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Una vida llena de lucha y superación: el soldado Diego Hincapié ahora promueve la carrera Matamoros

El exmilitar, que tiene un problema en uno de los nervios de su pierna derecha, es de los beneficiados con el acompañamiento de la Fundación Matamoros.

  • Diego Armando Hincapié Serna ingresó a la carrera de soldado profesional del Ejército en 2007. Antes prestó servicio. En 2017 tuvo un retiro forzado de la institución. Ahora promociona la Carrera Matamoros.. FOTOS CORTESÍA
    Diego Armando Hincapié Serna ingresó a la carrera de soldado profesional del Ejército en 2007. Antes prestó servicio. En 2017 tuvo un retiro forzado de la institución. Ahora promociona la Carrera Matamoros.. FOTOS CORTESÍA
17 de julio de 2023
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Al soldado profesional (r) Diego Armando Hincapié Serna no se le nota el dolor intenso que siente en la pierna derecha y que lo lleva a revolcarse en el suelo con desespero si no se toma las pastillas de Metadona, un medicamento que es más fuerte que la Morfina, que produce dependencia y los doctores llaman en sus corrillos como “la última bomba”.

Tampoco que tiene un neurotransmisor incrustado en el cuerpo, conectado con cables a la columna y la pierna, que le ayuda a controlar su aflicción, le da fuerza a su extremidad inferior y le permite estar de pie. Si el aparato le falla, se descarga o se apaga, el militar se descompensa. Por eso siempre anda con el cargador en un pequeño bolso que lo acompaña a todas partes.

Menos se percibe que fue diagnosticado con trastorno de estrés postraumático hace ocho años, por lo que tiene que tomar Levomepromazina para poder dormir.

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También utiliza Risperidone, un medicamento que se usa en el tratamiento psiquiátrico de la esquizofrenia, para que lo que pasa a su alrededor, “en la civilización”, no se convierta “en una película” que lo lleve a pensar que está en la selva, tomar el bastón que le sirve para caminar como si fuera un fusil y ponerse en posición de guardia.

Esas cosas no se pueden ver a simple vista porque son las marcas silenciosas del conflicto armado colombiano, una guerra sin sentido en la que siempre los más afectados terminan siendo las personas del común, la base del pueblo.

Esa tarde de 2014...

Eran las 2 de la tarde del 19 de enero de 2014. En Vista Hermosa, Meta, un municipio en el que abundan zonas de selva virgen, hacía calor. Hincapié y sus compañeros de escuadra estaban cocinando, ultimando detalles para después salir a cumplir con un operativo.

Pero, de un momento a otro, un superior les ordenó que tenían que salir a hacer un patrullaje de emergencia. Diego Armando, que era el puntero de las cuatro compañías que componían su batallón, cumplió la orden, aunque salió confundido. Los hicieron bajar 500 metros desde el cerro en el que estaban hasta un hueco.

Todo estaba tranquilo. Diego Armando iba, con machete en mano, abriéndoles camino a sus compañeros en la selva espesa. Se encontró un caño, decidió cruzarlo para llegar a un árbol grande. Pensó que ese era el lugar perfecto para hacer los cambuches. No sabía que en ese punto estaba resguardada la guerrilla.

-“Cuando iba llegando yo vi que el guerrillero alzó la metralleta y pensé, ‘jueputa, me mataron’. El primer tiro no me lo pegaron, pero se armó una balacera la berraca y cuando volteé a mirar la parte de atrás, el contrapuntero estaba tirado en el suelo, como si estuviera muerto, porque tres disparos lo impactaron”.

Diego –tiene 35 años, nació en los Llanos de Cuivá, un corregimiento del municipio de Yarumal, al norte de Antioquia; vivió en Ituango cuando era niño y fue en ese lugar donde se enamoró de la vida militar porque veía a los soldados pasar por la vereda en la que creció– se repuso del aturdimiento inicial, cogió el fusil, se tiró al suelo y empezó a disparar para defenderse.

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-“Cuando me fui a parar para avanzar, porque ya venían llegando los compañeros, me vi en la pierna un chispazo de sangre. Pensé que me había clavado una estaca. Pero después sentí la bota llena de sangre. Ahí me di cuenta de que un tiro me impactó”.

Los minutos siguientes fueron azarosos. Los helicópteros del Ejército intentaron salvarlos, pero no pudieron entrar porque la guerrilla les daba plomo desde el monte. Al final los pudieron sacar. Llevaron a los heridos a la base militar de Apiay, en Villavicencio. Los estaban esperando unas ambulancias. Diego no soportaba el dolor. Se quedó dormido.

Un cambio de vida obligado

-“Abrí los ojos y no sabía dónde estaba. Después me di cuenta que seguía vivo. Los médicos me dijeron que no me había pasado nada, que la bala solo había tocado carne”.

Pero Hincapié se sentía débil. No podía levantar la pierna. Le hicieron más estudios y se dieron cuenta que el disparo le quemó el nervio tibial. Síndrome regional complejo fue el diagnóstico médico. Lo estuvieron tratando un tiempo en Villavicencio, pero la herida se le infectó porque no la estaban limpiando bien.

Pidió que lo trasladaran a Medellín, donde estaba su esposa, su familia. Después de una larga gestión lo hicieron. En la ciudad empezó la lucha para que le dieran medicamentos, acompañamiento psicológico. Fue difícil, pero lo logró. Pero en 2017 le llegó la carta en la que le anunciaron la baja del Ejército. Eso lo dejó desconcertado.

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No tenía casa. En su condición no podía ejercer trabajos de fuerza. Un amigo del Ejército le alquiló una casa en el Picacho. Empezó una lucha larga para que le dieran la pensión. Pasaron tres años y una abogada de por medio para que la junta médica que avaluó el caso decidiera que su umbral de dolor era alto, que tenía una discapacidad de más del 50% y que por eso podía recibir la pensión (que es bajita).

Un mano amiga

A pesar del fuerte dolor con el que convive y las secuelas que le dejó la guerra, monta bicicleta, sale a caminar para despejarse y el pasado 11 de julio se graduó como bachiller (el primero de su familia paterna) gracias al programa Héroe Bachiller de la Corporación Matamoros, una entidad sin ánimo de lucro que hace 35 años trabaja con los soldados heridos en combate y sus familias.

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Ahora, Diego Armando es uno de los promotores en Medellín de la edición 2023 de la carrera Matamoros, prueba de atletismo que se correrá el 10 de septiembre de este año en la Universidad Militar Nueva Granada de Cajicá, Cundinamarca, en su modalidad presencial y tendrá una edición virtual, en la que pueden participar corredores de todo el país.

“Con los fondos que se recogen esperamos seguir apoyando a los soldados retirados y a sus familias para que estudien y hagan deporte en el alto rendimiento a nivel paralímpico, y siempre miren hacia adelante”, aseguró María Alejandra Neira, directora de la Corporación Matamoros.

Después de graduarse del bachillerato, Diego, que estuvo 14 años en el Ejército, casi todos en el monte, sueña con estudiar una técnica de mecánica en motocicletas para tener un mejor futuro.

Hace una semana el dolor que siente en el cuerpo, se amainó con la alegría que le produjo saber que había sido beneficiado con el programa de viviendas del Ejército. Ahora tendrá casa propia.

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