El pueblo lo amaba con delirio y, en medio de la veneración, lo llegaron a premiar con cerdos, mercados, gallinas, legumbres y dos o tres pesos...
Eran los tiempos de las primeras Vueltas a Colombia en bicicleta, en que Ramón Hoyos Vallejo, se impuso en cinco, con un récord de 38 etapas, en medio del fervor popular, incluso del que quedaron destellos en sus exequias cumplidas el pasado miércoles en Medellín.
Ramón marcó una época, la inicial del ciclismo antioqueño, la de los Paisas en Caravana que no le dejó nada a nadie, para que su nombre perdurara indeleble en el recuerdo.
El escarabajo de la montaña fue la representación del ciclista rudo, domador de las agrestes montañas y poseedor de un talento que traspuso las fronteras. Una especie de caníbal de las rutas que todo lo quería devorar. Encima de la bicicleta era un líder; todo un emperador de la corte de sus peones antioqueños que lo vieron ganar imponente en la ronda nacional.
Bien lo hizo con el uniforme de Coltejer, la empresa que lo tuvo hasta de modelo publicitario, o la imagen de su patrocinador inicial: Lavandería Tropical, la que hizo famosa en las calles de Medellín.
El mensajero de la Carnicería la Bandera Blanca, cerca de la Plaza de Flores, y al que sacaron un día del Teatro Junín para que corriera su primera Vuelta.
Hoyos, el dilecto hijo putativo del técnico argentino Julio Arrastía Bricca, quien pasada la gloria de la quíntuple conquista, se convirtió en el primer ciclista en poner su nombre en las bicicletas, negocio que hoy perdura tras su fundación en 1959, en el centro de la capital antioqueña.
El inquieto hombre de negocios que disfrutó de las motonetas, para ser el importador de Vespa-Piaggio, recuerda el Ñato Javier Suárez, quien lo tuvo al anca de su cicla como comentarista de Caracol en la ronda nacional de los años 60.
El también .modelo, con publicaciones en revistas y periódicos de la época, de las bicicletas Monark, hechas en Cali, condición artística de la que también disfrutaron sus colegas Cochise Rodríguez y Suárez.
Don Ramón de Marinilla ayudó a construir el templo de la Divina Eucaristía, en El Poblado -su hijo Jorge pintó el techo-.
Uno de los fundadores del Club Refuego, que incluso tuvo como pupilo a su patrocinado Diego Zapata, en la ronda del 62, que vio nacer a quienes fueran sus relevos en coronas y fama inmemorial.
Consumado billarista y hasta presidente de la Liga, que se fue a vivir al gélido Guarne, donde el marinillo, el de la certera memoria, se refugió solitario para disfrutar de las milongas y el cúmulo de recuerdos, como aquellos de recibir de un pueblo ferviente, cerdos, gallinas y mercados a manera de premiación.