guías de lectura infantil publicó Rocío Vélez de Piedrahíta, la última en 1991.
Clac clac, clac, clac. Carmen Piedrahíta no olvida ese sonido, cada vez que llegaba del colegio lo escuchaba, provenía de la biblioteca de su casa, donde su madre escribía mientras ella y sus hermanos estudiaban. Entonces se detenía con su entrada: Rocío Vélez de Piedrahíta se paraba y dejaba su escritorio de madera, los apuntes y la máquina de escribir.
También escribía en la finca, La Trinidad, en Rionegro (Antioquia). Se llevaba el dispositivo y lo ponía sobre una mesa de comedor inmensa que adornaba el corredor. Desde allí se podía ver un bello paisaje que a ella no le suscitaba ideas, porque para inspirarse lo que necesitaba era mirar el papel.
Escribir, eso hacía ella. A eso dedicó su vida, además de la música, su familia y la lectura de distintos autores, entre ellos los colombianos y los clásicos como Dickens, Verne y Balzac.
Esta antioqueña nacida en 1926 creció rodeada de escritores; su padre, Gabriel Vélez Isaza, lo era, y también su abuelo, Camilo C. Restrepo. Lía Restrepo Mejía, su mamá fue otra que hizo de las letras un pasatiempo; por eso, quizá, Rocío se dedicó a este oficio desde que era una adolescente hasta que lo dejó porque ya su visión deteriorada se lo impedía. Eso fue hasta hace poco, en 2014.
En 2013 lo presentía y escribió Los extraterrestres buscan ojos, “un cuento de terror”, en el que ella, “Rosita”, “quería hacerse ver los ojos porque desde hacía unos días estaba viendo menos, nublado...”.
De esa pasión heredada por la escritura, cuenta el maestro Juan José Hoyos en un breve perfil sobre ella titulado Una mujer al pie de la letra, impreso en EL COLOMBIANO (2012), surgió Entre nos (1959), su primer libro, publicado por la Editorial Bedout.
Después de ese siguieron El hombre, la mujer y la vaca, El pacto de las dos rosas, La cisterna, Terratenientes, Muellemente tendida en la llanura, El sietecueros de Lía y su último libro, Marco Fidel Suárez y Luciano Pulgar, el político y el hombre de letras, que trabajó con la Editorial Eafit en 2014.
El día que lo presentó, el seis de mayo de ese año, Rocío se vistió con una pantalón negro y una blusa de fondo azul estampada con arabescos negros y blancos; llevaba unas aretas doradas y el mismo pelo corto de hace muchos años. Se puso de pie, y ahí, detrás del atril y frente del público, habló sobre su libro y del señor Suárez.
“Lo admiraba mucho”, recuerda su hija Carmen Piedrahíta. Y ese mismo sentimiento de admiración que el político y escritor le producía, también se lo provocaba Tomás Carrasquilla. Por eso a los dos los leyó y los estudió en profundidad.
Fueron cinco años investigando al expresidente de Colombia para finalizar su obra, contó Rocío el día de la presentación, el mismo en el que le hicieron un homenaje por su aporte a la literatura.
Comprometida
Entrega y disciplina, eso la caracterizó, dice la escritora María Cristina Restrepo. Ella también recuerda el clac clac clac cuando iba a su casa con Merce, su amiga y otra de los cinco hijos que tuvo Rocío con Ramiro Piedrahíta.
“Toda la mañana se oía la máquina. Era una presencia muy poderosa en ese hogar y en la vida de sus hijos. No se veía, pero estaba ocupada en lo que más le gustaba en la vida: escribir”, cuenta Restrepo.
Fue en esa época que Carmen y sus hermanas, entre ellas Mercedes, se dieron cuenta de que su mamá era escritora, pues siempre, dice Carmen, “llevó una vida muy balanceada y tenía tiempo para todo”. Su esposo, sus cinco hijos, la finca, la huerta y hasta el colegio.
Fue en 1969, cuando tenía 43 años, que decidió terminarlo porque había dejado el bachillerato inconcluso; por esa época, María Cecilia, una de sus hijas, ya estaba también en bachillerato, entonces las dos estudiaban juntas, recuerda Carmen. Así consiguió Rocío el título de bachiller en el Liceo nacional Femenino Javiera Londoño.
