La profesora Laura Alejandra Rubio León decidió revisitar los documentos de un momento importante de la cultura colombiana: el instante en que los jóvenes escucharon la voz de Gonzalo Arango, el profeta nacido en Andes, Antioquia, y cuestionaron los valores del pasado y de su presente histórico.
Todo esto se dio a finales de los cincuenta y principio de los sesenta, justo en la época en que las ciudades crecieron con vértigo y las tropas de chusmeros se volvieron en ejércitos de filiación comunista.
De volver la mirada a los manifiestos, las columnas y los recuerdos del nadaísmo, surgió el libro Nadaísmo: una propuesta de vanguardia, texto en el que Laura Alejandra propone mirar el nadaísmo como una vanguardia de la cultura y no solo un movimiento literario.
El texto puede ser consultado y leído gratuitamente en la página web de Galería Santa Fe, una iniciativa de Idartes.
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¿Qué queda del fenómeno del nadaísmo?
“El nadaísmo no ha tenido la revisión histórica necesaria para reconocer su importancia dentro del contexto cultural del país. Se ha pensado al nadaísmo solamente como una propuesta de literatura y si bien ellos inicialmente hicieron una propuesta literaria, en realidad desde el primer manifiesto nadaísta, que escribió Gonzalo Arango en 1958, se hacía un cuestionamiento al sistema cultural colombiano. ¿Qué era ser un artista? ¿Qué era un intelectual? ¿Cuál era el rol del Estado? ¿Cuál era el rol de la Iglesia? Todos estos cuestionamientos en su momento llamaron la atención de la sociedad colombiana”.
No deja de ser curioso que muchos de ellos pronto formaran parte del establecimiento que cuestionaban en un principio...
“Hay que entender que para ser intelectual en Colombia hay que cubrir las necesidades básicas. Ser intelectual en Colombia implicaba tener una posibilidad laboral y esa era una posibilidad. ¿Qué es lo importante del nadaísmo? Que a pesar de que estaban en la gran prensa hablaban de una Colombia que no era narrada por los grandes intelectuales que estaban en Bogotá. La voz de ellos empieza a hablar desde ese lugar que no había sido narrado”.
Sobre el nadaísmo se ha escrito mucho...
“Hay muchas narraciones de los nadaistas, pero son narraciones que no tienen el rigor histórico que se requiere para una investigación. Si uno se asoma a las columnas y libros que ellos han hecho intentando narrar el nadaísmo no hay una narración sistemática que permita ver qué es lo que pasaba por fuera. Muchas de sus narraciones están concentradas en anécdotas y a veces uno las pone en duda. A mí me pasaba mucho que yo cuestionaba, pero ¿cómo es esto posible? En el momento que uno aborda ese corpus del nadaísmo —que hizo su aparición en los periódicos, en revistas, sus manifiestos, su relación con revistas latinoamericanas— se empieza a dar cuenta de que efectivamente todas estas cosas que resultan anecdóticas y que parecieran no tener importancia tienen un peso muy importante porque empiezan a crear una resonancia con un movimiento que se estaba dado en todo Latinoamérica y era el interés de jóvenes de enunciarse desde otro lugar.
El nadaísmo es importante también para el contexto colombiano porque en ese momento, a finales de los 50, no existía la posibilidad de ser joven. Rápidamente se pasaba de ser niño a la adultez: la gente se casaba, tenía hijos y demás. Tener tiempo libre era un privilegio. Entonces ellos, por fuera de la universidad, por fuera de la gran maquinaria intelectual, empiezan a hablar desde esos bordes, de un lugar que no estaba siendo narrado. Por eso se vuelve tan importante”.
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¿Fue el nadaísmo predominantemente masculino?
“No, también hubo varias nadaístas como Patricia Ariza, Dina Merlini, Fanny Buitrago, Angelita... hubo varias nadaistas. Esa historia está por contarse. Con la investigación evidencio que más allá de una propuesta literaria, el nadaísmo fue una lectura del contexto que dio lugar a muchos jóvenes que se quisieron quitar el compromiso de asumir rápido la adultez. Un compromiso político y biológico, cualquiera que este fuera, y, por el contrario, asumir el tiempo libre para crear y para hacer las cosas que hacen los jóvenes hoy en día y que luego iba a dar lugar al hipismo.
A veces uno piensa que el nadaísmo es un sinónimo de lo que va a ser el hipismo. Ellos abrieron la puerta a las discusiones sobre la relación con la sexualidad, las drogas y todas esas cosas de las cuales no se podía hablar en el país. Entonces ellos empezaron a tener esas conversaciones y a vivirlas”.
¿Cómo se conectó el nadaísmo con la discusión cultural de América Latina?
“Gracias a todo el trabajo de gestión cultural que hizo Gonzalo Arango. Fíjate que el nadaísmo se trabajaba por nodos. Gonzalo Arango escribió su manifiesto en 1958, en Cali, pero lo lanzó en Medellín. Es una escritura individual que convoca una colectividad. Entonces él empieza a viajar a Cali, Medellín, Pereira, Manizales y empieza a dejar nodos.
Gracias a la recepción de revistas que llegaban del extranjero, él empieza a enviar cartas a diferentes publicaciones de México y Venezuela. Muchas veces ni siquiera se conocían. Solamente por el hecho de enviar el texto, se empezaba a dar allí una confluencia más discursiva. No era como que fueran todos amigos, sino que empezaban allí a intercambiar sus textos”.