El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, la primera novela de la escritora moldava Tatiana Tibuleac, es un libro sobre el odio y el amor. Una novela narrada por un joven tremendamente cruel y tierno. Es un relato sobre el dolor y la reconciliación. Sobre la muerte y la eternidad.
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Esta novela, ganadora de premios como el entregado por la Unión de Escritores de Moldavia, el premio de la revista literaria Observator Cultural en Bucarest y el Lyceum, ha sido un éxito sin importar el idioma al que se le ha traducido. Todo un asunto, una victoria quizá, para una autora que reniega de su lengua materna y de los relatos sobre lo conocido. En 2019 El libro fue publicado en castellano por la Editorial Impedimenta y muy rápido se convirtió en fenómeno de ventas y de crítica.
Acerca de esto, Tibuleac dice: “Siempre le he temido a escribir sobre las cosas que conozco. No siempre las personas más interesantes se convierten en escritores y, si estas personas solo escriben sobre lo que conocen, sus relatos pueden resultar aburridos para los lectores”.
El tema de odiar a la madre —que nos resulta tan conocido, aunque aterrador— es el eje alrededor del cual gira una narración desgarradora y poética. La moldava estuvo en Medellín en el marco de la Fiesta del Libro y la Cultura 2023 y esto nos contó sobre su proceso de creación.
Te he escuchado decir en entrevistas que no escribes ficción, pero tampoco escribes sobre tu propia historia, ¿cómo pueden ser ciertas ambas afirmaciones?
“Escribo desde lo que conozco: dramas humanos, relaciones. Genuinamente me gustan las personas y las considero el insumo principal para mi trabajo. Puedo sentarme por horas a mirar y escuchar a las personas. Incluso puedo solo dedicarme a imaginar lo que les pasa, cómo son, qué piensan. No escribo sobre mí o de manera autobiográfica porque soy joven y demasiado aburrida para eso. Pero estoy en todos mis personajes: soy Aleksy, la madre y la abuela. Y, al mismo tiempo, no soy ninguno de ellos en realidad. No tengo la ambición de escribir sobre mi vida”.
¿Qué tan complejo fue escribir con esa carga de odio hacia la madre?
“Hay gente que nunca admitiría que odiaba a sus padres, porque va en contra de todo lo que han aprendido. Pero no creo que negarlo sea del todo honesto. La relación de un niño y sus padres está siempre cambiando: los amamos, los odiamos, los perdonamos, nos decepcionan. Creo que lo que hice en el libro fue escribir sobre una sensación válida. Lo entiendo mucho mejor ahora que tengo un hijo adolescente, que es también la razón por la que siento la gran presión que hay sobre las madres: ¿por qué no solo aceptamos que es una relación normal, como cualquier otra, en la que hay altas y bajas?”
Quizá porque las razones de Aleksy para odiar a su madre no son necesariamente las de un hijo violentado físicamente, a los lectores nos cuesta entender su rabia...
“Aleksy es hijo de inmigrantes. No tiene una familia pobre, pero sí disfuncional. Su padre nunca está ahí. Su madre no lo ama ni tiene confianza en sí misma. Además, tuvieron una tragedia en la familia, perdieron a una niña y no saben cómo superarlo. Así que, básicamente estamos hablando de una familia con dinero, pero sin amor, sin comprensión ni comunicación.
Muchas veces pensamos en la violencia como la máxima tragedia, pero yo creo que un problema mayor en las familias modernas es la falta de amor. Para mí, este es el ingrediente mágico que te lleva a la felicidad y la sanidad. Sin él es difícil llegar demasiado lejos”.
¿Hay amor en este libro? ¿Qué nos dice esta novela sobre el amor?
“El amor puede verse de tantas maneras... tiene muchas formas. Creo que la madre siempre amó a Aleksy, aunque no lo pareciera. Incluso ella le dice en un momento: así es como puedo amarte, no esperes que te ame exactamente como tú quieres que lo haga. Ella hizo su mejor esfuerzo. Y también Aleksy la amó a su manera, quizá lo entendió demasiado tarde, pero lo hizo.
