Su fortaleza mental es sorprendente. Tiene un carácter que hace que siempre se gane el respeto de sus compañeras. También las rivales la miran con admiración. Catalina Usme siempre se ve tranquila, serena. Parece que todo el tiempo tuviera la conciencia de quien ya conoce las bondades del éxito y el dolor que genera el fracaso, pero sabe que ambos estados emocionales son pasajeros.
Por eso, el pasado 12 de agosto muchas personas se sorprendieron al verla llorar desconsolada en el estadio Nacional de Australia, en Sydney. Habían pasado pocos minutos desde que terminó el partido de cuartos de final del Mundial femenino de mayores en el que Inglaterra venció por 2-1 a la Selección Colombia.
Usme había visto como, por un par de errores que se pudieron evitar, se les escapó a las dirigidas por Nelson Abadía la posibilidad de seguir haciendo historia y cumplir el objetivo que ella, con la voz quebrada, repitió ante las cámaras e insistió en que tenía la confianza de que algún día se iba a cumplir: ser campeonas de una Copa del Mundo.
Pero Catalina no lloraba por capricho. No. Sus lágrimas tenían detrás el recuerdo de los sacrificios que tuvo que hacer, los dolores que debió aguantar y las dificultades que enfrentó recorriendo el camino que la llevó a ser la capitana de la Selección Colombia, la goleador histórica del equipo nacional con 52 goles, la mujer admirada, querida por todos los colombianos y que es la referente de muchas jóvenes que la ven como un espejo y sueñan ser como ella.
Llegó la mujer de la casa
Era el 25 de diciembre de 1989. En la casa de la familia Usme Pineda, ubicada en el barrio María Auxiliadora de Marinilla, Antioquia, estaban contentos. Don José Domingo Usme y doña Luz Marina Pineda no se cambiaban por nadie. Estaban felices porque por fin, en el tercer embarazo del matrimonio, había nacido una mujer. María Catalina Usme Pineda. Con ese nombre la registraron y la bautizaron.
Don José, un hombre oriundo de El Peñol, que trabajaba en una fábrica de textiles en Rionegro y doña Luz Marina, una profesora normalista originaria de Marinilla, se casaron a mediados de los años 80. Siempre tuvieron claro que querían tener tres o cuatro hijos. En 1987 nació Carlos Andrés, el mayor de la familia. En el 88 llegó al mundo Diego Armando, el del medio.
Los dos hombres recibieron con cariño a Catalina. Cuando la niña ya caminaba, empezó a salir a jugar a la calle con sus hermanos. Tenían la fortuna de que el barrio en el que vivían apenas estaba en proceso de construcción y había cerca zonas verdes por las que corrían sin peligro. Los días de la niñez pasaban entre lo rural y lo urbano.
Seguir la herencia familiar
La pasión por el deporte estaba en los genes de los hijos de la familia Usme Pineda. Las tías y hermanas de doña Luz Marina jugaban baloncesto. Por el lado paterno, don José Domingo y sus hermanos siempre jugaron fútbol. Esto último llevó a que en la casa de Marinilla siempre hubiera un balón.
Alguna tarde de los primeros años de los 90 Carlos Andrés y Diego Armando se pusieron a jugar fútbol. Catalina los vio. El balón, con parches blancos y negros, le llamó la atención. Ella también quería patearlo. Lo hizo. Le gustó. Desde ese momento empezó una historia de amor que, tres décadas después, continúa y parece no tener final.
Pero para llegar hasta ese momento, antes hay que pasar por la primera impresión que generó en la casa ver a la pequeña, que apenas sabía caminar, jugando fútbol. “Yo creía que solo estaba ahí por integrarse con los hermanos”, recordó doña Luz Marina.
Al principio pareció que tenía razón, pero el paso del tiempo le demostró lo contrario. A Carlos Andrés, el mayor de la casa –que era un apasionado por el fútbol– lo metieron a un club de Marinilla que se llamaba San Juan de la Cruz cuando Catalina tenía cinco años. Los entrenamientos eran en una unidad deportiva que quedaba cerca a la casa.
Por eso, acompañarlo a las prácticas se convirtió en un plan familiar, una manera de pasar las tardes entre semana. Ese ambiente futbolero también permeó a Diego Armando, quien pidió que lo inscribieran en la escuela. Lo hicieron. Los hermanos Usme estaban jugando juntos, pero faltaba la menor.
