Las barras bravas se pueden equiparar a los piratas que surcaban los mares hace siglos. Van en busca del botín enemigo, y por ese botín arrasan como plagas con el otro: lo quieren liquidar; el fanatismo por el fútbol como religión bruta. Lo que sucedió en la noche del jueves 26 de septiembre en el Estadio Atanasio Girardot fue una cruzada: un grupo de hinchas del Atlético Junior se robó un trapo de unos barristas de Nacional en la tribuna norte, y esto desató una pelea sanguinaria, capitaneada por lo que parecen asesinos expertos, esgrimistas del puñal callejero.
Los trapos —esas grandes “banderas que los hinchas exhiben durante los partidos y que tienen consignas de valentía y heroicidad— son el bien más preciado de una barra brava. Por tanto, robarlo es un trofeo de guerra y una afrenta. En el Atanasio terminaron heridas cuarenta y cinco personas, veinticinco de ellas fueron atendidas en el mismo estadio y a otras cuatro las tuvieron que llevar de urgencia a hospitales de la ciudad, alguno después de ser apuñalado varias veces en la cabeza.
En videos y fotos que se esparcieron por X, Facebook e Instagram se puede ver a los danzarines del mal, que en la tribuna se lanzaban sobre los otros hinchas para apuñalarlos como si fueran sacos de harina. ¿Qué habrá pensado la Policía o la Secretaría de Seguridad? ¿Que no era necesaria una requisa a los barristas? ¿Que para qué tanto control? La división entre los hinchas del Atlético Nacional y los del Junior era una cinta amarilla, acompañada por otros hinchas que hacen parte de la logística; hace años la división la hacían agentes de la Policía que mantenían a los barristas en su lugar.
La pelea sangrienta estaba garantizada; quizá uno de los videos más impresionantes, fue ver cómo hinchas de Nacional empujaban a sus homónimos del Junior de la tribuna alta a la baja, otros no eran empujados, se tiraban del puro terror de ser apuñalados, quizá tenían en la memoria muy fresca la batalla campal a machete que hubo hace más de un año por la estación del Metro. Siete aficionados del Junior consultaron, adoloridos, a los paramédicos que estaban en el Atanasio; cuatro fueron atendidos en el hospital General; tres en el San Vicente de Paul; y otros ocho hinchas fueron llevados a diferentes IPS por miembros de la Policía: cuatro al Neurológico, uno a Salud Total, uno a la Clínica Fundadores y dos al General.
Uno: quien entra armado a un estadio está dispuesto a matar, ¿es un homicida? ¿Cómo debe procesarlo la justicia?
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Siempre hay una cadena de desastres. Algunos creen que el primer error sucedió cuando el Atlético Nacional les permitió la entrada a unos 1.000 hinchas del Junior, que viajaron en tres buses desde Barranquilla para ver el partido. Los ubicaron en la tribuna norte, como suelen hacer con las hinchadas visitantes, en el extremo opuesto de la tribuna sur. Sin embargo, el movimiento fue torpe, porque allí había también barras bravas del verde, a escasos metros.
El ambiente estaba caliente. Junior llegó a Medellín con la intención de conseguir su primera victoria desde que lo dirige César Farías, pero ahora suma tres derrotas con el resultado ante el verde. Ya se confirmó que el partido no se reanudará. Nacional, entre tanto, buscaba un triunfo que lo reconciliara con sus aficionados luego de caer 1-0 ante Bucaramanga el lunes.
Y lo lograba con holgura. Se fue al entretiempo con el 1-0 en el marcador tras una anotación de Andrés Felipe Román. Iban ocho minutos de la segunda parte y llegó la segunda anotación. La marcó Marino Hinestroza. Ahí fue cuando todo lo extradeportivo estalló. Ese fue el momento cuando la alegría desbordada cambió por unos nervios paralizantes. El Atanasio entró en un estado constante de tensión.
Dos: ¿de verdad es un problema dejar entrar a las barras de un equipo contrario?
El más terrible ejemplo de la brutalidad de las barras bravas quizá sea la tragedia de Heysel, que sucedió el 29 de mayo de 1985 cuando los hooligans —como se conocía a los barristas duros de Inglaterra— empezaron una pelea sangrienta en la final de la Champions que jugaron Juventus y Liverpool; murieron 39 personas y otras 600 terminaron heridas. La Uefa prohibió por 5 años a equipos de Inglaterra de sus competencias y a Liverpool por 10 años.
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Hay un cruce de versiones sobre cómo y por qué empezó la pelea. Para muchos lo que queda es la expresión de los niños que estaban en el estadio y buscaban socorro en sus padres; no entendían por qué la sangre en las sillas, a qué se debía el alboroto, cuál era la razón de que en las tribunas hubiera cuchillos, palos, gente corriendo.
Para algunos, todo empezó con la celebración que hizo Marino Hinestroza con el segundo gol de Nacional; una hipótesis torpe y reduccionita. Celebraciones hay muchas y todas dan en el blanco de la competencia: vencer al rival, que es casi lo mismo que ridiculizarlo. Los que saben de barras dicen que el robo del trapo desató la tormenta. No era cualquier tela verde, se trataba de una que tiene estampada la leyenda “Capo Mejía 13”, haciendo referencia al volante barranquillero Alexander Mejía, capitán e ídolo del cuadro verde (ganó la Copa Libertadores del 2016).
