Los escenarios culturales de Medellín atraviesan una época intensa. Aunque 2022 fue un año en el que pudieron abrir sin restricciones de aforo ni limitaciones de programación, hubo bastantes problemas con los presupuestos, programas y gestión de la administración municipal. Y en este 2023 la cultura seguirá sus luchas tanto en lo anímico como en lo financiero. Los números de cada entidad, algunos rojos —más la particular relación con la Alcaldía— muestran un panorama incierto, pese a los $36.000 millones que la administración destinó en el Presupuesto Participativo para la cultura este año y que el sector considera insuficiente.
Cada entidad cultural lo explica a su manera. El Museo de Antioquia, una de las instituciones culturales más importantes y antiguas del país, contó en 2022 con un presupuesto de $7.600 millones y aspira a sumar casi $2.000 millones más para el 2023. Su directora, María del Rosario Escobar, dice que aún no han alcanzado las cifras de antes de la pandemia, pero, en contraste con 2021, los resultados han sido más “alentadores” a pesar de haber terminado el último año con una deuda de $360 millones.
“Fue un año muy retador en el que el Museo continuó sin pausa esforzándose por recuperarse de los efectos de la pandemia”, dice Escobar.
El Museo de Antioquia hace parte del programa de Formación de Públicos, una iniciativa estatal para estimular las visitas de los habitantes de los estratos 1, 2 y 3 a museos y teatros. A inicios del año pasado hubo demoras en explicar cómo funcionaría este programa y las modificaciones que realizó la Alcaldía —cuando se entregaron los nuevos lineamientos— generaron escozor en el sector cultural ya que el presupuesto bajó más de 400 millones de pesos menos (con relación a la cifra de 2019). Eso incide notoriamente en las finanzas de los organismos culturales.
Actualmente, el Museo de Antioquia está “a la expectativa” de la continuidad de ese programa y “a los lineamientos que se definan” para el año en curso. El Museo de Arte Moderno de Medellín (Mamm) también permanece a la espera de la nueva convocatoria que saldrá este año. Precisamente su directora, María Mercedes González, explica que en diciembre culminaron el programa “de manera exitosa”.
Los ingresos propios del Mamm (correspondientes a alquiler de espacios, taquilla, tienda Mamm y otros) crecieron 67% en 2022. Fue, para ellos, un año “marcado por la recuperación” en varios sentidos: la presencialidad, el ritmo de las exposiciones, el público que volvió a ir. Además, inauguraron una sala expositiva.
Sobre la gestión financiera, que “es una tarea de todos los días”, González dice que confía “en la capacidad del Museo de generar recursos propios”. En 2023 esperan concretar alianzas con entidades estatales del ámbito local y nacional, así como con el sector privado. “Será un año exigente dadas las perspectivas económicas del país”, dice.
Incertidumbre económica
Los artistas, gestores e instituciones saben en carne propia que cada día cuenta. Iván Zapata, director del Teatro Popular de Medellín, celebra que en 2022 pudieran “resurgir como el ave fénix”, después de un 2021 “supremamente difícil”. En el 2023, dice, “esperan con ansias saber si la horrible noche va a cambiar”.
En números concretos, el TPM requiere unos $45 millones mensuales para operar bajo “mínimas condiciones”: $540 millones anuales que nunca tienen garantizados al empezar el año. “El pasado reunimos el presupuesto con mucho esfuerzo; nos tocó ser muy racionales con el gasto para poder pasarlo raspando”, dice Zapata.
“No tenemos una estabilidad económica. Cada año para nosotros es como navegar a ciegas sin saber para donde vamos”, resume el director.
El 30% de los dineros del Teatro proceden de convocatorias y de los recursos públicos otorgados por la Secretaría de Cultura y el Ministerio de Cultura (en sus programas de Salas Abiertas y Salas Concertadas). El 70% restante necesitan obtenerlo con los cursos de su escuela teatral, la taquilla por obras teatrales y las funciones que venden al sector privado.
En el Teatro Pablo Tobón Uribe tienen propuesta una meta de $2.500 millones para 2023. De estos tampoco tienen garantizado un peso, pero piensan conseguirlos a través de la gestión de sus proyectos, boletería y servicios; y dándole continuidad a alianzas con entidades privadas y públicas, con cajas de compensación y colegios.
Un aspecto que destaca su director general, Juan Carlos Sánchez, es que el año pasado lo terminaron “sin ninguna obligación financiera, sin deudas y con todas las obligaciones con proveedores saldadas; estamos al día”.
