No hay nada más triste para un ser humano que quedar en el olvido, pasar de ser alguien reconocido a casi inexistente, por perderlo todo.
En 1986 y 1987 Óscar Ríos Rendón fue la cara de Nacional. Un abogado y administrador de la U. de A. que terminó al tiempo como presidente y dirigente del equipo paisa, ese mismo que le dio reconocimiento, pero que ahora lo tiene en el olvido, así como muchas personas que lo acompañaron en su camino.
No tuve la oportunidad de saber de él en esa época por mi edad, apenas empezaba a caminar, y tampoco había visto alguna foto de don Óscar, algo que me pareció mucho más triste al escuchar y conocer la historia de su vida a los 78 años.
Lo ‘conocí’ por una llamada muy sincera que él me hizo y que me dejó mucha curiosidad por escucharlo y verlo personalmente, y por eso concretamos una cita.
El encuentro era en el barrio San Joaquín, donde la única seña que tenía era que a la cafetería de El Consumo llegaría un hombre vestido totalmente de negro.
A lo lejos, con paso lento y una pequeña cojera por una cirugía de cadera, de la que me enteré después, vi un hombre canoso y muy amable, que se me acercó, me dio su mano y tras un cálido apretón me dijo: “Mucho gusto, Óscar Ríos”.
Me llevé una sorpresa al ver que uno de los hombres más importantes de Nacional en los 80 no había comido en varios días y vivía una situación tan dura, que al contarla no pudo contener las lágrimas.
Era tanto lo que tenía por decir, que hasta tenía en un papel varios temas señalados y todo para que no se le olvidara nada, porque al empezar sus palabras fueron “necesito ayuda y ya no sé qué más hacer”.
En ese momento yo tenía muchas dudas y la principal era por qué alguien tan reconocido y que tenía tanto dinero estaba buscando ayuda para no quedar en la calle, y él con voz pausada y mucha tranquilidad me contó cómo empezó todo su problema.
Se quedó sin pensión
Lo primero fue que hace unos 20 años se enteró de que no tendría pensión para su vejez: “Tanto tiempo que trabajé con el Gobierno en puestos altos y en los consulados, pero en la Caja Nacional, que era donde nos pagaban la pensión, en un momento dado, hace unos 20 años tal vez, un gerente que metieron a la cárcel parece que hizo quemar todos los archivos, en todos esos cayeron los míos y los de mucha gente. Entonces me quedé sin esas semanas que son muchas”.
Para colmo, lo que había trabajado en Venezuela, porque fue donde terminó la mayor parte de su vida, tampoco lo pudo tener por los problemas con el vecino país, donde en estos momentos están sus dos hijos, y al hablar de ellos no pudo evitar las lágrimas.
“Los dos me quieren mucho, y cuando mi hija estuvo acá no había ningún problema. Mi hija me pagaba, acá donde yo vivo, una pieza en la casa de doña Josefa Amaya (y ella vive de eso), entonces cuando uno se demora para pagar, le dice a uno: ‘Ve, si no podés pagar, no hay problema, pero dejame la pieza desocupada para yo alquilarla’. Vale $ 400.000 con lavada de ropa”, explica don Óscar, quien me confiesa que en este momento su problema es serio porque no tiene con qué pagar.
“Ese es el problema más grave que tengo ahora, aparte del de la comida. Usted me ve así, pero solo es pan y agua lo que como y debo 120.000 de eso en la tienda”, explica.
Mientras mira al infinito dice: “El viernes (mañana) tengo que pagar y, si no lo hago, el sábado me tengo que ir de ahí, ¿para dónde?, no tengo a dónde ir ni dónde comer. Por estar en Coomeva (la hija lo dejó como beneficiario) y no en Sisbén, no me ayudan. La única manera es que voy a terminar como un habitante de la calle...”.
Son palabras muy duras para alguien que lo tuvo todo y hasta más y quien fue conocido por muchos mientras lo necesitaron y ahora ni lo miran, precisamente por no tener un solo peso, así que con tristeza dice: “Ni ancianato, ni asilo... Yo no tengo un peso y ni me entra ni me va a entrar. Merezco un ancianato”.
¿Qué pasó con todo?
Esta es la gran pregunta. Y aunque muchos pensarán que fue alcohol o vicio, el problema de Óscar Ríos fue que invirtió en Venezuela, donde vivía, y luego lo perdió todo.
“Cometí un error. En un momento dado pensé que me iba a quedar en Venezuela, entonces yo invertí digamos que todos mis ahorros, porque yo vivía allá. Tenía un edificio de apartamentos, 3 carros, 5 negocios que manejaba mi exmujer, y mi hijo mayor me colaboraba mucho”, comenzó el relato.
Y prosiguió: “Hace año y medio, (el presidente Nicolás) Maduro llegó allá y nos hizo firmar todo, que pertenecía al Gobierno bolivariano con tipos grandes y con pistolas, entonces nos quitaron todo, solamente nos dejaron una casa donde viven ahora, pero de una mala manera. Encontraron unas acciones que yo tenía en el Banco Mercantil y me dijeron: ‘Váyase’, porque no era venezolano, pero mis hijos sí lo son”.
Ahí empezaron sus problemas. Aunque su hija lo pudo ayudar a pagar la pieza hasta hace 4 meses, cuando tuvo que irse para Venezuela a cuidar a su madre, por lo que acá don Óscar quedó solo, sin amigos, sin familia y a la merced de la vida.
Luego de casi dos horas de escucharlo, concluí que el exdirigente está a la espera de un milagro, que como mínimo le ayude mañana a pagar la habitación y los 120.000 de pan y agua, así como a conseguir un asilo o un ancianato donde pueda vivir sus últimos años con dignidad, como lo desearía cualquier ser humano.