradición, sino que fue un proceso lleno de expectativa en el que participaron varias figuras del deporte mundial.

En las primeras olimpiadas de la historia que tendrán la misma cantidad de deportistas hombres y mujeres, la exatleta Marie-José Perec, que nació en Guadalupe, una isla caribeña que es territorio francés en ultramar, y el judoca Teddy Riner, también originario de ese archipiélago, fueron los últimos relevistas de la antorcha olímpica en el Jardín de las Tullerías, cerca de Louvre.

El recorrido final del elemento empezó al frente de la Torre Eiffel. Ya había caído la noche en París cuando un hombre misterioso, con el rostro tapado (algo muy propio de la literatura francesa), llegó sobre un caballo blanco a los campos cercanos a la “dama parisina” con la bandera olímpica como si fuera una capa y le entregó la llama a Zinedine Zidane.

El exfutbolista francés, de origen argelino y anotador del gol que le dio a su país el primer título de una Copa del Mundo en 1998, quien al inicio de la ceremonia fue la persona que sacó la llama del estadio Olímpico para que se moviera por lugares icónicos de París como la catedral de Notre Dam, el Museo de Louvre, las catatumbas (antiguos cementerios subterráneos de la ciudad) se la entregó al tenis español Rafael Nadal.

El deportista nacido en Manacor, Mallorca, España, hace 38 años, es el máximo ganador de la historia del Roland Garros, el torneo de tenis más representativo que realizan los franceses, con 14 títulos. Nadal se subió a un barco pequeño que lo estaba esperando a orillas del Río Sena, ovacionados por cerca de 3.000 deportistas de los 205 países participantes.

En la embarcación estaban varias viejas glorias: la extenista estadounidense Serena Williams, que ganó 4 medallas de oro (200, 2008, 2012 en dobles y sencillos en la última), el exatleta norteamericano Carl Lewis, ganador de 10 medallas olímpicas (9 de oro y una de plata), y la exgimnasta rumana Nadia Comaneci, que en Montreal 1976 se convirtió en la primera persona en sacar puntaje perfecto en una prueba.

Ellos, después de andar varios metros por el río Sena, donde también hubo espectáculos musicales y de baile a lo largo de la ceremonia, le entregaron la antorcha a la extenista Amelie Mauresmo, directora del Roland Garros, quien trotó junto a los habitantes de París que estaban cerca, y se encontró con el basquetbolista Toni Parker, nacido en Bélgica, pero nacionalizado francés.

Para culminar la idea de la inclusión, de la unidad, en la que fue enfático Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional durante el discurso que dio en la ceremonia al decir que los juegos son “un acontecimiento que une al mundo global, donde no hay norte, ni sur, en que todos pertenecemos a un mismo lugar, nos respetamos, nos cuidamos y vivimos en solidaridad con los otros”, se unieron atletas paralímpicos a los últimos metros del recorrido.

La París del amor, de los cruasanes, de las baguettes, de los vinos finos, de la comida refinada, de los desfiles exuberantes que hacen diseñadores de ropa y joyas de lujo, le mostró al mundo su cara más amable y que en sus olimpiadas, que irán hasta el próximo 11 de agosto, sus brazos estarán dispuestos a abrazar los problemas del mundo contemporáneo.

Lo hizo al final de la ceremonia, cuando la llama olímpica ya estaba encendida y la bandera con los cinco anillos, que representan los continentes unidos, ondeaba izada por los aires parisinos.

En ese momento la cantante canadiense Céline Dion, quien en los últimos años ha tenido problemas de salud mental debido a dolencias físicas que la aquejan, cantó el himno del amor, bajo la lluvia (idea muy francesa) y con el disfrute del público asistente.

Durante la transmisión, los franceses también mostraron lo mejor de su cultura. Pasaron por varios momentos su historia desde la música, las artes y las letras. Mostraron la Belle Epoque por medio del baile can-can, en que las mujeres, con faldas, levantaban las piernas retando la sociedad patriarcal.

También referenciaron la revolución francesa con obras de teatro y pinturas, y sacaron a relucir los textos de Víctor Hugo, escritor de Los Miserables, hasta llegar a la música electrónica actual y la activa vida nocturna que tiene la Ciudad Luz en la actualidad. Como no podía ser de otra forma, los franceses dieron un espectáculo en el inicio de sus Juegos Olímpicos.

La París del arte, la cultura, la revolución, los escritores, los científicos, los derechos humanos, la inclusión, la moda, las ideas que le han dado luz a la contemporaneidad, que es la encarnación de la libertad, la igualdad y la fraternidad, se convirtió en el centro del mundo.

Los ojos del planeta entero estuvieron puestos durante más de cinco horas en la capital francesa. Más de 300 millones de personas vieron en simultáneo por televisión la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos más disruptiva que se ha hecho desde 1896, cuando se realizó la primera edición de las olimpiadas modernas.

El acto con el que se le dio inicio de manera oficial a la trigésimo tercera edición de las justas multideportivas más importantes del mundo fue una oda a la inclusión desde el principio hasta el final.

Quizás pensando en la inclusión, la igualdad, el mundo unido e idílico donde las diferencias se puede resolver de manera pacífica y a partir de la competencia sana, que contempló el francés Piere de Cubertain, creador de los Juegos Olímpicos Modernos, en el antiguo anfiteatro de la reconocida universidad de la Sorbona en 1890, fue que los organizadores de París 2024 hicieron un acto inaugural lleno de simbolismos.

