Barbas cree que el skate pone a la gente de cara con la frustración. Eso de andar cayéndose en una patineta, que luce muy fácil de controlar pero no lo es, y que requiere de tanta insistencia y caídas para empezar a adquirir cierta destreza, representa siempre “un reto” para quien lo hace.
De ahí que muchos skaters después de intentarlo lo abandonen. Los que persisten se abren a un mundo que no es solo una tabla con una lija y rueditas, sino un país complejo con sus rampas, sube y bajas, técnicas, canciones, arte visual y con su compañerismo particular.
“Lo que más nos gusta es cuando llega gente introvertida de la que la mamá dice: ‘Ey, ya mi hijo está hablando gracias a la patineta’”, cuenta Barbas, de 42 años y a quien sus amigos apodaron así en su adolescencia cuando le empezó a crecer una barba algo prematura.
El skate hace sentir bienvenido a todo el que quiere subirse a la patineta. “Realmente acogemos a la gente”, dice.
Antes de fundar Parche Escuela, Barbas trabajó en una tienda de skate cerca de la terminal de transportes del Sur. Un día un niño viendo una patineta le preguntó a su madre si allí daban clases de skate. A Barbas se le encendió una idea que hoy tiene 17 años.
La creación de Parche Escuela surgió en parte por ese niño y la necesidad de “pasarla bien practicando el skate” al mismo tiempo en que se promueven una manera particular de conocer las calles de Medellín, Colombia y el mundo a través de las ruedas.
La escuela abrió primero una vez a la semana, con un grupo de niños que se fue creciendo gracias al “voz a voz” y haciéndose cada vez más constante.
Ahora tienen clases para todas las edades, con inscripciones en cualquier momento del año y un grupo de profesores que ha aprendido empíricamente, cayéndose y subiéndose en la patineta.
Con la escuela han patinado por espacios como el Parque El Salado, el Skate Bowl de Ciudad del Rio, el skate park de La Piñuela, el mini skate Park del Parque Manila y muchos otros en la ciudad y en Envigado o Sabaneta.
Si se quisiera hacer un mapa del skate en la ciudad, además de los mencionados no podría faltar el Skatepark Del Puente De La 4 Sur, un epicentro de skaters de Antioquia. Pero a ese lugar la escuela no suele asistir, “el ambiente es un poquito pesado”, dice Barbas.
Boom del skate
El skate, más que un deporte o una disciplina, es una forma de vivir para quienes lo practican, lo enseñan o viven en su día a día. Es llevar en el cuerpo la patineta como un músico llevaría su guitarra.
Otro de los profesores de Parche Escuela, Santiago Álvarez, dice que en este momento se vive un boom del skate, que está en boga en el mundo por varios motivos. El principal es que en los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020 empezó a considerarse oficialmente una disciplina olímpica.
“Desde entonces creció mucho”. La gente “empezó a tenerlo en la mira y a descubrir que era una disciplina o una forma muy interesante de habitar en las ciudades”, dice Álvarez.
Y a muchas personas les ayuda a desarrollarse en “lo social, lo emocional y lo corporal”, dice el profesor. “También se ve bien; es apreciable estéticamente”.
En Parche Escuela tratan de que la gente en proceso de aprendizaje y descubrimiento del skate use la patineta como “interfaz de su percepción de la realidad” y para “divertirse”.
“Nuestra metodología está basada en la diversión. No nos apoyamos en los resultados, no es como una escuela de fútbol en la que tienes que meter goles o taparlos, o en la que hay que dar algo cuantitativo. Aquí queremos sentirlo y vibrar con el skate”.
¿Consejos para dejar el miedo y patinar?
Lo básico es aprender a poner los pies para no perder el equilibrio, también cómo frenar, dar un giro y rodar. Se empieza a practicar en plano, después en rampas, y así cada uno empieza a mostrar “su personalidad”, dice Barbas. Desde luego, hay etapas de iniciación y otras para más avanzados en su escuela. Pero una recomendación importante es “ser constante” en las patinadas, dice Barbas. Por su lado, Álvarez comenta que el mayor obstáculo de los patinadores está “en la propia cabeza”; en que desde niños se nos “llena de miedo” a caernos y ensuciarnos. Lo peor es prohibirse a hacerlo por ese miedo, dice el profesor.
