En altitudes como la de El Alto, Bolivia (4.150 metros sobre el nivel del mar), la presión atmosférica del aire es menor. Eso lleva a que el viento sea menos denso. Cualquier elemento que se mueva por el “cielo” encuentra menor resistencia: se desplaza más rápido que en otros lugares porque tiene mayor aerodinámica.
Por eso en el partido entre Colombia y Bolivia, por la novena fecha de las eliminatorias, se veía que el balón se desplazaba con más velocidad de lo normal. Ese fue el motivo por el que cada vez que James Rodríguez, que se destaca por su precisión con la pelota, intentó patear al arco del equipo del altiplano, esta voló varios metros por encima.
De hecho, durante varios pasajes del partido el capitán colombiano se vio fastidiado con la situación. Ante remates que se iban lejos de la portería, pases que no lograban la precisión de otros días, centros desde el tiro de esquina que no cogían la curva que él quería, su reacción era mirar al suelo, pisarlo como buscando ablandar el césped. James no entendía lo que pasaba.
Todo tiene una explicación desde la física. Cuando la densidad del aire disminuye, también se reduce el efecto magnus, fenómeno que explica cómo la rotación de un objeto cilíndrico afecta su trayectoria mientras se mueve. En palabras sencillas, en la altura es más difícil que la pelota coja la “comba”, el efecto, que le suelen poner jugadores talentosos como James a sus remates.
Por el contrario, cada vez que se patea el balón con fuerza, este toma una dirección recta, veloz. Cuando un futbolista patea con fuerza y la “coge plena”, hace que se mueva muy rápido y dificulta que un arquero la pueda atajar.
Eso pasó, por ejemplo, en el gol que le anotó Miguel Terceros a Camilo Vargas el jueves. El atacante boliviano de 20 años, que juega en el Santos de Brasil, sacó un remate de zurda seco, después de driblar a un par de colombianos, que se fue directo, en una velocidad impresionante, al ángulo del arco.
“El error que llevó al gol es de los que por lo general se cometen en este tipo de canchas y en estas condiciones de juego. No es fácil evitarlo, incluso jugando con un futbolista más, contra un equipo que está acostumbrado a la altura, que tiene jugadores que corren como unos aviones, que ganan las segundas pelotas, que tienen buen pie, como los chicos de Bolivia. Además porque en los mano a mano ellos tienen una ventaja desde lo físico y la adaptación”, dijo el técnico Néstor Lorenzo en rueda de prensa.
El problema de nunca acabar
Para selecciones como Bolivia o Ecuador, jugar en la altura sí es una ventaja. La mayoría de los futbolistas de esos países están acostumbrados a actuar en esas condiciones desde niños. Por eso sus pulmones se ven menos afectados por el golpe de altura: la hidroxia o falta de oxígeno es menor.
También, le cogen el tiempo al desplazamiento de la pelota con mayor facilidad. Desde su formación, ellos son conscientes de que allí el balón se mueve más rápido y dura más tiempo en el aire. Por eso el arquero Viscarra sacaba desde su portería y el balón pasaba el medio campo.
En la altura de sus estadios, Bolivia ha dado varios batacazos deportivos que, en el algunos momentos, llevaron a que se cuestionara si era válido o no que hicieran las veces de local en escenarios del departamento de La Paz, donde está ubicada su capital y el estadio de El Alto, su casa desde el pasado mes de septiembre.
En 1977, Bolivia venció 1-0 a Uruguay en La Paz y dejó a los charrúas por fuera del Mundial Argentina 1978. Entre tanto, el 25 de julio de 1993, superó 2-0 al todopoderoso Brasil en las eliminatorias al Mundial de 1994.
Tras la derrota, los directivos de la Federación Brasileña de Fútbol se quejaron. Dijeron que disputar partidos en capitales ubicadas en las cúspides de la cordillera de los Andes como La Paz y Quito dejaba a los futbolistas agotados y les aceleraba el corazón.
En noviembre de 1995, la comisión médica de la Fifa puso el tema sobre la mesa y recomendó que no se jugara en ciudades a más de 2.500 metros sobre el nivel del mar. Esto, después de que se aprobara que las eliminatorias de Suramérica se disputaran todos contra todos, como ahora.
El 11 de diciembre de ese año, cuando se hizo el sorteo de esa eliminatoria en el congreso de París, el tope se aumentó: dijeron que no podían jugarse partidos a más de 3.000 metros para preservar la salud de los futbolistas. También porque eso le daba ventajas al local, ya que los otros equipos necesitaban de mínimo una semana para adaptarse. Los bolivianos dieron la pelea. En el 2000 Joseph Blatter reconoció a La Paz como ciudad Fifa.
Sin embargo, en 2007 revivó la discusión. Evo Morales defendió a su país apelando a la “universalidad del fútbol”. En 2008, Fifa falló en su favor. En abril de 2009, Bolivia dio otro batacazo en su estadio: venció 6-1 a la Argentina dirigida por Diego Maradona. El entonces técnico dijo que no fue por la altura, sino por la calidad de los bolivianos.
Para defender la “universalidad del fútbol” se construyó el estadio de El Alto, inaugurado en 2017. Ese predio se ha convertido en la “pesadilla” de los visitantes. La altura tiene su efecto.
¿Quiénes faltan por pasar por El Alto?
A la Selección Bolivia todavía le quedan cuatro partidos en casa en las eliminatorias al Mundial 2026. Los dirigidos por Óscar Villegas recibirán en los 4.150 metros sobre el nivel del mar a Paraguay, Uruguay, Chile y Brasil.
El primer elenco nacional que se medirá contra los del altiplano en su nuevo fortín serán los paraguayos el próximo 19 de noviembre.
Después, en marzo de 2025, será el turno para los uruguayos. En junio del próximo año los chilenos, casi eliminados, visitarán a los verdes, mientras que en septiembre, en la última jornada, será el turno de los brasileños. Apelando a uno de sus mejores aliados, Bolivia espera clasificar a su segundo mundial (fue a USA 1994).