La escena se repite una y otra vez cuando un futbolista marca una anotación agónica: la emoción lo sobrepasa y, mientras corre a una de las esquinas de la cancha, se quita la camiseta de su equipo, la lanza al aire o al suelo y se sume en la euforia del festejo que se toma las tribunas del estadio.
Así ocurrió el domingo en el estadio del Southampton de Inglaterra. Al minuto 83 del partido, el extremo egipcio Mohamed Salah, anotó de penalti la diana que le dio el triunfo a Liverpool en su visita al Mary’s Stadium. “Mo”, que llegó a 10 goles en la temporada con el cuadro rojo, festejó con locura.
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¿El motivo? Los dirigidos por Arne Slot remontaron un marcador adverso. Por eso tanta emoción. Aunque quizás fue una manera que encontró Salah desahogar la molestia de la incertidumbre sobre su futuro. El contrato del jugador africano termina el próximo mes de junio. Tras el final del partido manifestó que, aunque ya se acerca diciembre, no le han hecho una propuesta formar desde el Liverpool. “Estoy más afuera que adentro”, manifestó.
Lo cierto es que, por su celebración, Mohamed recibió una tarjeta amarilla, como pasa en estos casos desde que la Fifa sacó una norma sobre el tema en una actualización de su reglamento en 2004. ¿Cuál fue el origen de esta sanción y por qué penalizan a los futbolistas que lo hacen?
No hay una sola respuesta. Tampoco hay una verdad absoluta. Sí se manejan varias hipótesis. Por lo menos así lo contó el periodista español Iván Fernández Amil en un hilo de X (antes Twitter). Sobre el origen de la decisión hay consenso: la celebración, en Inglaterra, de un gol que hizo el exfutbolista uruguayo Diego Forlán en 2002.
Manchester United visitaba, casualmente, al Southampton. El atacante uruguayo marcó. Se quitó la camiseta para celebrar con euforia. El futbolista quedó con la casaca en las manos. El juez central del partido autorizó la reanudación del juego y Forlán no tenía la distintiva de su equipo puesta: jugó algunos segundos con el torso descubierto. Luego, cuando la pelota salió de la cancha, lo obligaron a ponerse una nueva.
Entonces empezó una discusión sin precedentes. Algunos argumentaban que se tenía que penalizar esa celebración porque eso generaba una pérdida indebida de tiempo. Sin embargo, los jueces pueden agregar esos minutos en la reposición. Otros decían que, por motivos religiosos, debían detener la celebración: en los países islámicos quitarse la camiseta es un insulto para quienes ven los partidos. Incluso, hubo gente que manifestó que ese tipo de actos afectaban el orden público: muchos jugadores tiraron camisetas a las tribunas y se armó pelea entre los aficionados que pretendían quedarse con ella.
En ese sentido, si el jugador se quita la camiseta, no se pueden ver las marcas que patrocinan a los clubes. Eso les genera pérdidas de ingresos a los patrocinadores de los cuadros, según explicó Valcke, quien fue apartado de su cargo en la Fifa por corrupción en 2016: su nombre apareció en la investigación que adelantaron las autoridades estadounidenses que fue conocida como “Fifa-gate”.