Hace unos cuantos años el compositor y cantante español Pedro Pastor —que se presenta este 2 de febrero a las ocho de la noche en el Teatro Pablo Tobón—tuvo el sueño de irse a vivir a Santa Elena, ese trozo rural de Medellín que se ha convertido en el epicentro de la movida jipi de Antioquia. “Busqué terrenos, miré precios, pero la vida me llevó por otros caminos”, dice Pedro en una habitación de un octavo piso de un hotel de El Poblado. Lo menciona para dejar en claro su conexión con Medellín, una urbe que lo sedujo por el frenesí cultural, por la vitalidad de sus habitantes.
Sin embargo, sabe que ese desborde de vida tiene un lado oscuro. Y eso lo ha comprobado en sus presentaciones aquí, a las que el público asiste para cantar con él las canciones, no tanto para escucharlas en el silencio usual en otras partes de Colombia o del mundo. “Aquí la gente me pide la set list del concierto incluso semanas antes de la fecha de la presentación”.
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Para definir su trabajo, Pedro emplea la expresión “artesano de la canción”, que es otra forma de llamar a los cantautores. En su caso, la inclinación por el lirismo le viene de casa: es hijo de Luis Pastor y sobrino de Pedro Guerra. Esa vocación se ha nutrido de los viajes que ha hecho por los parajes más disimiles de América Latina: en esa trashumancia ha conocido de primera mano y en vivo los ritmos que luego incluirá en sus trabajos discográficos. Al preguntársele por la música colombiana que le ha dejado huella menciona las canciones de Rafael Escalona, de Petrona Martínez, de Totó la Momposina. Aunque los suyos sean otros temas, encuentra valor en la honestidad de estos artistas, que hablan de las cosas cotidianas, de su entorno inmediato. Imposible no pensar en este punto en la muy usada expresión de que se alcanza la universalidad hablando de la aldea.
En algún momento el tema del reguetón sale a relucir en la entrevista. Pastor, que se ha quitado las sandalias, dice que él no tiene problemas con el reguetón. Le gusta bailarlo en las noches, cuenta. Y, a renglón seguido, aclara que no lo escucha en las mañanas en su casa. “El reguetón tiene letras pobres, carecen de valor poético de contenido social. Pero el reguetón no busca eso. Ha logrado convertirse en el género de baile del mundo, como antes lo fueron la salsa o el funk”, dice.
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