El génesis de su carácter
Pasaron unos días y Catalina, haciendo uso de la determinación y liderazgo que heredó de su mamá, se acercó al entrenador del equipo y le dijo que si la dejaba jugar con los niños. El técnico, un poco sorprendido, aceptó. Hubo que comprarle uniformes, guayos. Empezó a ir a todos los entrenamientos y demostró su talento. También inició a ver fútbol femenino del extranjero.
“Entonces yo empecé a ver que a Catalina le gustaba el fútbol y desde ese momento empezó a decirme que iba a jugar fútbol profesional. Yo le decía ‘Cata, pero es que acá en Colombia no hay fútbol femenino’, y ella respondía ‘pues me voy para otro país, además, yo soy capaz de jugar como esas muchachas (las que veía por televisión)”, agregó doña Luz Marina.
Superó todos los obstáculos
Si ahora las condiciones para que las mujeres jueguen fútbol en Colombia son difíciles, en la década del noventa parecía que era algo imposible. Primero, porque no había equipos femeninos. También debido a que se pensaba que el balompié era un deporte solo para hombres y a las muchachas que les gustaba, las señalaban de “marimachos”.
Pero ni a Catalina, que desde que estaba en el colegio mostró su liderazgo en la cancha y era la que armaba los equipos para los partidos, ni a su mamá, que sorteó los comentarios incómodos de una que otra vecina, le interesó el estigma. Ellas tenían claro que el deporte era un hábito saludable, que forjaba el carácter y, daba disciplina.
Eso quedó en evidencia cuando Cata cumplió 14 años. Las normas del momento no dejaban que ella siguiera jugando con hombres. Por eso, para que pudiera continuar en el fútbol, les tocó buscar un equipo en Medellín. Formas Íntimas y la Selección Antioquia le abrieron las puertas.
Sin embargo, eso implicó sacrificios. La rutina de la joven era apretada: estudiaba en el colegio de 6 a 12. Salía a las 2 de la tarde de Marinilla para la capital paisa. Entrenaba y luego regresaba al municipio del Oriente antioqueño. Llegaba a la casa a las 11:00 p.m.
Pero Catalina nunca se quejó. Solo cuando estaba en once dijo que se sentía cansada. La solución fue que se fuera a vivir a Medellín con su hermano Carlos Andrés, que ya se había graduado del colegio y estaba trabajando.
Los hermanos empezaron a vivir juntos. Para subsistir, ambos tenían que trabajar. Catalina fue mesera en un bar, estuvo haciendo inventarios en una fábrica. Todo mientras estudiaba su carrera profesional en el Politécnico Jaime Isaza Cadavid y entrenaba con el Club Formas Íntimas.
Poco a poco escaló en el fútbol. Jugó los torneos que organizaba la Difútbol que daban cupo a la Copa Libertadores. Estuvo con la Selección Colombia en los Mundiales de Alemania 2011 y Canadá 2015. Todo eso mientras trabajaba dando clases en escuelas de fútbol, en colegios, para ganarse la vida porque del fútbol no podía vivir.
Eso cambió en 2017, cuando se hizo la primera Liga femenina. Para entonces, Catalina tenía 28 años. América de Cali le ofreció un contrato anual. Le pagaban bien. “Ella no lo podía creer. Estaba sorprendida de que por fin podía vivir del fútbol”.
Ahora, con la tranquilidad de haber quedado campeona dos veces de la Liga femenina, con la seguridad de que se han dado pasos, pero con la convicción de que aún falta mucho camino por recorrer, Catalina Usme seguirá luchando, con su fortaleza mental y su carácter indomable, para dignificar el fútbol jugado por mujeres en Colombia. Esto apenas empieza.
Llegó el momento de salir de Colombia
Catalina Usme solo ha jugado en el fútbol colombiano. Y no es porque le hayan faltado propuestas. De hecho, cuando tenía 16 años un equipo de Brasil le hizo una oferta formal por medio de una carta. Ella no la aceptó. Dice su mamá que es porque Cata tiene un amor muy grande por su país, por la familia y que además siempre pensó que tenía que luchar porque las mujeres tuvieran buenas condiciones para ser profesionales en Colombia.
Ahora, que tiene 33 años, es la goleadora histórica de la Copa Libertadores femenina (ha marcado 30 goles), acaba de tener una buena presentación en el Mundial femenino de mayores, y se está preparando con el América para disputar la edición de la “Gloria Eterna” que se jugará en nuestro país entre el 5 y el 21 de octubre, parece que llegó el momento de salir. A la capitana de la Selección la pretenden equipos de Brasil, Inglaterra, Estados Unidos y Japón. Ella está analizando la mejor opción.