Hace un tiempo pasé un verano con mi padre y mis hijos en Francia, que es donde vivo ahora. Y creo que esa fue una de las primeras veces en mi vida que sentí que nos estábamos dando tiempo el uno al otro. Mi padre se dedicó a contarle historias a mis hijos, algo que por mucho tiempo cuestioné que no hubiese hecho conmigo. Pero, por primera vez, se me ocurrió la respuesta: estaba ocupado haciendo dinero para mantenernos. Este verano ocurrió casi 30 años después del tiempo en que quizá debió haber ocurrido. Pero significó que dos personas se sentaran juntas y por fin se preguntaran: si ahora es el tiempo en que podemos hacerlo mejor, ¿por qué no hacerlo? Si dos personas pueden sentarse alrededor de este libro y preguntarse lo mismo, será suficiente para mí”.
¿Por qué escogiste a niños para que fueran los narradores en tus novelas?
“Nunca pensé que debía escoger una voz. En el primer libro escogí una voz masculina sin entenderlo al principio, solo después de varios capítulos supe que era un hombre y así lo dejé. Quizá porque tenía en mente a mi hijo mientras escribía. Luego ocurrió lo opuesto en la segunda novela: escribí pensando en mi padre y ahí la relación ya es de hija a padre. Allí hubo otra intención y fue mostrar la creación de Moldavia a la par de la maduración de una chica.
También creo que las voces de los niños son más creíbles, aunque esto también puede ser una trampa: hay escritores que los usan para decir cosas que piensan a sus 50 años. Sin embargo, creo que si eres honesto y cuidadoso puedes lograr mucho con las voces de los niños”.
¿Cómo supiste que estabas escribiendo como un hombre? ¿Qué fue lo que te reveló que la voz del narrador era masculina?
“Hay diferencias entre la relación de una chica y su madre, y la de un chico y su madre. Lo veo ahora que tengo una niña y un niño. Pero desde el punto de vista del narrador todavía no tengo muy claro por qué lo hice. Quizá porque, al ser mi primer libro, estaba lleno de rabia y sentimientos. Lo escribí muy rápido y no presté atención a lo que estaba haciendo, sino a cómo lo estaba haciendo. Sentí una mezcla de frustración y miedo y supe que era un hombre. Tal vez porque odiar a la madre era más fácil a través de los ojos de un hombre. Tal vez porque, en mi mente, una chica odiaría a su madre de una manera diferente y por otras razones”.
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En un proceso tan natural y despreocupado de escritura, ¿cuánto del relato tienes bajo control y cuánto de él toma vida por sí solo?
“El primer libro fue bastante fácil de escribir. Lo hice por placer y sin pensar en nadie más. Por supuesto, jamás imaginé que fuera a ser un éxito, sobre todo porque sentí que estaba escribiendo sobre cosas que no serían muy conocidas en Moldavia, ahora menos en Colombia o Noruega.
El segundo libro fue un poco más difícil de escribir, porque hay un lugar y periodo definidos, y sobre ese tipo de cosas no se puede inventar nada. Las cosas pasaron, la Unión Soviética cayó y Chernóbil explotó.
Lo cierto es que sé que no quiero tener obligaciones de ningún tipo. No siento una necesidad de publicar, solo quiero escribir. Mi próximo libro deberá venir de un modo que se sienta natural para mí o no venir en lo absoluto, porque es muy fácil darse cuenta cuando un escritor está intentando demasiado hacerlo bien, cuando está pensando en un público y una sección de la librería específicos. Siempre he sentido que un libro no debería ser un proyecto, sino un objeto de creación.
Vengo de un lugar donde todo estaba regulado: los artistas tenían tantas obligaciones que su trabajo terminaba en nada”.
En tus palabras, ¿de qué se trata tu primera novela?
“De que nunca es tarde para reparar las cosas, aunque lo creas así. Siempre puedes reconectar con una persona, perdonarla y dejar las tragedias en el pasado.
Me sentí aliviada cuando lo escribí y me gustaría que este fuera el mensaje del libro”.