La cita de la inclusión

La organización de los Juegos Olímpicos 2024 rompió todos los paradigmas de una apertura. Desde que anunciaron que la inauguración no se haría en un estadio sino por las calles de París, con pleno protagonismo del Río Sena, lugar que ha sido testigo de las victorias, las derrotas, la luz y el horror que ha vivido la capital francesa en su historia, los parisinos mandaron un mensaje poderoso: el protagonismo no es nuestro, los juegos son de todos.

Por eso esta vez no hubo pebetero, sino un caldero olímpico que elevaba un globo aerostático. Con eso los franceses quisieron recordar el invento de los hermanos Joseph y Etienne Montgolfier, que en 1783 hicieron realidad uno de los sueños del hombre: volar.

La necesidad de los franceses de mostrarse como una sociedad que vive la inclusión fue el motivo por el que el fuego olímpico no lo encendió solo un deportista, como es tradición, sino que fue un proceso lleno de expectativa en el que participaron varias figuras del deporte mundial.

En las primeras olimpiadas de la historia que tendrán la misma cantidad de deportistas hombres y mujeres, la exatleta Marie-José Perec, que nació en Guadalupe, una isla caribeña que es territorio francés en ultramar, y el judoca Teddy Riner, también originario de ese archipiélago, fueron los últimos relevistas de la antorcha olímpica en el Jardín de las Tullerías, cerca de Louvre.

El recorrido final del elemento empezó al frente de la Torre Eiffel. Ya había caído la noche en París cuando un hombre misterioso, con el rostro tapado (algo muy propio de la literatura francesa), llegó sobre un caballo blanco a los campos cercanos a la “dama parisina” con la bandera olímpica como si fuera una capa y le entregó la llama a Zinedine Zidane.

El exfutbolista francés, de origen argelino y anotador del gol que le dio a su país el primer título de una Copa del Mundo en 1998, quien al inicio de la ceremonia fue la persona que sacó la llama del estadio Olímpico para que se moviera por lugares icónicos de París como la catedral de Notre Dam, el Museo de Louvre, las catatumbas (antiguos cementerios subterráneos de la ciudad) se la entregó al tenis español Rafael Nadal.

El deportista nacido en Manacor, Mallorca, España, hace 38 años, es el máximo ganador de la historia del Roland Garros, el torneo de tenis más representativo que realizan los franceses, con 14 títulos. Nadal se subió a un barco pequeño que lo estaba esperando a orillas del Río Sena, ovacionados por cerca de 3.000 deportistas de los 205 países participantes.

En la embarcación estaban varias viejas glorias: la extenista estadounidense Serena Williams, que ganó 4 medallas de oro (200, 2008, 2012 en dobles y sencillos en la última), el exatleta norteamericano Carl Lewis, ganador de 10 medallas olímpicas (9 de oro y una de plata), y la exgimnasta rumana Nadia Comaneci, que en Montreal 1976 se convirtió en la primera persona en sacar puntaje perfecto en una prueba.

Ellos, después de andar varios metros por el río Sena, donde también hubo espectáculos musicales y de baile a lo largo de la ceremonia, le entregaron la antorcha a la extenista Amelie Mauresmo, directora del Roland Garros, quien trotó junto a los habitantes de París que estaban cerca, y se encontró con el basquetbolista Toni Parker, nacido en Bélgica, pero nacionalizado francés.

Para culminar la idea de la inclusión, de la unidad, en la que fue enfático Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional durante el discurso que dio en la ceremonia al decir que los juegos son “un acontecimiento que une al mundo global, donde no hay norte, ni sur, en que todos pertenecemos a un mismo lugar, nos respetamos, nos cuidamos y vivimos en solidaridad con los otros”, se unieron atletas paralímpicos a los últimos metros del recorrido.

La París del amor, de los cruasanes, de las baguettes, de los vinos finos, de la comida refinada, de los desfiles exuberantes que hacen diseñadores de ropa y joyas de lujo, le mostró al mundo su cara más amable y que en sus olimpiadas, que irán hasta el próximo 11 de agosto, sus brazos estarán dispuestos a abrazar los problemas del mundo contemporáneo.

Lo hizo al final de la ceremonia, cuando la llama olímpica ya estaba encendida y la bandera con los cinco anillos, que representan los continentes unidos, ondeaba izada por los aires parisinos.

En ese momento la cantante canadiense Céline Dion, quien en los últimos años ha tenido problemas de salud mental debido a dolencias físicas que la aquejan, cantó el himno del amor, bajo la lluvia (idea muy francesa) y con el disfrute del público asistente.

Durante la transmisión, los franceses también mostraron lo mejor de su cultura. Pasaron por varios momentos su historia desde la música, las artes y las letras. Mostraron la Belle Epoque por medio del baile can-can, en que las mujeres, con faldas, levantaban las piernas retando la sociedad patriarcal.

También referenciaron la revolución francesa con obras de teatro y pinturas, y sacaron a relucir los textos de Víctor Hugo, escritor de Los Miserables, hasta llegar a la música electrónica actual y la activa vida nocturna que tiene la Ciudad Luz en la actualidad. Como no podía ser de otra forma, los franceses dieron un espectáculo en el inicio de sus Juegos Olímpicos.

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