Todo sucedió luego del gol de Hinestroza, en ese momento se dio el hurto. Primero hubo puños, patadas mientras corrían de un lado al otro. Los del cuadro verde dicen que empezaron los visitantes. Los otros no lo han negado. Un par de minutos después, y en medio de la falta de policías (solo se vio uno), se empezaron a dar con lo que tenían: navajas, sombrillas, piernas y manos.
Hinchas del Junior pasaron a occidental, donde había familias con niños y adultos mayores. Algunos aficionados de esa localidad, en la que había familiares de los jugadores del cuadro barranquillero, corrieron hacia el centro de la gradería. Unos más lo hicieron en sentido contrario, como buscando encontrarse con los hinchas del rival. Llegaron desde la tribuna sur.
El fotógrafo Camilo Suárez, que cubría el partido para EL COLOMBIANO, recordó: “La angustia era muy alta, y los de seguridad nos hicieron correr hasta la mitad del campo, diciéndonos que esperáramos que todo se calmara, mientras que desde las otras tribunas las personas no se movían de las graderías. Nosotros estábamos en el centro del campo. Esa fue la orden que nos dieron las personas de logística”.
Con el paso del tiempo, la pelea se volvió brava. Empezaron a tirar personas desde la segunda planta de la tribuna occidental del Atanasio hacia la primera. Otros lo hicieron de manera voluntaria. Casi todos eran hinchas del Junior, que cuando caían, recibían patadas y puños, de los aficionados de Nacional que estaban más encarnizados. Se escuchaban gritos de mujeres, de niños: estaban desesperados.
Muchos aficionados fueron apuñalados. Algunos futbolistas del Junior ayudaron a bajar a los heridos. La Policía llegó e intentó controlar la situación en la parte alta de las tribunas cuando ya había más de uno sangrando entre las sillas; demasiado tarde. Las guerras no duran para siempre y la pelea se tranquilizó.
Luego sucedió lo que fue noticia: el árbitro Nolberto Ararat suspendió el partido por falta de garantías. Los equipos aceptaron. La Dimayor y el MinDeporte condenaron los hechos. Dijeron que iban a “tomar cartas en el asunto”; se reconoció que hubo errores en la seguridad del escenario. El antecedente más cercano de algo parecido en el Atanasio sucedió el 16 de abril del 2023, cuando los hinchas de Nacional que estaban en la Tribuna Sur intentaron ingresar a la cancha como muestra de protesta y terminaron enfrentándose con los agentes antimotines.
Desde entonces todo ha sido una purga y una salida temblorosa de las autoridades. La Asociación Colombia de Fútbolistas Profesionales (Acolfutpro) le pidió a la Dimayor, al Ministerio del Deporte y a la Fiscalía General de la Nación, que garanticen la seguridad en los partidos, tanto para aficionados, como para jugadores. Se espera que las cámaras de reconocimiento facial ayuden a identificar a todos los potenciales homicidas. Mientras eso pasa, la Alcaldía de Medellín publicó el viernes un cartel con el rostro de diez personas que estuvieron implicadas.
La administración distrital anunció las sanciones para Nacional con el máximo escenario. El cuadro verde tendrá que jugar a puerta cerrada los próximos dos partidos de local. Además, habrá cierre de fronteras —algo que se debió hacer hace rato— para hinchas que vengan de otras ciudades. No se permitirá el ingreso de hinchada visitante al escenario en lo que resta de este año.
Tres: ¿solo sirven las medidas duras? ¿El trabajo social hecho durante años no sirvió para nada?
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Después de la tragedia de Heysel, Inglaterra se metió a fondo a entender la violencia de los hinchas, se encontraron con que no estaba asociada a los equipos de fútbol, sino a entornos sociales difíciles, desiguales e incluso a familias disfuncionales. Así que de la mano de varias campañas sociales y de participación, se incrementó el control judicial, a los hinchas más peligrosos se les prohibió el ingreso a los estadios hasta de por vida; se prohibió el porte de bebidas alcohólicas, de drogas y de armas. Basta ir a cualquier estadio de Colombia para darse cuenta de que no existen lugares donde más se consuma todo tipo de drogas: marihuana, cocaína, tusi y una oferta amplia.
Las autoridades inglesas también extendieron todo tipo de multas para los hooligans y cualquier estamento de la sociedad que los apoyara y se especializó a grupos de la policía para que atendieran problema con los hinchas. Se tomaron tan en serio la tarea que infiltraron a la barra, como si se tratara de una mafia (lo mismo que sucede en Colombia, donde muchas barras tienen una asociación directa con la criminalidad), lo que llevó a 35 penas perpetuas y se creó una lista de unos 5.000 barras bravas con prohibiciones.
En Medellín, desde la Alcaldía de Sergio Fajardo, empezó una integración de las barras bravas a la gestión de políticas públicas que la integraran. No es muy difícil recordar que en 2006 Los Del Sur hicieron un concurso de cuentos llamado Con la pelota en la cabeza, el cual contó con el apoyo de la Administración Municipal. Desde entonces se hicieron reuniones, encuentros entre los “duros” de las barras y les llegaron varios millones de pesos vía proyectos sociales, pero las peleas nunca se fueron del todo.
En Medellín el fútbol siempre ha sido una fiesta, basta pasar por el estadio un domingo en la tarde para darse cuenta de que los hinchas disfrutan como nadie del fútbol, pero hay que recordar las caras de los niños atemorizados el pasado jueves para darse cuenta de que el problema se salió de control, que a alguien se le escapó recordar que muchos barristas necesitan al lado a un policía para no salirse de sí y agredir a otro, al próximo al que tienen cerca. Seguir el modelo inglés quizá dé ahora resultados.