En 2022 también ampliaron el portafolio de servicios para fortalecerse y “depender menos de lo público”. Abrieron un café, una oficina de consultoría, que se integraron a su sala de espectáculos, plazoleta, aula teatral, sótano y teatro al aire libre.
Resistencia cultural
Las críticas que ha recibido la administración pública y su secretario de Cultura, Álvaro Narváez, apuntan al por qué de la transformación de proyectos bandera –como el mencionado de Formación de Públicos– y el recorte en los montos destinados a las Cultura. Desde el sector también han lamentado que las convocatorias para becas y estímulos se demoren tanto en salir.
Jeihhco, director de la Casa Kolacho dede hace diez años, un centro cultural de hip hop en la Comuna 13, dice que al menos van diez años de “malas administraciones” locales. “La cultura de la ciudad se ha vuelto espectáculo. Se ha olvidado lo que la resistencia cultural ha hecho por la ciudad, sobre todo en tiempos difíciles de violencia”.
Para él, resaltando “lo bueno de lo malo”, esto ha permitido que las organizaciones, gestores y artistas creen “procesos de autogestión”, y que la empresa privada se vuelva “más comprometida con lo social y cultural”.
La Casa Kolacho, además de servicios académicos y artísticos, realiza todos los días el famoso “Graffitour” por la Comuna 13. Tienen alianzas con dos cajas de compensación y este año empezarán un proyecto con la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés). Una de sus mayores fuentes de ingreso es “el turismo cultural”. Son buscados ampliamente por el público local y visitante. “Pero tenemos un reto: encontrar potenciales clientes que no conocen nuestro servicio y ahí movilizarnos”, dice.
El director calcula que requieren unos $1.200 millones anuales para subsistir, en un espacio con 21 trabajadores y una sala para unas 150 personas.
Jesús Domínguez, dramaturgo y director de Tercer Timbre Teatro, cuenta que en 2022 obtuvo un estímulo económico de $58 millones otorgados por una beca de creación para teatro del Ministerio de Cultura con Pequeño Teatro. Ese monto tuvo que dividirlo entre un grupo de actores y actrices, vestuaristas, equipo técnico, director y dramaturgo. Difícilmente, podría usar esa ganancia para subsistir el año siguiente. “Lo que hacen algunos grupos es realizar teatro corporativo para centros comerciales o grupos empresariales, y con eso subsisten los primeros meses del año”, dice. Otros, agrega, sobreviven con empleos como docentes, talleristas y con lo que han podido ahorrar en el año.
Para Domínguez, actualmente el “gran desafío es la profesionalización de los artistas”. La precarización laboral ha hecho que actores y actrices carezcan de buenos salarios, contratos y seguridad social y pensión. Por ese contexto “paupérrimo” a los artistas les ha tocado arreglárselas más bien solos. “Siempre he dicho que los grandes auspiciadores, donantes y mecenas del teatro nacional han sido los artistas del sector”, dice.
Juancho Valencia, multipremiado artista musical y líder de la agrupación Puerto Candelaria, dice que Medellín vive culturalmente “un momento de recesión”, en el que “no se sabe” qué va a suceder.
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Hay un hecho del 2022 que, para él, describe el estado actual del sector: en Medellín, por primera vez, dos artistas de la ciudad lograron llenar el estadio Atanasio Girardot: Maluma y Karol G. Para los demás se les volvió “muy complicado” presentarse en la ciudad. Más de la mitad de los conciertos anuales de Puerto Candelaria –tuvieron unos 60 el año pasado– suelen hacerlos por fuera de la ciudad.
Por eso, cree, en 2023 el sector se verá forzado a buscar “otras direcciones”.
“Tiene que haber un diálogo entre la administración pública y la empresa privada para que fluyan los proyectos”, sostiene, consciente de que los estímulos y becas aplican especialmente para proyectos que están comenzando.
“La cultura y el arte, por ser uno de los pilares más frágiles de una sociedad, es lo primero que se rompe cuando no hay un balance”, reflexiona. Valencia espera “una futura reconciliación en ese sentido”. Lo contrario ha hecho que la gente le dé la espalda al estado y las instituciones, y a la credibilidad de los proyectos locales, como cree que está sucediendo: “El cover para ver a un grupo alternativo en un bar de Medellin sigue siendo el mismo de hace 10 o 15 años”.
Y, en ese contexto, “lo más grave” es la deserción musical y artística, que también está creciendo mucho, según Valencia.
Las entidades, cada una a su manera y en proporciones distintas, luchan por ser hospitalarias (con el público, con el circuito cultural) y autosostenibles (para sobrevivir mañana). ¿Llegará el día en que los hacedores de cultura no tengan que pasar raspando cada fin o comienzo de año?