“...La historiadora Alicia Giraldo, que era la directora, la recibió con cariño. Algunos profesores se propusieron ayudarle con textos y material de estudio; de esa manera, ella estudiaba toda la semana y luego iba a presentar los exámenes”, relata la escritora María Teresa Ramírez Uribe en la biografía autorizada que escribió sobre la antioqueña, titulada: Rocío Vélez de Piedrahíta, vida y obra anclada en la palabra.
Vida de música
No solo letras hubo en su vida, también partituras. Rocío fue pianista y una estudiosa de la música.
“La última vez que estuvo en mi casa, hace unos pocos años, nos dio un concierto espectacular. Ya estaba muy mayor, pero leía su partitura y tocaba de una manera bellísima. Su pasión por las artes era extraordinaria”, señala Restrepo.
Esa formación musical que tuvo, especialmente con el piano, la resalta Ramiro Isaza, quien fue compañero en el quehacer de escuchar música.
Ramírez Uribe detalla en la biografía que escribió que Ana María Penella, quien fue profesora en El Instituto de Bellas Artes, fue la maestra de la escritora, que después contó con la tutoría del pianista y director de orquesta italiano Pietro Mascheroni, quien se radicó en Medellín desde 1933 y murió en la misma ciudad en 1979.
“Rocío vio recompensada su dedicación al dar un concierto como solista con la OSDA (Orquesta Sinfónica de Antioquia) en El teatro Bolívar, el escenario más importante de Medellín, con la obra Koncertstück, para orquesta y piano, del compositor Carlos María Von Weber”, relata Ramírez en la biografía.
Con la misma orquesta, apunta Ramiro Isaza, Rocío tendría un vínculo muchos años después. Según él, ella llegó a ser la encargada de los foros didácticos, en los que hacía una presentación de las obras antes de los conciertos.
“Fue pionera en divulgar el conocimiento musical y trabajó en quitarle a las personas ese miedo por la música clásica”, comenta Isaza.
Él, que fue uno de sus compañeros de tertulias musicales, recuerda el grupo que lideró por los menos una vez a la semana durante unos 15 años en los que la escritora fue una participante activa. Siempre, recuerda, con “su chispa y espontaneidad para decir las cosas”.
En ese espacio, Isaza presenció el conocimiento que tenía la escritora sobre la música, las obras y los compositores, además, detectó la afinación que le permitía hasta darse cuenta de los errores de los intérpretes al tocar.
Según él, Rocío se decantaba por los genios de la música como Mozart, Haydn, Beethoven, y siempre estuvo abierta a escuchar las propuestas más contemporáneas.
Para Isaza, siendo Rocío una mujer que sabía tanto, que era “tan buena conversadora”, nunca fue pretenciosa ni hizo alarde de ello. Esa misma opinión la comparte la escritora Restrepo: “Nunca escribió ni para exhibirse, ni para halagar, ni para buscar un premio. Ella escribió lo que quiso, al ritmo que quiso y nunca a la ligera sino que preguntaba y se metía en aspectos sociológicos o de historia de Medellín, buscaba en los archivos, llamaba a los expertos”.
El gusto por la música lo tuvo siempre, apunta su hija Carmen, así se haya dedicado sobre todo a las letras, no solo escribiendo novelas y cuentos, también crítica literaria y de historias, guías de lectura infantiles y columnas de opinión, entre ellas una en EL COLOMBIANO, que tuvo hasta 2012, llamada Abriendo horizontes.
Sus últimas lecturas fueron sobre Marco Fidel Suárez y en los últimos años se dedicó sobre todo a escuchar música y entre sus géneros, la ópera. Quiso leer de nuevo, lo contó en su cuento Los extraterrestres buscan ojos, leer de corrido, “todo aquello que quisiera leer, por más pequeña que fuera la letra”.
Para Carmen, ya su madre había logrado hacer “un vida extraordinaria entre la vida ordinaria”.
El sonido del clac clac clac se había desvanecido de la casa y el hogar, pero cada golpe de la letra en el papel resuena entre quienes la escucharon alguna vez. Entre quienes la leyeron después.