En la carrera 70 no cabía la gente que llegó a ver la final de la Liga Betplay entre Nacional y Millonarios. El corredor que en noches normales de sábado está lleno de carros a los lados y personas que se alistan para rumbear, esta vez estaba lleno de banderas, camisetas y parafernalia alusiva al cuadro verde.
Eran las ocho de la noche. El primer tiempo del partido estaba a punto de terminar. El cielo, que durante toda la tarde estuvo amagando con dejar caer lluvia sobre Medellín, no se contuvo más. Empezó a llover y hacía frío. El humo que salía de los puestos de ventas de chuzos, chorizos y mazorcas, se mezcló con el olor del polvo que se levanta cuando el asfalto se moja y que las mamás dicen que hace daño.
Pero los 4.000 o 5.000 hinchas que llegaron a la calle donde habitualmente se reúnen los hinchas de Nacional, siguieron parados frente a la pantalla gigante que estaba ubicada donde empieza la 70, al frente de la estación Estadio del metro.
Todo les era ajeno: los empujones que se daban unos con otros para pasar hacia la parte de atrás, intentando llegar a la Universidad Pontificia Bolivariana, la lluvia que con los minutos aumentó su intensidad e hizo que algunos pocos salieran corriendo a buscar refugio. Pero a los que se quedaron no les interesó la falta de sombrillas o carpas para cubrirse.
Lo único que les importaba era que Nacional estaba jugando contra un rival histórico en Bogotá, a más de 400 kilómetros. Por eso los aficionados gritaban como locos, como enajenados: “¡Vamos, vamos mi verde, que esta noche tenemos que ganar!”. Algunos no se podían contener de la emoción, abrazaban a personas que no conocían, otros grababan videos para subir a las redes sociales y dejar registro de que estuvieron en el lugar, a pesar de que los cuerpos no tenían espacio, de que estaban unos sobre otros, casi como cuando el metro está en hora pico.
“No importa la lluvia ni el resultado. Nosotros nos quedamos viendo el partido hasta el final”, dijo Díver Calderón, un aficionado que estaba con un grupo de unos diez amigos. Mientras él hablaba, los aficionados, moviendo las banderas, coreaban el pregón verde.
“Oh, oh, oh mi Nacional y olé y olé”... La felicidad enorme que tenían los hinchas verdes se mezcló con un poco de miedo, de incertidumbre, cada vez que Millonarios se acercó al arco defendido por Kevin Mier. Un grito de desespero cuando iban a patear. Otro de alivio cuando el balón quedaba en las manos del arquero. Todo era una locura. La Carrera 70 era un hervidero de cuerpos juntos y un mar de camisetas verdes.
Y esa emoción no reparó en edades ni sexos. Había niños, jóvenes, mujeres y hombres adultos, así como personas con un poco más de edad como Isabel, una señora que estaba cumpliendo 70 años y que fue con una familiar a ver el partido para celebrar.
Por las calles de Medellín
Ese mismo ambiente se vivió en otras partes de Medellín, como el Bulevar de la 68 en Castilla y el Parque Lleras en El Poblado, donde el fútbol se metió por las venas de los paisas desde temprano. A eso de las cinco de la tarde empezaron a llegar personas con las camisetas de Nacional. Algunos arribaron en grupos o con sus parejas. Otros solos, para encontrarse con los amigos.
Así pasó con Cristian Hernández, Andrés Tabera, Natalia Delgado, Yeison Vargas, un grupo de amigos que llegaron al Lleras para ver el partido y después rumbear para celebrar o para pasar la amargura de una derrota ante Millonarios. El ambiente era inmejorable, sobre todo para Yeison y Natalia, que son esposos y comparten la pasión por Nacional. De hecho, el cuadro verde los unió. Desde que eran novios en el colegio, hace 16 años, empezaron a ir al estadio, a disfrutar la pasión por el cuadro verde.
Esta vez decidieron ver el partido en la calle, rodeados de otros aficionados, en medio de los gritos de felicidad o los silencios incómodos, profundos, que genera el fútbol cuando las cosas no salen como se esperaba, uno como el que se apoderó de Medellín cuando Millonarios hizo el gol del empate y que se mantuvo durante los últimos minutos del partido, cuando el árbitro pitó y el juego se fue a definición por penaltis.
Llegó la tristeza...
Los minutos previos al inicio de la tanda fueron tensos, incómodos. Los hinchas se cogían la cabeza, se tapaban los ojos para no ver lo que pasaba. Pero no hubo necesidad de que miraran a la pantalla gigante porque la señal de algunos bares estaba adelantada. Empezaron los tiros desde los once pasos y después vino una mezcla insufrible de emociones: tristeza, alegría, desespero y al final un silencio sepulcral cuando Millonarios quedó campeón.
Ya no llovía. Pero los hinchas que estaban en la 70, donde al principio no cabía un alfiler parado, se fueron. Algunos para la casa, otros a pasar la frustración en los bares, porque la felicidad y la tristeza en Medellín se viven tomando unos tragos o bailando reguetón.